MÁLAGA, viernes, 22 abril 2011 (ZENIT.org).- Loyda Valdés González, esposa de Alfredo Felipe, excarcelado cubano, vive en Málaga, España, junto a su familia. Fue una de las dieciséis primeras mujeres que perdieron el miedo y se echaron a la calle para gritar al mundo la injusticia que reinaba en Cuba. Se llamaron a sí mismas las Damas de Blanco. Así desfilaban, vestidas del color de la paz y con flores en las manos.
Insultadas y agredidas en las calles de La Habana, tratadas de «contrarrevolucionarias» y cosas peores, resistieron como «madres coraje», con el apoyo impagable de la Iglesia católica, que no sólo les brindó una iglesia, la de Santa Rita, para hacer sus convocatorias, sino que les prestó apoyo material y moral de todo orden. Eligieron esta iglesia porque Santa Rita es la patrona de los imposibles. E imposible parecía entonces ver en libertad a sus esposos, hijos, hermanos. Hoy el milagro es una realidad –como reconoce Loyda en esta entrevista- y tratan de rehacer sus vidas fuera de la Isla, a la que sin embargo añoran y a la que, por ahora, no pueden volver.
Loyda Valdés se licenció en Economía en 1981. Trabajó como contadora principal de una empresa, como técnica de una oficina municipal de estadística, y como profesora de un instituto de economía. Posteriormente, por razones de salud, tuvo que abandonar la vida laboral.
Al ser encarcelado su esposo Alfredo Felipe, durante la Primavera Negra de Cuba en 2003, se tuvo que dedicar a las tareas del hogar.
Su esposo, con una honestidad que le honra, ha querido hacer dos precisiones a su entrevista publicada este lunes en ZENIT (ver: http://www.zenit.org/article-39007?l=spanish). En primer lugar, que él sólo fue el enlace para entregar a sus compañeros excarcelados, recién llegados a Málaga, la ropa enviada por la Fundación Hispano-Cubana, con sede en Madrid. En segundo lugar, que compró varios móviles básicos para los recién llegados, con dinero enviado por Carlos Payá, del Movimiento Cristiano de Liberación.
Loyda Valdés explica en este entrevista los inicios del movimiento de las Damas de Blanco y su lucha pacífica por la liberación de sus familiares. Cada manifestación era el punto final de un camino de reflexión, oración, diálogo que estas mujeres, dispuestas a no resignarse, llevaban a cabo en la iglesia de Santa Rita, o reunidas en la casa de una de ellas. Allí programaban también sus acciones.
–¿Como entró usted en las Damas de Blanco, cuál fue la idea inicial de este movimiento?
Loyda Valdés: El 19 de marzo de 2003, la policía política cubana arrestó a mi esposo, Alfredo Felipe Fuentes, quien pasó así a formar parte del grupo de los 75 de la Primavera Negra de Cuba.
Después del arresto me dirigí en múltiples ocasiones, desesperadamente, a las autoridades, clamando por justicia pero no recibía respuesta; posteriormente, entré en contacto con familiares de otros prisioneros de la misma causa de mi esposo, que residían en la capital y comencé a asistir a la iglesia de Santa Rita de Casia, en Miramar Cuba.
El grupo fue creciendo y agrupando a familiares de prisioneros de toda la isla. Paralelamente, Laura Pollán esposa del prisionero Hector Maseda, abrió las puertas de su casa al grupo, y nos invitó a participar cada mes en un «té literario» en el que coincidíamos con nuestras angustias personales, generadoras de fuerza colectiva, e iniciativas legales y cívicas en pro de la liberación de nuestros familiares.
El día 18 de marzo de 2004, como parte de esas iniciativas cívicas, dieciséis familiares salimos a la calle en marcha pacífica, como protesta contra el injusto encarcelamiento de nuestros seres queridos. La marcha de este día marcó el sello de lucha cívica de las Damas de Blanco.
–¿Qué apoyo han recibido las Damas de Blanco de la Iglesia?
Loyda Valdés: Desde el primer momento, la Iglesia nos acogió en su seno para mitigar nuestro dolor, nos brindó el imprescindible espacio en el que desarrollamos nuestra fortaleza espiritual, nos apoyó materialmente, cuando tuvimos que desplazarnos a cientos de kilómetros para visitar a los prisioneros, alzó la voz de su poderosa fuerza moral contra la injusticia; y, finalmente, logró mediar para la implementación del proceso de excarcelaciones iniciado en julio 2010.
–Y usted personalmente, ¿puede relatarnos alguna experiencia en la que su fe le haya sostenido especialmente?
Loyda Valdés: Si, en especial, la del domingo 25 de abril de 2010, cuando las seis damas de blanco que ese día pudimos llegar a la iglesia, y al salir de esta e iniciar nuestra marcha dominical, fuimos cercadas por turbas gubernamentales durante más de siete horas, tiempo en el que nos insultaron, vejaron y amenazaron, echándose encima de nosotros agresivamente, golpeando con fuerza objetos metálicos junto a nuestros oídos, a la vez que nos impedían salir en busca de agua y baños, durante tantas horas. Todo esto, contra mujeres mayores de cincuenta años, y a la vista de la policía y la Seguridad del Estado.
Sólo con la fortaleza espiritual que nos da la fe, pudimos enfrentar tales situaciones de irresistible temor.
–¿ Ha sido duro el cambio a España?
Loyda Valdés: No, lo considero un milagro.
–¿Cuáles son sus espectativas en este país?
Loyda Valdés: Reconstruir nuestras vidas. Y para ello, principalmente, que se cumplan las promesas del acuerdo intergubernamental Cuba-España, respecto a la homologación de títulos académicos, a fin de integrarnos en el ámbito laboral.<br>
Loyda Valdés, su esposo Alfredo Felipe, Miguel Galbán y su hermana Teresa, y tantos otros cubanos llegados a España y diseminados por todo el territorio nacional, sufren las consecuencias de dos burocracias: la hipertrofiada cubana que no envía los planes de estudios necesarios para homologar sus títulos, y la burocracia española, orientada claramente a incentivar la petición del permiso de trabajo por la vía de la protección subsidiaria –que concede en un mes–, mientras que ralentiza esa misma concesión –tarda seis meses–, si se hace por la vía del asilo político.
En ese caso, el gobierno español reconoce que les concede el asilo por tener «fundados temores» de que serían perseguidos por motivos políticos en la Isla. ¿Qué más fundamento necesita un temor que se puede certificar con las cicatrices físicas y morales que han marcado a estos cubanos, tras los años en la cárcel, sólo por manifestar su opinión y expresar, en conciencia, su oposición al régimen castrista?
Por Nieves San Martín