La Basílica de la Sagrada Familia, realidad y símbolo de la Nueva Evangelización

Por el cardenal Lluís Martínez Sistach

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BARCELONA, sábado 9 de julio de 2011 (ZENIT.org-).- Publicamos la conferencia dictada por  el cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona, en la Universidad Abat Oliba CEU, el 7 de julio, sobre el tema: “La Basílica de la Sagrada Familia, realidad y símbolo de la Nueva Evangelización”.

* * *

Deseo agradecer a los responsables de este curso de verano de la Universidad Abat Oliba CEU que me hayan invitado a participar y a poder hablar de una realidad de  nuestra ciudad y archidiócesis de Barcelona que especialmente desde la visita apostólica del Papa goza de una altísima presencia mediática en todo el mundo. Como todos acertáis, se trata de la Basílica de la Sagrada Familia.

El curso de la Universidad de verano que organiza esta estimada Universidad, está dedicado a la situación y perspectivas del catolicismo en el mundo. Es un deseo ver la realidad del catolicismo con una visión universal para encontrar y sugerir caminos para mejorar la situación constatada. Pienso que es una buena aportación atendida la dimensión universal que nos ayuda a abrirnos y dado también el deseo de ofrecer sugerencias de futuro. Es bueno constatar, asimismo, que el objetivo de este curso de verano coincide en lo que es la nueva evangelización. Esta “es una acción que exige un proceso de discernimiento sobre el estado de salud del cristianismo, la verificación de los pasos cumplidos y de las dificultades encontradas”[1].

La observación del catolicismo en el mundo nos llevará seguramente a constatar la necesidad de la evangelización, que en algunos lugares se tratará de la primera evangelización y en otros consistirá en la nueva evangelización, pienso en los países de antigua cristiandad. Sin embargo, en todas partes será necesario el anuncio explícito de Jesucristo.

Y esto por una razón fundamentalmente constitucional de la Iglesia. En un documento del Papa Pablo VI, Evangelii nuntiandi, de 8 de diciembre de 1975, muy actual aún hoy, se afirma que “el deber de evangelizar a todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia… Evangelización es, en efecto, la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Existe para evangelizar”[2]. La Iglesia ha nacido con la misión de evangelizar y, si renunciara a esta tarea, empobrecería su propia naturaleza.

Tampoco podemos olvidar lo que nos decía el Papa Beato Juan Pablo II, el 7 de diciembre de 1990, en la su encíclica La misión del Redentor: “El número de los que aún no conocen a Cristo ni forman parte de la Iglesia aumenta constantemente; más aún, desde el final del Concilio, casi se ha duplicado”[3]. Y cuando el Papa escribió esta encíclica habían pasado solo unos veinticinco años del fin del Concilio Vaticano II. Esto, pues, es impactante y pone de relieve la necesidad y la urgencia de la evangelización.

Sin embargo no podemos olvidar que la misión de la Iglesia tiene tres dimensiones esenciales: la evangelización y catequesis, la celebración litúrgica de la fe y el testimonio de la caridad. Estas tres dimensiones tendrían que estar muy  presentes en la Basílica de la Sagrada Familia. Estos tres aspectos irán saliendo en les páginas que siguen en esta exposición.

Y todos sabemos que evangelizar consiste en anunciar a Jesucristo con el testimonio de la vida y también con las palabras. Es importante lo que dice Pablo VI: “El más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado y explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús… No hay verdadera evangelización mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, les promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios”[4]. Y aquí hay que recordar las preciosas y riquísimas palabras de nuestro estimado Santo Padre Benedicto XVI en su primera encíclica Dios es amor: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”[5].

Evangelizar ha sido el objetivo de fondo del Plan Pastoral de la archidiócesis de Barcelona que acaba este curso y lo será del nuevo Plan Pastoral que estamos acabando de preparar. Este objetivo de fondo pone a nuestra Iglesia de Barcelona en sintonía con toda la Iglesia y con la que peregrina en nuestro continente europeo. En este sentido, Juan Pablo II, en su exhortación postsinodal La Iglesia en Europa, de 28 de junio de 2003, nos decía que “la Iglesia ha de ofrecer a Europa el bien más precioso y que nadie más puede darle: la fe en Jesucristo, fuente de la esperanza que no defrauda, don que está en el origen de la unidad espiritual y cultural de los pueblos europeos, y que todavía hoy y en el futuro puede ser una aportación esencial a su desarrollo e integración”[6].

