Vigilia en el Circo Máximo: Juan Pablo II nuevamente entre los jóvenes

Desde México, Polonia, Rumanía o Italia, atraídos por su santidad

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ROMA, sábado 30 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Cuando la vigilia de preparación a la beatificación de Juan Pablo II, en el Circo Máximo de Roma, se conectó por satélite con el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, las misioneras del Santísimo Sacramento, mezcladas entre los peregrinos, agitaron sus pañuelos para atraer la atención de sus compatriotas.

Son siete, y vienen de Nuevo León. «Juan Pablo II fue un padre para nosotras –afirma la hermana Adela de la Rosa en esta noche del sábado–. Siempre cercano a la gente, unido a Cristo, un testigo con toda su vida».

Impactaba su capacidad para entablar un contacto con la gente: «en su vista a México, la gente le esperó en la calle durante horas y horas con la esperanza de verle un momento, de poderle tocar».

Las hermanas tenían previsto ir del Circo Máximo de Roma a la plaza de San Pdro y esperar a que las 5.30 de la madrugada se abran los ingresos para poder participar en la beatificación.

El suelo está húmedo, pues durante el día ha llovido.

«Y, ¿si vuelve a llover?», les preguntamos. «No importa –responden–, abriremos los paraguas».

Del Este de Europa

Junto a ellas enarbolan banderas blancas y rojas diecinueve muchachos polacos que han viajado durante tres días para llegar a Roma desde Gdansk.

No sienten el cansancio. «Es más, para nosotros –afirma Magda Batachowska– es un sueño poder estar aquí con motivo de la beatificación de Juan Pablo II».

Como polaco, «fue de manera particular ‘nuestro’ papa, un padre para todos y ahora un santo al que podemos encomendarnos».

¿Qué palabras se han quedado más grabadas en el corazón? «No tengáis miedo –responde con seguridad Magda–: así es, nada malo puede sucederle a quien cree».

«Nu và temeti!», es el eslogan impreso en las camisetas de la Acción Católica de Rumanía. Salieron en un autobús el jueves pasado desde Cluj, e hicieron etapa en Padua, Asís, y en Roma, donde son acogidos en la parroquia de San Bernabé, con sacos de dormir.

«El papa venía del Este de Europa –afirma Oana Tuduce–. Sabía comprender nuestra situación, pues él mismo la había vivido, y esto nos daba aliento».

«Su lección fundamental -añade Oana– fue la confianza en la verdad, pues la verdad nos hace libres: si en nuestros países hubiera más valentía para afrontar los errores del pasado, la situación actual mejoraría».

Misionero con el sufrimiento

Un largo viaje en autobús, en la noche, han tenido que afrontar también los scouts de Misterbianco, en la provincia italiana de Catania.

Giuseppe Scuderi tenía 16 años cuando falleció Karol Wojtyla, pero reconoce: «Le veía en la televisión y lo sentía cerca de los jóvenes, cariñoso con los pequeños».

Alfredo Murabito añade: «No se comprendía muy bien cuando hablaba en los últimos tiempos de su vida, pero transmitía emociones: al escucharle, uno se sentía mejor».

Estos muchachos también han previsto una «noche blanca», sin dormir, entre el Circo Máximo y la plaza de San Pedro: «no hemos traído ni siquiera los sacos de dormir –explican–. Hubiera sido un peso inútil».

Vidas cambiadas en pocos segundos

El hermano Fabian, de la Comunidad de San Juan, en Austria, que une vida activa y contemplativa, recuerda un momento particular ligado a Juan Pablo II: «Tenía 19 años y él visitó Paderborn, en Alemania del Norte, de camino hacia Berlín. Iba en el papamóvil y al pasar a mi lado me cruzó la mirada, se me quedó mirando: fue un momento decisivo para mí».

«Hoy la Iglesia nos alienta a encomendarnos a su intercesión y su beatificación es como un sello de lo que ya llevábamos en el corazón», añade.

Con motivo de la beatificación de la Madre Teresa de Calcuta, Costança Andrade, de Lisboa, vino a Roma para perderse entre la muchedumbre de peregrinos que festejaba los 25 años de pontificado de Juan Pablo II.

En la noche, habían programado fuegos artificiales: «la plaza de San Pedro estaba a oscuras –recuerda Costança– y el Papa se asomó a la ventana. Entonamos el canto de la Virgen de Fátima y de repente Juan Pablo II dijo ‘buenas noches’ en portugués. Es un recuerdo imborrable».

Santidad cercana

¿Por qué le queremos? «Porque abrió la Iglesia a la gente, porque es un santo para nuestro tiempo», afirma Benedetto Coccia, presidente de la Acción Católica de Roma.

«Juan Pablo II acercó el concepto de santidad a los jóvenes, haciendo que se derrumbara el prejuicio de la lejanía de la vida cotidiana que teníamos».

Muchos jóvenes de la asociación, con motivo de la beatificación, se han comprometido como voluntarios: «es una forma de servicio –afirma Benedetto–, pero también una manera de dar las gracias al Papa, que nos enseñó a ser Iglesia».

Alegría neocatecumenal

En torno a un canto religioso se encontraban reunidos en un área del Circo Máximo jóvenes de las comunidades del Camino Neocatecumenal, procedentes de toda Europa, bailando al ritmo del tambor bíblico.

Gianfranco Tata, de la comunidad neocatecumenal de la parroquia de san Jerónimo Emiliano de Roma es un veterano de las Jornadas Mundiales de la Juventud, comenzando por la de Santiago de Compostela, en 1989, pasando por Denver, París, Roma, Toronto, hasta concluir con la de Colonia, en 2005, presidida por Benedicto XVI.

«He visto a Juan Pablo II muchas veces –cuenta–. Creo que evangelizó al mundo con su sufrimiento, trastocando la lógica del mundo que no acepta a quien no está en perfectas condiciones».

«Le veía con frecuencia en al televisión, el domingo –afirma Achille Ascione de Nápoles–; su sufrimiento me impresionaba, sufría con él. Créeme, hablo de corazón».

Achille no ha venido al Circo Máximo como peregrino, sino para vender imanes con la imagen sonriente de Juan Pablo II mientras bendice. Es uno de las oficios que improvisa para ganarse la vida.

«Presente, presente, el Papa está presente», repiten mientras tanto en coro, los fieles desde el Santuario de Guadalupe, contagiando de alegría a los doscientos mil peregrinos congregados en Roma. Y se escucha nuevamente el famoso grito: «Juan Pablo, segundo, te quiere todo el mundo».

En su testimonio en el palco, seguido por más de cien países gracias a la televisión, el cardenal Stanislaw Dziwisz, fiel secretario de Karol Wojtyla durante más de 40 años, asegura: «en esta noche, en el Circo Máximo, Juan Pablo II está más presente que nunca».

Por Chiara Santomiero

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ZENIT Staff

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