CIUDAD DEL VATICANO, jueves 9 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa dirigió hoy al nuevo embajador de Nueva Zelanda, George Robert Furness, al aceptar sus cartas credenciales como representante de este país ante la Santa Sede.
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Su excelencia,
estoy encantado de darle la bienvenida al Vaticano hoy, y de aceptar las cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Nueva Zelanda ante la Santa Sede. Le agradezco el amable saludo que me transmite de parte del gobernador general Sir Anand Satyanand, y le pido que amablemente le asegure mis mejores deseos y oraciones por el bienestar de la nación.
Aprovecho esta oportunidad para expresar una vez más mi solidaridad con aquellos que están sufriendo todavía las consecuencias del devastador terremoto que golpeó Christchurch el pasado 22 de febrero. Consciente del considerable trabajo de reconstrucción en el que usted y sus conciudadanos se han embarcado, estoy seguro de que la impresionante fuente de generosidad y los innumerables actos de caridad y de bondad que se han visto en el foco del desastre contribuirán, en gran parte, a afrontar los desafíos morales y materiales de esta actual e inmensa tarea.
En su discurso, usted hizo una amable referencia a las cordiales relaciones existentes entre la Santa Sede y Nueva Zelanda. Por su presencia en la comunidad internacional, la Santa Sede busca la promoción de los valores universales que están basadas en el mensaje del Evangelio de la dignidad que Dios le da a cada hombre y mujer, la unidad de la familia humana y la necesidad de justicia y solidaridad para gobernar las relaciones entre los individuos, comunidades y naciones. Estos valores están profundamente inscritos en la cultura que dio vida a las instituciones políticas y legales de Nueva Zelanda.
Una piedra angular de esta herencia permanece, con respecto a los derechos de libertad religiosa y libertad de culto, para beneficio de todos. Estos derechos consagrados en las tradiciones legales de los que son herederos, son propios de cada persona porque son inherentes a la humanidad que es común a todos nosotros. A través de la promoción de estas libertades, la sociedad está mejor preparada para responder a los profundos desafíos políticos y sociales de una manera que concuerde con las aspiraciones más profundas de la humanidad.
Debido a su posición geográfica, su país es capaz de asistir en el desarrollo de países más pequeños, más lejanos y con menos recursos. Algunos países vecinos, incluyendo los pequeños estados insulares se fijan en Nueva Zelanda como ejemplo de estabilidad política, gobierno de la ley y un estándar alto económico y social. También se fijan en vosotros como fuente de asistencia, ánimo y apoyo para poder desarrollar sus propias instituciones. Esto le da a su país una responsabilidad moral concreta.
Fiel a la mejor de sus tradiciones, Nueva Zelanda está llamada a usar su posición de influencia para la paz y la estabilidad de la región, fomentar las instituciones democráticas estables y maduras, y la promoción de auténticos derechos humanos y desarrollo económico sostenible. El deseo de desarrollo plantea una serie de retos importantes con respecto al medio ambiente, algunos con serias consecuencias para el bienestar de la gente y sus medios de vida, y especialmente para los pobres. Me gustaría alentar el trabajo que se está haciendo para promover modelos de desarrollo tanto en el interior como en el exterior del país que reflejen una verdadera ecología humana, una economía sostenible y que cumpla con nuestro deber de mayordomos de la creación (cf. Caritas in Veritate, 48; 51).
La Iglesia Católica en su país, sea en poblaciones antiguas o nuevas de las islas, se esfuerza en el desempeño de su papel para tejer juntos una sociedad verdaderamente multicultural con un sentido de respeto mutuo, con un propósito y una solidaridad compartidas, para la paz y la prosperidad de todos. Ella desea servir al bien común proveyendo de la sabiduría moral y espiritual de la fe en las cuestiones éticas importantes actuales. De una manera particular, la Iglesia desea siempre fomentar un gran respeto por la persona humana en su conjunto, defendiendo el inalienable derecho a la vida desde su concepción hasta su muerte natural, promoviendo un entorno familiar estable y proveyendo educación.
En cuanto a este último punto, la Iglesia siempre ha puesto un gran énfasis en la educación de los jóvenes, reconociéndola como un componente esencial en la preparación y el desarrollo de los individuos para el bien, de manera que ellos puedan tener su sitio en la sociedad. Además de la búsqueda de la excelencia de los estudios académicos, atletismo y las artes, las escuelas católicas están preocupadas sobre todo en la formación moral y espiritual de sus alumnos. El atractivo perdurable de las instituciones educativas llenas de auténticos valores cristianos, demuestra el eterno deseo de los padres que quieren que sus hijos se preparen para la vida de la mejor manera posible, en un entorno saludable que saque lo mejor de la gente joven en la preparación de los desafíos de la vida. Confío en que el gobierno continúe apoyando a los padres en su papel de primeros educadores de sus hijos, asegurando que el sistema educativo basado en la fe permanezca accesible a aquellos que deseen hacer uso de ella para el bien de sus hijos y de la sociedad en general.
Finalmente, señor Embajador, permítame aprovechar esta oportunidad para reiterar mis buenos deseos en el comienzo de su misión y asegurarle que la Curia Romana estará dispuesta a ayudarle. Sobre usted y su familia y sobre toda las personas de Nueva Zelanda, cordialmente invoco las abundantes bendiciones de Dios.
[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]