En nuestra estimada ciudad de Barcelona tenemos la Basílica de la Sagrada Familia. Ha sido, es ahora mucho más con motivo de su dedicación por el Santo Padre Benedicto XVI, y será más y más realidad y símbolo de la nueva evangelización. El Papa ha tenido la intuición muy acertada de crear un nuevo dicasterio de la Curia romana, el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, el 21 de septiembre de 2010, presidido por el arzobispo Rino Fisichella. Y este dicasterio ha escogido a la Basílica de la Sagrada Familia como imagen para su identificación y significación, y esta es la razón dada por su presidente: “En la Sagrada Familia de Gaudí se reencuentra un gran icono respecto a lo que el nuevo dicasterio piensa dedicarse. Sus torres, flechas lanzadas hacia arriba, obligan a mirar hacia el cielo”. Y en una conferencia reproduce el tema y afirma: “La belleza de la Sagrada Familia sabe hablar al hombre de hoy, conservando al mismo tiempo los rasgos fundamentales del arte antiguo. Su presencia parecería que contrasta con la ciudad hecha de edificios y calles que al recorrerlos muestran la modernidad a la que somos enviados. Las dos realidades conviven y no desentonan, al contrario, parecen hechas la una para la otra; la iglesia para la ciudad y viceversa. Aparece evidente, entonces, que la ciudad sin la iglesia estaría privada de algo sustancial, manifestaría un vacío que no puede ser llenado por ninguna otra construcción, sino por algo más vital que impulsa a mirar arriba sin desfallecer y en el silencio de la contemplación”[7].

En la situación y perspectivas del catolicismo en el mundo, la Basílica de la Sagrada Familia tiene un papel a jugar que es considerable. Mejor dicho, ya tiene hace tiempo este papel y pienso que lo ha ido realizando, para su proyección universal. Sólo hay que recordar que en los últimos doce años visitaron la Sagrada Familia por dentro aún en construcción veinticuatro millones de personas de todo el mundo, y se calcula que cada año la visitan sólo por fuera cuatro millones de personas. También es bueno considerar que hasta la visita del Santo Padre era el monumento más visitado de España juntamente con la Alhambra de Granada.

El día 7 de noviembre de 2010 fue un día histórico para la ciudad de Barcelona, “cap i casal” de Catalunya y para la archidiócesis, por la Visita Apostólica del Papa Benedicto XVI con motivo de la dedicación del templo de la Sagrada Familia y su proclamación de Basílica. Cuando preguntaban a Antonio Gaudí quien acabaría aquel templo, el arquitecto contestaba que lo acabaría San José. Y tenía mucha razón porque el Papa que ha acabado este templo para dedicarlo al culto lleva José como nombre de bautismo: Joseph Ratzinger. Gaudí decía que en la Sagrada Familia todo es providencial. Pienso que ha sido providencial que un servidor como Presidente de la Junta Constructora del Temple de la Sagrada Familia haya pensado un día que convenía dedicar este templo sin esperar a que esté todo su exterior acabado y que fuera el Santo Padre quien
presidiera su dedicación. Y los dos deseos se pudieron realizar y la Basílica de la Sagrada Familia, que ya tenía una dimensión universal por la multitud de personas de todo el mundo que la visitaban, a partir de la presencia del Papa en sus naves, de la eucaristía de dedicación y de la oración del angelus ante la fachada del Nacimiento, ha conseguido una difusión aún mucho más universal.

Fue especialmente emotivo que el Santo Padre aceptara mi invitación de presidir la dedicación del templo de la Sagrada Familia, que por su monumentalidad, belleza artística, innovación técnica y simbología bíblica, catequética y litúrgica puede considerarse único en el mundo, obra del arquitecto genial y del cristiano ejemplar que fue Antonio Gaudí i Cornet, que tiene el proceso de canonización incoado en la Congregación para las Causas de los Santos.

