CIUDAD DEL VATICANO, domingo 26 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación las palabras que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy al introducir la oración mariana del Ángelus, desde la ventana de su estudio.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
Hoy, en Italia y en otros países, se celebra el Corpus Domini, la fiesta de la Eucaristía, el Sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor, que Él instituyó en la Última Cena y que constituye el tesoro más precioso de la Iglesia. La Eucaristía es como el corazón latiente que da vida a todo el cuerpo místico de la Iglesia: un organismo social basado totalmente en el vínculo espiritual pero concreto con Cristo. Como afirma el apóstol Pablo: «Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan» (1Cor 10,17). Sin la Eucaristía, la Iglesia sencillamente no existiría. La Eucaristía es, de hecho, la que hace de una comunidad humana un misterio de comunión, capaz de llevar a Dios al mundo y el mundo a Dios. El Espíritu Santo, que transforma el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, transforma también a cuantos lo reciben con fe en miembros del cuerpo de Cristo, para que la Iglesia sea realmente sacramento de unidad de los hombres con Dios y entre ellos.
En una cultura cada vez más individualista, como lo es aquella en la que estamos inmersos en las sociedades occidentales, y que tiende a difundirse en todo el mundo, la Eucaristía constituye una especie de “antídoto», que actúa en las mentes y en los corazones de los creyentes y que siembra continuamente en ellos la lógica de la comunión, del servicio, del compartir, en resumen, la lógica del Evangelio. Los primeros cristianos, en Jerusalén, eran un signo evidente de este nuevo estilo de vida, porque vivían en fraternidad y ponían en común sus bienes, para que ninguno fuese indigente (cfr Hch 2,42-47). ¿De qué derivaba todo esto? De la Eucaristía, es decir, de Cristo resucitado, realmente presente en medio de sus discípulos y operante con la fuerza del Espíritu Santo. Y también las generaciones siguientes, a través de los siglos, la Iglesia, a pesard e sus límites y los errores humanos, ha seguido siendo en el mundo una fuerza de comunión. Pensemos especialmente en los periodos más difíciles, de prueba: ¡qué significó, por ejemplo, para los países sometidos a regímenes totalitarios, la posibilidad de encontrarse en la Misa Dominical! Como decían los antiguos mártires de Abitene: «Sine Dominico non possumus» – sin el “Dominicum«, es decir, sin la Eucaristía dominical, no podemos vivir. Pero el vacío producido por la falsa libertad puede ser también muy peligroso, y entonces la comunión con el Cuerpo de Cristo es fármaco de la inteligencia y de la voluntad, para volver a encontrar el gusto de la verdad y del bien común.
Queridos amigos, invoquemos a la Virgen María, a quien mi Predecesor, el beato Juan Pablo II, definió «Mujer eucarística» (Ecclesia de Eucharistia, 53-58). Que en su escuela, también nuestra vida llegue a ser plenamente «eucarística», abierta a Dios y a los demás, capaz de transformar el mal en bien con la fuerza del amor, dirigida a favorecer la unidad, la comunión, la fraternidad.
[Después del Ángelus]
Queridos hermanos y hermanas, también hoy tengo la alegría de anunciar la proclamación de algunos nuevos Beatos. Ayer, en Hamburgo, donde fueron muertos por los nazis en 1943, fueron beatificados Johannes Prassek, Eduard Müller y Hermann Lange. Hoy, en Milán, es el turno de Serafino Morazzone, párroco ejemplar en la zona de Lecco entre los siglos XVIII y XIX; del padre Clemente Vismara, heroico misionero del PIME en Birmania; y de Enrichetta Alfieri, Hermana de la Caridad, llamada “ángel” de la cárcel milanesa de San Vittore. ¡Alabemos al Señor por estos luminosos testigos del Evangelio!
En este domingo que precede a la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo se celebra en Italia la Jornada por la caridad del Papa. Deseo agradecer vivamente a todos aquellos que, con la oración y con las limosnas, dan su apoyo a mi ministerio apostólico y de caridad. ¡Gracias! ¡Que el Señor os recompense!
[En español dijo]
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana, en particular a los miembros de la Asociación de la Medalla Milagrosa, así como a los directivos de la Radiotelevisión «El sembrador por la nueva evangelización». En la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, la Iglesia hace memoria agradecida del don de la Eucaristía y la adora con devoción. Que nuestros corazones se abran con humildad ante Jesús Sacramentado, para que, transformados por su gracia, seamos testigos valientes de su amor por todos los hombres. Que Dios os bendiga.
[Traducción del italiano por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]