Una llamada a la verdad: Actos de bondad en la guerra civil española

Comienza en ZENIT una serie de investigación

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Por José Andrés-Gallego

MADRID, jueves 16 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Hace 75 años, un terrible conflicto civil sumió a España en una de las horas más negras de su historia reciente. En los últimos años, desde instancias políticas y civiles se exige “hacer memoria” de aquellos horrores, como una forma de hacer “justicia póstuma” a las víctimas.

Pero en aquella guerra terrible hubo muchos gestos de bondad incluso heroica, en ambos bandos, que también deben ser reconocidos. El eminente historiador español José Andrés-Gallego lanzó hace unas semanas, en una conferencia dictada en Madrid, la oportunidad de hacer una “Historia de la bondad” de la guerra civil española que ayude verdaderamente a la reconciliación y a la paz.

En ZENIT hemos querido aceptar este reto, y contribuir así, como profesionales cristianos, a la búsqueda de la verdad, que siempre remite a la Verdad y al Bien. Desde hoy, inauguramos esta sección quincenal sobre “la otra memoria” de ambos bandos que aún no se ha contado y que es necesario contar.

Animamos a nuestros lectores españoles a colaborar con sus testimonios con el señor Andrés-Gallego, a través del blog que él mismo ha abierto con este fin, y que encontrarán al final del artículo. ¡Ayúdennos en esta búsqueda!

El equipo de ZENIT

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El que suscribe es español, historiador de profesión. Y, en virtud de esas dos circunstancias -la de español e historiador-, lleva años escuchando relatos muy distintos de las barbaridades que se hicieron en la guerra civil de 1936-1939. Estoy seguro de que más de un lector -que no sea español- dirá que es eso mismo lo que le ocurre a él, solo que referido a las atrocidades que se cometieron en su propio país y en tales años. Pues bien, ya tienen algo que advertirme en el blog, si creen que lo que voy a plantearles vale la pena también para sus países.

Somos pocos los españoles de mi generación -la de posguerra- que no han oído en casa, desde niños, relatos del calvario que le tocó sufrir a su familia. La verdad es que hubo españoles que pensaron que ese calvario –el de los suyos- fue algo tan indignante y tan indigno que optaron por callar y no hablaron jamás de la guerra a sus hijos. Pero hasta ese silencio no pudo ser más elocuente y el resultado fue que esos otros españoles de mi generación -los que no oyeron nada en casa- se formaron, seguramente, la misma idea que nos formamos los demás: la de que todo aquello fue horrible.

Claro está que hubo padres y madres que -hasta con su silencio- pudieron inculcar sentimientos de odio o de revancha entre sus propios hijos (muchas veces, sin pretenderlo). Otros hubo, por el contrario, que -conscientemente o no- suscitaron la idea contraria: la de que ese horror que nos relatan -traducido en hechos concretos- no debe repetirse jamás y hay que vivir de modo –y convivir- que eso sea así: que nunca vuelva a suceder.

Pues bien, este historiador -cuando no lo era- de niño y, luego, de muchacho tuvo la suerte de formarse en una familia que no le escatimó los relatos del sufrimiento que les tocó vivir, pero lo hicieron de tal modo que lo que le inculcaron -como si lo grabaran con un hierro candente- es que todo eso sirve como recuerdo permanente de lo que jamás se ha de repetir, para lo cual -claro está- no importan tanto las palabras como la forma de vivir de cada cual.

Es posible -no sé- que esa formación infantil me indujera a hacerme preguntas cuando empecé a oír otros calvarios a otros españoles. Fueron muchas esas preguntas, pero la que hace al caso es ésta: en casi todos los calvarios -de izquierdas y derechas, dicho coloquialmente- se mezcla de forma un tanto extraña el bien y el mal. El narrador relata casi siempre un calvario. Pero, al detallarlo, se pueden observar retazos de bondad que paliaron aquel horror, o, al menos, lo intentaron –aunque fracasaran- y, en más de una ocasión consiguieron impedirlo. Recuerdo, por ejemplo, que, en mi pueblo -una pequeña ciudad aragonesa-, quien sacó de la cárcel -donde podía pasarles cualquier cosa- a dos hermanas de una familia de comerciantes apodada «Los Zamoranos» fue su hermano, que pidió auxilio para ello a los jefes del batallón en que se había alistado para escurrir el bulto y evitar que fuera él el encarcelado y, previsiblemente, el fusilado. Era obvio que esos jefes y compañeros de armas -que, con seguridad, no eran tontos- debieron comprender que aquél mocetón pensaba, en realidad, como los del bando enemigo. Por lo menos, estaba claro que lo hacían sus hermanas. Por eso, justamente, las habían encarcelado. Y, sin embargo, no indagaron sobre las verdaderas ideas de su compañero, si no que recorrieron con él los cien kilómetros que distaban de Zaragoza para poner a salvo -y en su casa, sin necesidad de esconderse- a esas dos personas.

Desde que me di cuenta de eso, he repetido donde me han querido oír que los historiadores –y toda persona cabal- tiene que explicar la historia no sólo por el mal, sino también por el bien que se ha hecho. Y es esa otra historia de la guerra civil española la que querría traer a estas páginas. Con su ayuda. Si no, supera por completo mis fuerzas. Así que lo primero que he hecho es abrir un blog, que es el que va debajo de la firma. Conozco historias suficientes para probar lo que digo. Pero sería importante que las contásemos todos.

blog: joseandresgallego.wordpress.com
www.joseandresgallego.com

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José Andrés-Gallego es Doctor en Filosofía y Letras (Historia), ha sido catedrático de Historia contemporánea en las Universidades de Oviedo, de Educación a Distancia (Madrid) y de Cádiz, rector de la Universidad Católica de Ávila, y es investigador científico y Profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España. Entre otros muchos cargos desempeñados actualmente y en el pasado, es presidente del Patronato Europeo de Historia.

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ZENIT Staff

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