Gaudí proyectó el templo como lo que tiene que ser una iglesia: casa de Dios y de la comunidad cristiana para la celebración del culto, especialmente la eucaristía. El sueño de este “arquitecto de Dios”, como el de todos los constructores de catedrales, era representar en el templo proyectado la Jerusalén celestial, la ciudad nueva y santa que, como dice el Apocalipsis, bajará del cielo, viniendo de Dios, como una novia ataviada para su esposo[8], inspirándose también en la visión del profeta Ezequiel relativa al templo de la nueva Jerusalén.

Y este sueño de Gaudí se logró, como pudimos contemplar y gozar, de una manera especial en la celebración eucarística de la dedicación, reunida la asamblea litúrgica presidida por el sucesor de Pedro, con la proclamación de la Palabra de Dios, la alabanza al Señor de la gloria, el incienso, los cantos, etc. Fue una celebración inolvidable para todos y en primer lugar para el Santo Padre. Él mismo, durante el almuerzo en el arzobispado me dijo que “de la celebración de esta mañana conservaré un recuerdo inolvidable”. Y el portavoz pontificio, el P. Lombardi, en una conferencia de prensa aquel mediodía dijo a los periodistas que el tema del viaje apostólico era el acceso del hombre a Dios y añadió: “La liturgia de esta mañana ha sido la expresión más solemne, más articulada entre hombre y Dios que he visto durante los cinco años de pontificado”. Se había logrado lo que había dicho Benedicto XVI en la catedral de Notre Dame de Paris, el 12 de septiembre de 2008: “Nuestras liturgias terrenas no podrán ser más que un pálido reflejo de la liturgia que se celebra en la Jerusalén del cielo, punto de llegada de nuestro peregrinaje sobre la tierra. Sin embargo, nuestras celebraciones podrán acercarse a ella lo máximo posible y hacerla saborear”.

En el marco espléndido de la Basílica aquel domingo por la mañana pudimos participar del “ars celebrandi” que se consiguió mediante el celebrante principal – nuestro estimado Papa Benedicto – , el rito de la dedicación – tan rico en símbolos, el artista – nuestro Antonio Gaudí, que esperamos que sea el primer arquitecto beatificado en la historia de la Iglesia –, su templo originalísimo y único en el mundo y la asamblea activa y participante, durante tres horas, escribiendo un bellísimo himno de alabanza y de gloria a Dios que hizo pregustar la liturgia del cielo.

La celebración de la Eucaristía en la Basílica es una actividad capital, teniendo muy  presente toda su realidad. La cripta donde está ubicada la iglesia parroquial desde su construcción por el mismo Antonio Gaudí y donde reposan sus restos de siervo de Dios, tiene como actividad principal la celebración del culto litúrgico. La grandiosidad de la Basílica con una capacidad permitida ahora por los responsables de la seguridad de unos casi cinco mil fieles y para las celebraciones de la Eucaristía se sigue el modelo de la Basílica de San Pedro del Vaticano.

Hay una íntima relación entre la celebración litúrgica de la fe y la evangelización. Fisichella afirma que “la nueva evangelización se hace fuerte también en otro momento particular de la vida de la Iglesia: la acción litúrgica”[9]. La liturgia es la acción principal por medio de la cual la Iglesia expresa en el mundo su carácter de mediadora de la revelación de Jesucristo y por esto el sentido profundo de su espiritualidad. Desde sus orígenes, todo lo que la comunidad cristiana predicaba, anunciando el Evangelio de salvación, lo hacía después presente y vivo en la oración litúrgica que se transformaba en el signo visible y eficaz de la salvación.

