CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 de julio de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que dirigió Benedicto XVI este domingo a mediodía desde la ventana de su estudio a los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano para rezar la oración mariana del Ángelus.
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Queridos hermanos y hermanas:</p>
Hoy en el Evangelio, el Señor Jesús nos repite esas palabras que conocemos tan bien, pero que siempre nos conmueven: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mateo 11, 28-30). Cuando Jesús recorría las calles de Galilea anunciando el Reino de Dios, y curando a muchos enfermos, sentía compasión de la muchedumbre, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas sin pastor (Cf. Mateo 9, 35-36).
Esa mirada de Jesús parece extenderse hasta hoy, hasta nuestro mundo. También hoy se posa sobre tanta gente oprimida por condiciones de vida difíciles, así como desprovista de válidos puntos de referencia para encontrar un sentido y una meta a la existencia. Multitudes extenuadas que se encuentran en los países más pobres, probadas por la indigencia; y en los países más ricos también hay muchos hombres y mujeres insatisfechos, incluso enfermos de depresión. Pensemos, además, en los numerosos evacuados y refugiados, en cuantos emigran arriesgando su propia vida. La mirada de Cristo se posa sobre toda esta gente, es más, sobre cada uno de estos hijos del Padre que está en los cielos, y repite: “Venid a mí todos…” .
Jesús promete que dará a todos “descanso”, pero pone una condición: “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. ¿En qué consiste este “yugo”, que en lugar de pesar aligera, y en lugar de aplastar levanta?
El “yugo” de Cristo es la ley del amor, es su mandamiento, que ha dejado a sus discípulos (cf. Juan 13, 34; 15,12). El verdadero remedio para las heridas de la humanidad –tanto materiales, como es el hambre y las injusticias, y psicológicas y morales, causadas por un falso bienestar– es una regla de vida basada en el amor fraterno, que tiene su manantial en el amor de Dios. Por esto es necesario abandonar el camino de la arrogancia, de la violencia utilizada para procurarse posiciones cada vez de mayor poder, para asegurarse el éxito a toda costa. También por respeto del ambiente es necesario renunciar al estilo agresivo que ha dominado en los últimos siglos y adoptar una razonable “mansedumbre”. Pero sobre todo en las relaciones humanas, interpersonales, sociales, la regla del respeto y de la no violencia, es decir, la fuerza de la verdad contra todo abuso, puede asegurar un futuro digno del hombre.
Queridos amigos, ayer celebramos una particular memoria litúrgica de María Santísima, al alabar a Dios por su Corazón Inmaculado. Que la Virgen nos ayude a “aprender” de Jesús la humildad verdadera, a tomar con decisión su yugo ligero, para experimentar la paz interior y ser capaces de consolar a otros hermanos y hermanas que recorren con fatiga el camino de la vida.
[Tras rezar el Ángelus, el papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Saludo con afecto a los grupos de lengua española que participan en esta oración mariana, en particular a los profesores y alumnos del Colegio Internacional Europa, de Sevilla. «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados», nos dice hoy Cristo en el Evangelio. Que esta palabra resuene con claridad en el corazón de todos, de modo que, presentando al Señor nuestros afanes y sufrimientos, encontremos en Él la fuerza para afrontar la vida con alegría y serenidad de espíritu, siendo testigos de su amor y fuente de esperanza para los necesitados. Gracias por vuestra presencia y vuestras oraciones. Feliz domingo.
[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
©Libreria Editrice Vaticana]