Por Rafael Navarro-Valls
MADRID, lunes 21 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos una nueva contribución en nuestra sección Observatorio Jurídico, sobre libertad, cuestiones relacionadas con los derechos humanos y su relación con la antropología y la fe cristianas, que dirige el español Rafael Navarro – Valls, catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, y secretario general de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España.
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Existe una extendida visión del matrimonio que tiende a separar el Derecho de la unión conyugal, dejándolo reducido a un fenómeno exclusiva o preferentemente sociológico. Para esta visión, la regulación del matrimonio debería adaptarse, no a lo que es en sí mismo, sino a cómo dicen que es determinadas visiones sociológicas conectadas con minorías más o menos estridentes.
Esta visión “pansociológica”, desconectada del Derecho, ha conducido a profundos cambios en la propia estructura de la unión entre hombre y mujer, hasta llegar al actual desorden axiológico. Hace siglos Platón lo profetizaba en su “República” en estos términos: “Primero – decía – nos va penetrando sin darnos cuenta, el menosprecio por la ley moral en el arte y la música, bajo la forma de un juego inocente y agradable. Poco a poco va infiltrándose en los usos y costumbres, y, de súbito, todo esto brota desvergonzadamente en las leyes y decretos “.
Así, y por ejemplo, las leyes que permiten el divorcio unilateral sin condiciones (los llamados “divorcios exprés”) tienen una importante influencia en el modo en que los ciudadanos acabarán valorando o infravalorando sus compromisos personales. Esas leyes no solamente alteran el proceso de salida (haciéndolo trivialmente fácil), sino que devalúa también el proceso de entrada en el matrimonio, desvirtuando su trascendencia. El sabio consejo de Benjamín Franklin: “Conservad vuestros ojos abiertos antes de casaros” y “semicerrados después del matrimonio”, se transforma ahora en “no importa lo que hagáis”: se trata de una relación sin demasiadas repercusiones prácticas.
Frente a esta visión, Benedicto XVI acaba de resaltar en su reciente alocución al tribunal de la Rota Romana (22.I.2011) la sólida vertiente jurídica de la unión conyugal, es decir “su pertenencia por naturaleza al ámbito de la justicia en las relaciones interpersonales”. Quiere decirse con esto, entre otras cosas, que la misión de los juristas es contribuir a crear un ambiente social propicio para desencadenar una política familiar proclive a diseñar un marco favorable a que las familias se mantengan unidas y puedan ocuparse convenientemente de sus hijos.
Pero la responsabilidad no solo es de los juristas. Junto a ellos, los líderes políticos, los medios de comunicación, la red o los programas de televisión tienen una gran trascendencia en mantener unidas las células que estructuran el tejido social familiar. Aquí no se trata de definir una alternativa más entre varios estilos de vida, diseñar un foro donde se negocian los derechos, elevar simplemente barreras contra la vida sexual promiscua o elaborar un montón de cálculos de costos y beneficios. Se trata de fortalecer un compromiso. Y en ese compromiso los juristas debemos alertar que la desmitificación de las normas jurídicas que lo protegen suele llevar, con demasiada frecuencia, a su desmetafisicación, es decir, conceptuar el matrimonio simplemente como un hecho cultural en perpetuo cambio y no como una relación natural y estable.
El Derecho canónico – al que se refiere Benedicto XVI en la alocución citada – lo contempla desde esta última perspectiva. Y vuelve a ofertar a la Humanidad su propia visión, afirmando que el matrimonio diseñado por la naturaleza, reflejado en las normas que hunden sus raíces en el cristianismo, no es una reliquia que deba ser contemplada como hacen los anatomistas alrededor de un bello cadáver. Al contrario, en el libre mercado de ofertas sociales es un punto de referencia vital, construido sobre la dignidad de la persona humana.