Antoni Gaudí tuvo conciencia de su vocación de ser “arquitecto de Dios”. Sintió la urgencia de llevar el Evangelio y la presencia de Dios al pueblo a través de su obra. Deseaba que sus obras arquitectónicas acercaran a las personas que las contemplaban a Dios. Con este espíritu evangelizador, Gaudí sacó los retablos a las fachadas del templo: nacimiento, pasión y gloria, para que contribuyeran a evangelizar y catequizar a todos los que pasaban cerca y las contemplaban. Así puso ante los hombres el misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

Se ha cumplido el deseo de Gaudí. Son millones las personas que visitan el templo cada año. Después de su dedicación superaremos los tres millones anuales. Muchos de estos visitantes son cristianos y la rica simbología bíblica y litúrgica que ofrecen especialmente la fachada del Nacimiento y de la Pasión, constituyen una auténtica y sólida catequesis para un mayor conocimiento de su fe cristiana. La visita con estos grupos comienza por el exterior de la Basílica y acaba en el interior.

En la actualidad hay un déficit de conocimientos de los contenidos de la fe por parte de muchos cristianos. Es muy necesaria una catequesis de adultos. La visita a la Basílica ha de facilitar una rica catequesis. No podemos olvidar este servicio eclesial que está prestando la Sagrada Familia. Gaudí enriqueció de simbología el templo ya que se inspiraba en tres libros como nos ha recordado el Papa Benedicto XVI en su visita: “En este recinto, Gaudí quiso unir la inspiración que le llegaba de los tres libros en los cuales se alimentaba como hombre, como creyente y como artista: el libro de la naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la Liturgia. Así unió la realidad del mundo y la historia de la salvación, tal como se narra en la Biblia y es actualizada en la Liturgia”.

Pero muchísimas personas que visitan la Basílica son de otras religiones y un buen número no creyentes. La Sagrada Familia atrae a estos visitantes porque la “nueva arquitectura” que Gaudí inició descansa sobre lo que el espíritu humano busca con insistencia: la proporción, la armonía, en definitiva, la belleza. Podemos decir que el templo gaudiniano es una cartografía de lo sagrado, un gran mapa donde el mundo puede leer las grandes preguntas de la vida, del origen y del fin, del cielo y de la tierra. Antoni Gaudí conocía que la belleza tenía un poder provocador y atrae hacia la bondad y la verdad. Sabía que su obra invitaba y movía a la fe, que detrás de las piedras del templo había una elocuencia que hablaba del infinito.

La Sagrada Familia surge en el centro de una ciudad cosmopolita que participa de la secularización propia de las grandes ciudades del occidente europeo. Algunos se preguntan qué significa levantar un templo como este en una sociedad moderna. La respuesta la dio antes el propio Gaudí. Y también la dio el Papa Benedicto XVI en su homilía de dedicación de la Basílica al preguntarse: “¿qué hacemos al dedicar este templo?” Y responde: “En el corazón del mundo, ante la mirada de Dios y de los hombres, en un humilde y gozoso acto de fe, levantan una inmensa mole de materia, fruto de la naturaleza y de un inconmensurable esfuerzo de la inteligencia humana, constructora de esta obra de arte. Ella es un signo visible del Dios invisible, a gloria del cual se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz y de Aquel
que es la Luz, la Altura y la Belleza misma”.

Pese a que la cultura actual de nuestro mundo europeo es poco sensible a la trascendencia, el hombre creado a imagen y semejanza de Dios busca el sentido de la vida y se plantea interrogantes que trascienden el espacio y el tiempo. Pienso que no hemos de perder la riqueza del misterio porque en nuestra vida hay constantemente la presencia del misterio de Dios que muchas veces no aparece explícitamente.

La presencia de la Basílica en el centro de nuestra ciudad de Barcelona y visible desde todas partes, tiene un significado profundo y muy beneficioso en una época en la cual el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si Dios no existiera. Es la presencia de la trascendencia en medio de la vida secular de la ciudad. Por ello el Papa en aquella homilía nos dijo que Gaudí “abriendo su espíritu a Dios ha sido capaz de crear en esta ciudad un espacio de belleza, de fe y de esperanza, que lleva al hombre a un encuentro con el que es la Verdad y la Belleza misma”.

Para muchos visitantes de la Basílica de la Sagrada Familia, esta puede ser de alguna manera como un “atrio de los gentiles”. El Papa, en su discurso en la Curia romana, el 21 de diciembre de 2009, dijo que la Iglesia tendría que abrir hoy una serie de “atrios de los gentiles” donde los hombres puedan acercarse a Dios y encontrarlo. La belleza extraordinaria y la riquísima simbología religiosa del templo gaudiniano es un camino hacia el trascendente, hacia el misterio último, hacia Dios.

