ROMA, lunes 20 de junio de 2011 (ZENIT.org).– “La sexualidad humana necesita ser comprendida por sí misma, si bien corre el riesgo de ser definida en términos de protección sanitaria, de identidad de género y de orientaciones sexuales”.
Lo afirmó el consultor del Consejo Pontificio para la Familia y del Consejo pontificio para la salud monseñor Tony Anatrella al intervenir el pasado 28 de mayo en el coloquio internacional organizado en Roma por el Consejo pontificio para la salud sobre el tema La persona en el centro de la prevención, atención y tratamiento de la transmisión del VIH y la enfermedad del sida.
Su conferencia se titulaba La educación en valores en la prevención del VIH/sida o la educación sexual en tiempos de sida, de la teoría de género y de las orientaciones sexuales.
“La prevención de las enfermedades de transmisión sexual (ETS) y en particular la transmisión del VIH que puede desarrollar el sida ha dado prioridad sobre todo, hasta el momento presente, a los aspectos sanitarios y profilácticos a través de técnicas de protección como el uso del preservativo”, constató monseñor Anatrella.
“Esta perspectiva propuesta a los jóvenes se muestra muy insuficiente -afirmó-. Porque proponiendo únicamente una visión pragmática y sanitaria de la sexualidad humana, se da a entender que basta con protegerse para hacer después lo que uno quiera sin tener que plantearse otras preguntas”.
“Conduce a la banalización de los gestos sexuales en el comportamiento de numerosos jóvenes”, añadió.
“Al querer limitarse a una representación pragmática y utilitarista, ideológica y sanitaria de la sexualidad, no nos pronunciamos sobre numerosos temas”, lamentó.
Entre esos temas, señaló la interiorización y el proceso psíquico de hacer subjetiva la sexualidad en la adolescencia, y de su acceso a la simbolización, la responsabilidad moral de los actos y el cambio necesario de comportamientos frente al uso irracional de prácticas sexuales; el cambio, para ser auténtico, tiene que ser interior”, consideró.
Monseñor Anatrella habló del sentido de la sexualidad humana que asocia afectividad a la genitalidad y del sentido de la educación sexual que despierta el sentido del amor y tiene en cuenta las edades psicológicas evitando los discursos que exhiben la sexualidad de los adultos.
También abordó el sentido de los valores a partir de principios racionales reconocidos por la inteligencia cristiana que hay que transmitir: el sentido del amor en el centro de la elección libre de los esposos, de la castidad, de la abstinencia sexual y de la fidelidad.
Todos estos valores, añadió, contribuyen a humanizar la sexualidad y a favorecer la madurez afectiva y la calidad moral de los vínculos sociales.