Cuando la procesión va por fuera

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo

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OVIEDO, viernes 15 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha enviado monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, con motivo de la Semana Santa.

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Hemos llegado al domingo de Ramos. Una cita anual de nuestro Pueblo cristiano al comienzo de la Semana Santa, corazón de la liturgia católica. Nuestras Cofradías y Hermandades se disponen a escenificar en nuestros pueblos y ciudades lo que con diferente acento tuvo lugar en la primera semana santa de la historia. Los preparativos de estas cinco semanas precedentes nos han ayudado a esperar y vivir estas fechas que se acercan con una renovada conciencia de que si bien Cristo ha resucitado, nosotros no, o al menos, no en todo. Tenemos necesidad, pues, de poner en nuestra vida el bálsamo de la misericordia y del perdón que Jesucristo nos ha traído. En los aledaños del Coliseo de Roma, suele verse un grupo jóvenes vestidos de romanos (de los de antes): casco, espada en ristre, lanza y escudo, capa roja y faldilla a la usanza imperial. Sorprende ver al típico grupo de turistas (de los de ahora) que se abalanzan eufóricos hasta los romanos para hacerse todo un reportaje fotográfico, que deberán pagar religiosamente. ¿Cómo no presumir después ante quien sea de unas fotos con los héroes supervivientes de una campaña de las Galias? De seguro que se permitirán esta broma.

Me viene este pensamiento al recordar que dentro de unos días veremos por nuestras calles también a romanos y nazarenos, a niños hebreos y sibilas cantarinas. ¿Se trata sólo de eso: de una puesta en escena de cosas que sucedieron hace muchos siglos para que los paparazzi curiosos nos inmortalicen? ¿Se trata, tal vez, de un piadoso recuerdo que exhibimos en nuestras calles y plazas a golpe de tambor?

Sin duda que nos podrán hacer fotografías, y estaremos encantados. También es cierto que recordamos piadosamente así el mejor sentimiento religioso de nuestra devoción popular. Pero las procesiones de Semana Santa tienen un hondo calado y un mayor significado. Es aquí en donde propiamente podemos cifrar la verdadera hondura de este gesto de procesionar: si lo hacemos simplemente por inercia costumbrista, por folclore de estos días, o como un recuerdo vivo lo que supuso aquella procesión histórica en la que Jesús el Señor recorrió nuestra vía dolorosa para abrirnos a la vía dichosa de la salvación. No se contradicen estos tres motivos: podemos y debemos mantener nuestras costumbres y tradiciones, vivir con empeño nuestro folclore religioso, y saber el por qué y el por quién lo hacemos. El problema vendría cuando todo se reduce únicamente a costumbre y folclore sin que haya nada ni a Nadie que recordar.

Cuando logramos integrar estas razones, entonces resulta que somos ayudados para continuar de un modo nuevo en la procesión de la vida, esa que a diario recorremos vestidos con nuestros habituales atavíos, acompañados por las personas que nos rodean por motivos familiares, laborales o amistosos, en el vaivén de nuestras cosas. También ahí, en la procesión de la vida, nos encontramos con vías dolorosas y con vías dichosas, sin romanos, aunque algún que otro turista pueda aparecer. Será la mejor señal de que los cristianos hemos entendido el significado de nuestras procesiones de Semana Santa, si logramos caminar el resto del año al paso de Jesús, convirtiéndonos en cireneos disponibles que ayudan a llevar el peso en tantos de nuestros prójimos hermanos, como hace el Señor con cada uno de nosotros.

La procesión va por dentro, sin duda, y la liturgia de la Iglesia en estos días santos nos permite ahondar en el precio que Jesús pagó para salvarnos, con una gracia que sigue siendo actual. Pero la procesión está también en las afueras, y a esto nos ayudan las Cofradías y Hermandades con el trabajo esmerado que en estos días semanasanteros se intensifica. Son dos ayudas que salen a nuestro encuentro. Quiera el Señor que los sepamos aprovechar por fuera e igualmente por dentro.

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ZENIT Staff

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