La dimensión evangelizadora de la Basílica de la Sagrada Familia es un reto importante en este tiempo en que es muy urgente el anuncio de la Buena Nueva de Jesús. El nuevo dicasterio romano sobre la promoción de la nueva evangelización quiere implicar a once grandes ciudades en una propuesta de nueva evangelización destinada a las grandes metrópolis por las peculiares características pastorales que estas presentan, y por ello ha pedido a once ciudades de Europa similares en su aspecto socio-religioso-cultural para trabajar conjuntamente. Una de estas once ciudades es la de Barcelona. El próximo día 11 de este mes de julio los pastores de estas once Iglesias tendremos la primera reunión en Roma. En medio de una ciudad europea como es la nuestra y un tiempo en que el laicismo parece decidido a relegar la expresión de la fe en el ámbito privado, obstaculizando la visibilidad de la fe y de las comunidades religiosas, nuestra Basílica, visible desde todos los rincones de la ciudad, es una invitación a no quedarnos en la dimensión horizontal de la existencia humana, sino a levantar nuestro espíritu hacia arriba.

Y este era el deseo de Gaudí ya que contemplando en su imaginación esta “catedral de los pobres” y concretamente sus torres que hoy son como símbolos de nuestra ciudad, decía: “Estas inscripciones serán como una tira helicoidal que subirá por las torres. Todos los que la lean, incluso los incrédulos, entonarán el himno a la Santísima Trinidad, a medida que descubrirán su contenido: el Sanctus, Sanctus, Sanctus que mientras lo lean, llevarán su mirada hacia el cielo”.  

Considero que la significación de la celebración de la dedicación de la Basílica de la Sagrada Familia se complementó con la visita que el Santo Padre hizo a la Obra Benéfico Social del Niño Dios. Pedí al Papa esta visita fundamental por tres razones. La primera, porque estar al lado de doscientas familias ponía de relieve la unión entre la dedicación del templo de la Sagrada Familia y las piedras vivas de aquellas familias cristianas. La segunda, esta visita decía con hechos lo que dice siempre la Iglesia, un si a la vida humana desde el inicio de su concepción, un si a ayudar a las mujeres que esperan un hijo y un no al aborto; en efecto, el Papa iba a agradecer a aquellos padres que habían acogido con amor a su hijo con síndrome de Down. Y tercera, manifestar con imágenes entrañables que el Santo Padre Benedicto XVI tiene un corazón cálido y tierno al lado de aquellos niños, adolescentes y jóvenes.

La significación de la celebración de aquella mañana se enriqueció con la realidad de aquella tarde. Así lo manifestó el mismo Santo Pare con estas palabras: “Con la dedicación de la Basílica de la Sagrada Familia, se ha puesto de relieve esta mañana que el templo es signo del verdadero santuario de Dios entre los hombres. Ahora, quiero destacar como, con el esfuerzo de esta y otras instituciones eclesiales análogas, se pone de manifiesto que, para el cristiano, todo hombre es un verdadero santuario de Dios, que ha de ser tratado con mucho respeto y afecto, sobre todo cuando se encuentra en necesidad”[10]. Y en el aeropuerto nos dijo: “Son como dos símbolos en la Barcelona de hoy de la fecundidad de esta misma fe, que marcó también las entrañas de este pueblo y que, a través de la caridad y de la belleza del misterio de Dios, contribuye a crear una sociedad más digna del hombre. En efecto, la belleza, la santidad y el amor de Dios llevan al hombre a vivir en el mundo con esperanza”.

La Basílica de la Sagrada Familia es una presencia de la Iglesia en nuestro país y en todo el mundo. Se trata de una presencia pública y con una asistencia multitudinaria. En medio de una cultura y de unas políticas laicistas presentes en muchas sociedades, esta realidad, fruto de la fe de un pueblo que desde 1882 ha mantenido la voluntad de la construcción de la Sagrada Familia, pone de relieve el valor positivo y la presencia de la religión en la sociedad, en la cultura y en el arte.

Hemos de valorar la aportación que la Iglesia hace con la construcción de esta obra de singular belleza al mundo de la cultura y, por tanto, a las relaciones entre fe y cultura y a la evangelización de la cultura. El cardenal Camillo Ruini, en su reciente visita a la Basílica ha manifestado que “la Sagrada Familia permanecerá en los siglos futuros, como uno de los grandes, desgraciadamente poco numerosos, testimonios del encuentro entre fe y arte en los tiempos en que vivimos”. Ya decía Pablo VI, en el año 1975, que “la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas. De ahí que hay que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva. Pero este encuentro no se llevará a cabo si la Buena Nueva no es proclamada”[11].

Nuestra Basílica ha de contribuir también acogiendo lo que sea adecuado para hacer presente a la Iglesia y a su mensaje de salvación en nuestro país y con dimensión universal. La Basílica por su titularidad nos ha de ayudar a valorar, a amar y a defender a las familias, estas comunidades de vida y de amor entre los esposos y los hijos. La familia es la acogida específica y adecuada de la vida humana, este don de Dios fruto del amor de los esposos. La familia es donde nace la vida humana, se educa y se desarrolla. Y es el lugar donde se defiende la vida humana desde el primer instante de su concepción, auténtico santuario de la vida porque la familia se fundamenta en el matrimonio de un hombre y una mujer que se aman y se entregan el uno al otro para siempre.

El templo de la Sagrada Familia se construyó en tiempo de Gaudí en un barrio pobre de Barcelona, que de alguna manera dio nombre a este templo: “la catedral de los pobres”. El arquitecto fue sensible a las necesidades sociales y culturales de aquel barrio y  construyó en el mismo solar del templo una escuela para los niños de aquel lugar con muchas necesidades. Pienso que esta realidad y la dimensión esencial de la caridad propia de la Iglesia ha de ser una dimensión que se ha de ofrecer a los visitantes de esta obra monumental llena de belleza y de simbología religiosa. El Papa Benedicto XVI en su discurso a los artistas que han ofrecido 60 obras conmemorando el 60 aniversario de su ordenación sacerdotal, ha dich
o que esta exposición se titula: “El esplendor de la verdad, la belleza de la caridad” y ha añadido que “es propio de la unión, querría decir de la sinfonía, de la perfecta armonía de verdad y caridad, que emana la auténtica belleza, capaz de suscitar admiración, maravilla y alegría verdadera en el corazón de los hombres”[12]. Y continúa diciendo: “Necesitamos que la belleza de la verdad y de la caridad incida en lo íntimo de nuestro corazón y lo haga más humano”.

La archidiócesis de Barcelona con su pastor es consciente del tesoro que es la Basílica de la Sagrada Familia para el culto litúrgico y en especial para el ars celebrandi de la Eucaristía, para la catequesis de los cristianos de todas las edades, para la evangelización de una multitud de personas de todo el mundo que como un “atrio de los gentiles” les puede llevar a Dios, para la revalorización de la preciada institución de la familia realizadora del bien de las personas, de la sociedad y de la Iglesia, para la presencia de la Iglesia en el mundo de la cultura, que favorece las relaciones entre la fe y la cultura y la evangelización de las culturas y para el testimonio de la caridad.

[1] La nueva evangelización para la transmisión de la fe. Lineamenta, Sínodo de Obispos, Vaticano 2011, 10.

[2] N. 14.

[3] N. 3.

[4] Evangelii nuntiandi, 22.

[5] N. 1.

[6] N. 18.

[7] La nova evangelització i la comunicació, en Documents d’Església, 1 de junio de 2011, p. 342, nº. 985.

[8] Cf. Ap 21, 2.

[9] La nova evangelització i la comunicació, en Documents d’Església, 1 de junio de 2011, p. 339, nº 985.

[10] Palabras en la Obra Benéfico Social del Niño Dios.

[11] Evangelii nuntiandi, 20.

[12] Discurso de 5 de julio de 2011.

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ZENIT Staff

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