Cardenal Cordes: Juan Pablo II no quería “protestantizar” la Iglesia

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La “nueva evangelización” necesita a sacerdotes y laicos en su propio papel

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ROMA, miércoles 8 de junio de 2011 (ZENIT.org).- El concepto de “nueva evangelización”, que pone de relieve el papel de los laicos en la Iglesia, no significó en absoluto para Juan Pablo II una “protestantización” de la Iglesia, ni una minusvaloración del papel del sacerdote, sino al contrario.

Así lo afirma el cardenal Paul Josef Cordes, que fue durante muchos años presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, y luego del Consejo Pontificio “Cor Unum”, en un artículo publicado el pasado fin de semana por L’Osservatore Romano.

En él, el purpurado explica cómo nació el concepto “nueva evangelización” en la mente de Karol Wojtyla, y cómo entendía el papa polaco que debía llevarse a cabo este esfuerzo evangelizador.

Esta “nueva evangelización” debe ser un esfuerzo de todo el cuerpo eclesial en comunión, en el que laicos y sacerdotes sepan responder a las exigencias de su vocación propia sin rivalidades ni superposiciones, y en el que haya una predicación eminentemente cristológica.

Comenzó con la cruz

“Desde la cruz de Nowa Huta ha comenzado la nueva evangelización: la evangelización del segundo milenio”. Estas palabras fueron pronunciadas en 1979, en su histórico viaje a Polonia, por Juan Pablo II, en la “ciudad sin Dios” comunista en la que la resistencia de los obreros cristianos consiguió levantar una gran cruz y una iglesia.

Sin embargo, subraya el cardenal Cordes, los episodios de Nowa Huta no se comprenden si no se sabe que, en realidad, el cardenal Karol Wojtyla había convocado en la provincia eclesiástica de Cracovia un Sínodo, que desde 1972 implicaba a toda la Iglesia local, obispos, sacerdotes y laicos, en la comprensión y actuación del Concilio Vaticano II.

Esta asamblea tenía como objetivo, subraya el cardenal Cordes, reunir al número más grande posible de fieles y sacerdotes, con gran riesgo pues el régimen comunista prohibía las organizaciones laicales católicas.

En el Sínodo, y poco después en sus primeras enseñanzas magisteriales como papa, Juan Pablo II incorporó el término “nueva evangelización” asociado al de “misión de todos los bautizados”, en el que subrayaba el papel de los laicos en ella.

Pero esto, subraya el cardenal Cordes, no significaba disminuir ni ignorar el ministerio ordenado, como algunos han querido ver en la doctrina conciliar.

Evoca su propia experiencia personal, pues en esos años el purpurado viajó mucho a Polonia, y entabló una relación de amistad con el futuro papa.

“Puedo asegurar que los católicos polacos sienten gran estima y respeto por sus propios sacerdotes”, afirmó. “Sería difamar a Karol Wojtyla si, por el énfasis puesto en la participación de todos los bautizados en la evangelización, se le quisieran imputar intenciones protestantizantes”.

Sacerdotes indispensables

En este sentido, quiso recordar la primera carta de Juan Pablo II a los sacerdotes, el Jueves Santo de 1979, en el que expresaba el dolor de las comunidades católicas que se veían privadas de sacerdotes, un dolor que presumiblemente sentían muchos tras el Telón de Acero.

“A veces sucede que se reúnen en un santuario abandonado, y ponen en el altar la estola, aún conservada, y recitan todas las plegarias de la liturgia eucarística; y en el momento que corresponde a la transubstanciación, cae sobre ellos un profundo silencio, a veces interrumpido por el llanto, ¡tan ardientemente desean escuchar las palabras que sólo los labios de un sacerdote pueden pronunciar eficazmente!”, narraba el papa polaco.

Hoy, afirma el cardenal Cordes, “es urgente afirmar la insustituibilidad de los sacerdotes”, y alega que el mayor problema no es la “mancha” a su estima provocada por los escándalos de abusos en los últimos años.

Al contrario, es mucho más grave “la cada vez más extensa indiferenciación de la figura del presbítero”, afirma, poniendo en guardia contra la extensión de la implantación, en varios países de Europa, de “unidades pastorales” en las que muchas veces el sacerdote tiene un papel secundario, y en el que el factor decisivo de la pastoral es “una administración según principios sociológicos, reduciendo las oportunidades de infundir o promover la fe a través de una relación personal, el testimonio y la confianza madurada en el tiempo”.

