ROMA, viernes 17 de junio de 2011 (ZENIT.org).-¿Existe de hecho una unidad cultural de los católicos? ¿Puede existir de derecho? ¿Debería existir? La Iglesia no es una realidad desencarnada, tiene su propia cultura en cuanto a que el cristianismo produce cultura. La fe cristiana ha demostrado siempre que actúa frente a las culturas para purificarlas, produciendo una nueva cultura. Quien entra en la Iglesia, escribió Joseph Ratzinger, debe saber que entra en una realidad con una cultura profundamente estratificada. Esto no significa que la fe cristiana esté cerrada en una cultura particular y que la consagra definitivamente. El cristianismo introduce en las culturas una verdad trascendente que invita a las mismas culturas a verificar su propia verdad y así, en el diálogo, alcanzar una mayor libertad, porque cuando la verdad se dona a sí misma todas las culturas están llamadas a salir de sí mismas y a liberarse, caminando en el sendero de la verdad. Existen por tanto diversas culturas políticas de los católicos, diversamente articuladas, que acentúan más un aspecto u otro d ella vida social y que son una riqueza y una prueba de la fecundidad de la fe. También aquí, sin embargo, es necesario poner atención al hecho de que la fe cristiana , mientras suscita diversas culturas políticas, establece los límites sin los cuales no pueden llamarse culturas cristianas y mucho menos, humanas.
El cristianismo no puede estar sin cultura, no puede no hacerse cultura, pero no toda cultura es conforme al cristianismo. Es lo mismo que se dice de la filosofía. La fe cristiana produce filosofía en cuanto a que lleva consigo las verdades que presuponen también las verdades racionales. La fe cristiana no puede estar sin filosofía y de hecho, la teología no puede hacer menos. También cuando parece que hace menos, inconscientemente utiliza alguna. No todas las filosofías son igualmente utilizables por la teología cristiana. Si en la sociedad los cristianos renuncian a producir cultura, o la producen de forma ambigua, es lógico que los católicos en política encuentren mayores dificultades en conseguir una unidad posible.
Todo lo que hemos dicho pone en una relación especial la acción de los católicos en política, la cultura que los católicos saben hacer en la sociedad civil y la vida de la comunidad eclesial. Si entre estos tres elementos no se construye ninguna continuidad, es como decir que se piensa que la comunidad eclesial no pueda o no deba hacer cultura, si se considera que los católicos no deben estar presentes en la sociedad singularmente y de forma organizada para animarla también culturalmente, terminará con que los católicos en la política se dejarán a sí mismos. Se tenga en cuenta que no deben ser las instituciones las primeras que hagan cultura política, sino la comunidad civil: no deben estar, antes que nadie, los partidos, sino las personas y sus agregados. Es verdad que la acción de gobierno o las leyes del parlamento crean cultura en cuanto a que inciden sobre los modos de pensar y de comportarse frente a los problemas, pero también es verdad que las elecciones culturales originarias deben provenir de familias espirituales de las que está hecha la sociedad y de las que las instituciones están al servicio.
No debería haber una “cultura de Estado”, aunque el Estado no puede nutrirse de una cultura que, sin embargo, no la produce directamente – para no caer en formas más o menos larvarias de Estado ético, o sea de un Estado que pretende imponer su verdad absoluta y de plasmar la mente y el corazón de los ciudadanos -, sino que nace de la comunidad y de su historia. El católico comprometido con la política debe ser consciente de expresar una cultura, pero necesita ser alimentado por detrás. Así no perderá la relación con la sociedad civil, con los católicos activos en la sociedad civil y con la comunidad eclesial en su totalidad. Ciertamente con sus propias elecciones se compromete sólo a sí mismo, pero para seguir siendo él mismo debe mantener vivo un vínculo con otro que lo precede. Este compromiso, naturalmente, vale sea para el hombre político católico como para la comunidad eclesial: comenzando por la comunidad eclesial. En otras palabras: la posible unidad de los católicos en política comienza mucho antes que la política.
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[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]
*Monseñor Giampaolo Crepaldi, Arzobispo de Trieste y Presidente de la Comisión “Caritas in veritate” del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE).