Santa Sede: Para erradicar la pobreza es necesario que haya más niños

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Monseñor Chullikatt interviene en el ECOSOC

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NUEVA YORK, miércoles 16 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Para erradicar la pobreza, un de los grandes castigos que afligen al mundo contemporáneo, es fundamental la promoción de la familia.

El arzobispo Francis Chullikatt, Nuncio Apostólico y Observador Permanente de la Santa Sede en las naciones Unidas, lo afirmó interviniendo en la 49ª Sesión de la Comisión para el Desarrollo Social del Consejo Económico y Social (ECOSOC), que está teniendo lugar en Nueva York (Estados Unidos) del 9 al 18 de febrero.

En su discurso, el arzobispo afirmó que “las generaciones futuras de niños y de jóvenes son el mejor medio y único para superar los problemas económicos y sociales. La pobreza no está causada por un exceso de niños, sino por una inversión y un sostenimiento demasiado escaso para su desarrollo”.

“La historia humana nos enseña que si se invierte suficientemente en los niños, estos crecen para restituir mucho más que lo que han consumido, elevando, de esta manera el modo de vida de todos”.

Por este motivo “promover una cultura que se abra a la vida y se base en la familia es fundamental para comprender el pleno potencial y el desarrollo auténtico de la sociedad, para el presente y para el futuro”.

“Los niños no deben ser vistos como una carga sino como un don insustituible” y “constructores de las generaciones futuras”.

Si de hecho los legisladores afirman, a menudo, que el crecimiento de la población es perjudicial para el progreso “la verdad es que allí donde se ha verificado un crecimiento económico, a menudo está acompañado por un aumento de la población”.

“En las últimas décadas se ha asistido a continuos progresos para afrontar y reducir la pobreza global”, pero admitió que estos pasos hacia delante “ continúan siendo inconstantes”, y que más de un billón de personas experimentan todavía “ la pobreza y el hambre extremas”.

“La comunidad internacional debe encontrar urgentemente propuestas para una solución sostenible y duradera a este problema”, declaró, subrayando la necesidad de una “visión heurística del desarrollo humano”, dado que este último “no puede ser medido sólo en términos de crecimiento económico” y la erradicación de la pobreza “no se puede fundamentar sobre un resultado económico ponderable”.

Lo que es necesario sobre todo es “la promoción del desarrollo de cada ser humano y de todo ser humano”, indicó, porque “Sin la concomitante dimensión ética y espiritual, el desarrollo social carece de los cimientos necesarios sobre los que debe ser construido y que lo deben sostener”.

En el centro del desarrollo, observo monseñor Chullikatt, están “el reconocimiento de la dignidad de la persona humana y la garantía de pleno respeto de la dignidad innata del hombre y de sus derechos fundamentales”.

En este contexto, “el primer capital que hay que salvaguardar y proteger es la persona humana en su integridad”, comenzando por “darle un debido reconocimiento a la institución social más básica, la familia humana, fundada sobre el matrimonio”.

“Cuando a una sociedad se le priva de su unidad básica, la familia, y de las relaciones sociales que derivan de ella, pueden nacer grandes sufrimientos psicológicos y espirituales y también puede afectar al bienestar económico y social”, observó el arzobispo.

Integración y solidaridad

Monseñor Chullikatt recordó después que “en el esfuerzo particular de promover la integración social para toda la familia humana, la globalización ha ofrecido nuevos caminos para la cooperación económica y civil”.

De cualquier modo, “la sociedad volviéndose cada vez más globalizada, nos convierte en vecinos, pero no en hermanos y hermanas”.

La integración supone unos desafíos como “la desigualdad de la riqueza e ingresos así como en el capital humano y en la educación”, o “la falta de acceso a los sectores de la sociedad para todos, en particular para los pobres y para otros grupos olvidados, como las mujeres y los niños”.

“Disparidad cada vez más grande en los sueldos y en el acceso al crecimiento económico han limitado la eficacia del desarrollo económico en la reducción de la pobreza”, añadió, pidiendo que “los programas sociales a los campos de la educación, de la sanidad para los ancianos y para los discapacitados y a otros sectores necesitados de la sociedad” sean llevados a cabo “para promocionar el derecho esencial a la vida y respetar la libertad de conciencia de los trabajadores que se ocupan de los necesitados”.

Para que haya “un desarrollo social auténtico y duradero”, indicó monseñor Chullikatt, se necesitan “medidas e incentivos sociales auténticos que derivan de la solidaridad y de la caridad fraterna”.

Desde este punto de vista, quiso reclamar la atención “sobre el drama de los emigrantes”, subrayando la necesidad de “ulteriores esfuerzos para defender sus derechos humanos y para respetar su inalienable dignidad humana”.

“Los programas de integración social y de erradicación de la pobreza deben tener en consideración los millones de hermanos y de hermanas que son destinados a vivir fuera del propio país y marginados de la sociedad”, destacó.

“El pleno respeto para sus derechos fundamentales, incluso derechos como trabajadores, deben ser debidamente garantizados por los países de paso y de destino. La justicia social exige condiciones de trabajo favorables para estas personas, garantizando su estabilidad psicológica, evitando nuevas formas de marginación económica y asegurando su libertad y su creatividad individual”.

“Hoy – concluyó el representante de la Santa Sede – es necesario un apoyo estratégico para la erradicación de la pobreza, basada en la justicia social auténtica para contribuir a reducir el sufrimiento de millones de hermanas y hermanos nuestros”.

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ZENIT Staff

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