ROMA, viernes 22 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Durante la cena de la que he hablado previamente, Juan Pablo II me contó la historia de la construcción de la mezquita y del centro islámico en Roma. Me dijo que un día el alcalde de la capital le visitó llevando consigo una carta oficial de los embajadores de las naciones islámicas en la que le expresaban su deseo común de construir una mezquita, y preguntándole que opinaba el Papa. Este no sólo expresó su consenso, sino que además le pidió al alcalde que ofreciese el terreno para construir la mezquita y el centro gratuitamente.
Y cuando visitó el Líbano en mayo de 1997, donde presentó la exhortación apostólica fruto de los trabajos del Sínodo especial para el Líbano, dedicó una sincera atención a la unidad nacional entre los musulmanes y los cristianos, insistiendo en la importancia de reforzar los vínculos entre los árabes musulmanes y los cristianos, y sobre el papel concreto que debían desempeñar los cristianos libaneses en aras de asegurar estos lazos. En aquel día declaró que el Líbano es más que una nación, es un mensaje. Y que a nosotros libaneses, nos espera el deber de estar a la altura de este noble mensaje.
Por lo que respecta a las relaciones islámico-cristianas en general, el Papa tomó diversas medidas que han construido puentes de comprensión recíproca y de fraternidad sin precedentes. Pensad, por ejemplo, que nunca ha relacionado, en principio, ninguna religión al terrorismo. Imaginad si no hubiese organizado un encuentro islámico-cristiano de alto nivel en el Vaticano, para declarar que la religión -toda religión- es distinta del terrorismo. Y que el Islam por tanto no es fuente de terrorismo. Imaginad si hubiese hecho lo opuesto, asumiendo la misma posición de algunos pastores del sionismo mesiánico de los Estados Unidos como Jerry Followell, Franklin Graham, Batt Robertson, Hall Lindsay y otros… imaginad si hubiese, simplemente callado, y su silencio hubiese sido interpretado como un acuerdo tácito. ¿Dónde estarían estas relaciones hoy en día?
Imaginad si el Papa no se hubiese opuesto a la guerra anglo-americana contra Iraq. Imaginad si no hubiese dicho que era inmoral e injustificada. Imaginad, si en vez de esto, se hubiese pronunciado como querían Washington y Londres. ¿Qué hubiese pasado con estas relaciones?
Es triste y vergonzoso, no obstante todo esto, que los cristianos en Oriente Medio y sobre todo los cristianos en Iraq, sean agredidos y ultrajados. También cuando el ex presidente americano George Bush afirmó que la guerra en Iraq era una nueva cruzada, el Papa afirmó que esta guerra iba en contra de los valores cristianos. Durante un cuarto de siglo no hizo otra cosa más que poner en práctica todas las recomendaciones del Concilio Vaticano II, que se convirtieron enseguida en los principios que guían la vida de la Iglesia, sobre todo en lo que respecta a las relaciones entre católicos y otras religiones y confesiones. Juan Pablo II dio vida a muchas iniciativas que han creado puentes de respeto recíproco con los fieles de otras religiones.
El Papa difunto nos dejó una preciosa herencia a la que debemos ser fieles y que no debemos desechar o dejar en el olvido. Un modo de serle fieles es el de continuar trabajando juntos, como cristianos y musulmanes, en el Líbano, en el mundo árabe y en las diversas sociedades en Oriente y Occidente, para que nuestras relaciones se construyan sobre la base del amor y del respeto recíproco. Yo creo que Juan Pablo II entendió con profunda espiritualidad lo que dijo Cristo en el evangelio de Juan: «tengo otras ovejas que no pertenecen a este redil» (10,16). Entendió, gracias a su pura fe, el sentido de la existencia de otras ovejas, es decir la existencia del otro, y el sentido de los matices de la fe en el único Dios. Y así su apertura y respeto al otro eran para él, expresión de su aceptación y su respeto por la diversidad. Así inauguró una página nueva y brillante de la historia de las relaciones islámico-cristianos con su firma caracterizada por el amor. Y todavía hoy necesitamos leer esta página y enriquecernos con su contenido de espiritualidad y amor.
La salud del Papa no siempre era buena. A menudo sentía los efectos de un accidente que sufrió durante su trabajo en una cantera en Polonia, cuando todavía era joven. Después sufrió dos fracturas en el hombro y en la pierna mientras practicaba esquí. Después tuvo una enfermedad del intestino y otra enfermedad en las articulaciones. Las combatió con éxito hasta que comenzó a sufrir el Parkinson. Sin duda el atentado realizado por el joven turco que trabajaba para los servicios secretos búlgaros durante la época comunista, aumentó los efectos negativos de todas estas enfermedades. Desde entonces aumentaron los procedimientos de seguridad durante sus viajes y las visitas internacionales, pero él minimizaba el valor de estos procedimientos diciendo: no he sido víctima de atentados ¡sólo el de la Plaza de San Pedro!. Y reconoció que consiguió sobrevivir al atentado gracias nuestra señora Mariam [Virgen María, ndt]. Por esto se dirigió a ella con una bellísima oración de agradecimiento al santuario de Fátima en Portugal. Todas las veces que visito Roma, voy a su tumba en el Vaticano, me detengo con piedad delante de su tumba y le digo: Perdóneme señor. He visto lo que usted hizo por el Líbano… pero me avergüenzo de decirle lo que hemos hecho nosotros.
[La primera parte fue publicada el 21 de abril]
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*Mohammad Al-Sammak es Consejero político del Gran Muftí del Líbano.
[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]