“El ministerio ordenado está ensombreciéndose lentamente”, advierte, subrayando la necesidad de “poner de relieve el perfil teológico del presbiterado a través de las Escrituras y el magisterio de la Iglesia”.

En este sentido, invita a releer el decreto conciliar Apostolicam actuositatem, sobre la complementación de los sacerdotes y los laicos en el apostolado, así como la Lumen Gentium.

No al clericalismo

Sin embargo, el cardenal Cordes advierte contra una reacción “también extremista” contra esta situación, mediante un clericalismo que se remite “a un concepto de santidad de tipo histórico-religioso, a través de una separación del mundo, sin tener en cuenta que la santidad de Cristo único sacerdote la da su misión en el mundo y el sacrificio de la propia vida”.

“En lugar de razonar bíblicamente, se mira al sacerdote como ‘representante cultual’, hombre de lo sagrado, cuyo lugar no está ante todo en el pueblo de Dios, sino que se pone frente a él como figura distinta”.

Este punto de vista “se interesa sólo a lo que distingue al sacerdote de los laicos, porque estos evidentemente se han convertido en peligrosos adversarios para el papel de los presbíteros”, un punto de vista “equivocado”, según el purpurado alemán.

“¿No son quizás los nuevos movimientos espirituales los que han dado a la Iglesia el mayor número de vocaciones en el pasado reciente, a pesar de que están fundados sobre todo por laicos y a pesar de que las posiciones de mayor responsabilidad en su interior sean llevadas por laicos?”, se pregunta.

En este tema, recuerda un estudio del propio cardenal Wojtyla en 1972 (La renovación en sus fuentes), en el que el futuro papa abordaba la cuestión, afirmando que el Concilio Vaticano II había puesto de manifiesto “la multiplicidad y la diversidad de las vocaciones dentro de la Iglesia”.

La lectura correcta es por tanto, subraya el cardenal Cordes, la de la Iglesia como un único cuerpo en el que la acción de todos sus miembros – cada uno en su estado y con una vocación propia – se complementan hacia el mismo fin.

Qué es evangelizar

Por último, el cardenal Cordes vuelve de nuevo a aquella visita histórica a Polonia en 1979, para rastrear otra de las pistas que Juan Pablo II dejaba a la Iglesia sobre la “nueva evangelilzación”.

El papa polaco “aprovechó el encuentro en Nowy Targ con los habitantes de la meseta para un gesto muy significativo”: algunos jóvenes de Oasis (un movimiento juvenil fundado en Roma en noviembre de1950 al que Juan Pablo II tenía mucho aprecio), llevaron cestos de pan llenos de Biblias.

“Él mismo distribuyó en la distribución de los libros, entonces extremadamente raros, ilustrando con este gesto que el hombre no vive sólo de pan”, recuerda el cardenal Cordes.

La naturaleza humana, reflexiona el purpurado, “tiende a dar preferencia a la realidad social y a cuanto puede ser alcanzado con las propias fuerzas. Incluso dentro de la evangelización, la atención se ha concentrado prevalentemente en elementos mundanos: justicia y paz, salvaguarda de la creación, discusiones sobre valores y derechos humanos”.

Todo esto, afirma, “ciertamente tiene que ver con el Evangelio, pero no se refiere aún a la cuestión de la fe. Incluso puede oscurecer la sustancia del mensaje divino”.

Juan Pablo II, visitando una parroquia romana en 1989, reafirmó que
“en la evangelización no es suficiente proclamar los valores cristianos”, sino que “para poder hablar de evangelización, es necesario que ésta se refiera a los contenidos de la fe”, recuerda el cardenal alemán.

Seguidamente, en la encíclica Redemptoris missio de 1990, el papa remarcaba esta puntualización, al afirmar que una evangelización dirigida sólo a la transmisión de los “valores del Reino”, es decir, la paz, la justicia, la libertad y la fraternidad, corría el riesgo de “dejar de lado la persona de Jesucristo”.

Contra esta concepción, concluye el cardenal Cordes, se expresaba Juan Pablo II, recordando que “el reino de Dios no es un concepto, una doctrina, un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona, que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen de Dios invisible”.

Por Inma Álvarez

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ZENIT Staff

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