Declaración de los obispos de EEUU para el mes del Respeto a la Vida

“La Religión y la Moralidad son esenciales para la supervivencia de una sociedad que ama la libertad”

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WASHINGTON D.C., domingo 2 de octubre de 2011 (ZENIT.org).- A continuación les ofrecemos la declaración del cardenal Daniel DiNardo, arzobispo de Houston y presidente del Comité para las Actividades Pro-Vida de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, publicada el pasado lunes con ocasión del mes del Respeto a la Vida, que comienza hoy domingo 2 de octubre.

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Este mes de octubre, la Iglesia Católica de Estados Unidos celebrará el mes del Respeto a la Vida, una tradición anual de la que es su cuadragésimo año. Comenzando el 2 de octubre de 2001 -con el Domingo del Respeto a la Vida-, los católicos de toda la nación se unirán para testimoniar la igualdad inherente y valor trascendental de cada ser humano.

En incontables liturgias y eventos daremos gracias a Dios por el don de la vida humana y rezaremos para que nos dé su guía y sus bendiciones en nuestros esfuerzos por defender a los miembros más vulnerables de la familia humana.

Expresaremos nuestra oposición a la injusticia y crueldad del aborto en nombre de las víctimas cuyas voces han sido silenciadas. Al mismo tiempo, recordaremos a los supervivientes del aborto, las madres y los padres que lloran la pérdida de un hijo insustituible, que la misericordia de Dios es más grande que la humana, y que pueden encontrar el perdón y la paz a través del sacramento de la Reconciliación y el Proyecto Rachel Ministry de la Iglesia.

El tema elegido para el programa del Respeto a la Vida de este año es Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia (cf. Jn 10,10). En esta breve explicación de su misión, Jesús habla de la esperanza de la vida eterna, que se restaurará a través de su muerte y resurrección, y de nuestra vida terrena.

Siguiendo el mandamiento nuevo de Jesús de amor desinteresado, nuestras vidas pueden enriquecerse y llenarse de alegría y de paz. Por el contrario, tratar a los demás como medios u obstáculos de nuestros propios objetivos, sin aprender nunca a amar con generosidad, es un modo muy pobre de vivir.

Ver la vida como un juego de sumas, en las que el avance de los propios intereses requiere dejar de lado las necesidades de los demás, puede llevar a olvidarnos de quien es especialmente débil, indefenso o que necesita nuestra ayuda. Los niños no nacidos, los ancianos que algunos consideran una “carga” para nuestro sistema sanitario, el supuesto “exceso” de embriones en las clínicas de fertilidad, las personas con discapacidad, las víctimas de los accidentes con daños cognitivos que requieren de asistencia para alimentarse,… cada uno de ellos corre el riesgo de ser considerado “una vida indigna de vivirse”.

La promesa de Jesús de “una vida en abundancia” es especialmente conmovedora hoy, cuando nuestra cultura y, a menudo, nuestros gobiernos promueven los valores contrarios a la felicidad y al verdadero bien de las personas y de la sociedad. Nos enfrentamos a los intentos de expulsar a Dios y al discurso religioso de la vida pública. Esto promueve la propuesta peligrosa de que el ser humano no disfruta de un estatus especial en virtud de lo que Dios dio a la humanidad.

Algunos intentan eliminar a la gente y a las organizaciones cuyos motivos son religiosos de los programas públicos, obligándoles a violar sus propias convicciones morales y religiosas o a dejar de servir a los necesitados. Las mismas fuerzas, ayudadas por la publicidad y los medios de comunicación, promueven una visión egoísta y degradante de la sexualidad humana, exaltando lo positivo de una actividad sexual sin amor o sin compromiso. Esta visión del sexo como “libre” de compromisos y de consecuencias no deja espacio para la apertura a la nueva vida.

Se promueven los anticonceptivos incluso entre los adolescentes como si fueran esenciales para el bienestar de la mujer y el aborto se defiende como un plan “necesario” por si los anticonceptivos fallan. Y estos fallan. Los estudios demuestran que muchas mujeres que buscan abortar, utilizaron anticonceptivos el mes que se quedaron embarazadas. Una y otra vez, los estudios demuestran que el incremento del acceso a la anticoncepción no reduce los porcentajes de embarazos no planeados y de abortos.

Ambas tendencias -una visión distorsionada de la sexualidad y un desprecio del papel de la religión- aparecen en la última decisión del Departamento de Salud y Servicios Humanos de que se demanden los “servicios preventivos” en prácticamente todos los planes de salud privados y que se recoge en la nueva ley de la salud. El Departamento ha mandado que estos servicios incluyan la esterilización quirúrgica y todos los fármacos y dispositivos anticonceptivos aprobados por la FDA- incluyendo el abortivo Ella, muy parecido a la píldora abortiva RU-486.

La decisión es errónea en varios niveles. Los servicios preventivos están dirigidos a la prevención de enfermedades (por ejemplo, vacunas) o a la detección precoz para poder dar un tratamiento urgente (por ejemplo, en la búsqueda de diabetes o cáncer). Pero el embarazo no es una enfermedad. Es la forma normal y saludable en la que cada uno de nosotros venimos al mundo. Lejos de prevenir enfermedades, los anticonceptivos tienen serias consecuencias para la salud, por ejemplo, el aumento del riesgo de la transmisión de enfermedades sexuales, como el SIDA, el aumento del riesgo de cáncer de pecho por el exceso de estrógenos y los coágulos sanguíneos que provocan embolias debido a la progesterona sintética. La obligatoriedad de dicha cobertura no muestra respeto a la salud ni a la libertad de la mujer, ni respeto a las conciencias de aquellos que no quieren formar parte de estas iniciativas problemáticas.

La exención del “empleado religioso” ofrecida por el Departamento es tan estrecha que no protege a casi nadie. Las instituciones católicas que prestan asistencia sanitaria y otros servicios a los necesitados podrían verse obligados a despedir a sus empleados no católicos y a no atender a los pacientes pobres o de otras confesiones. Se ha dicho que el mismo Jesús o el buen samaritano de la parábola famosa, no sería “suficientemente religioso” para entrar en la exención, ya que insistió en ayudar a otras personas con diferente credo.

A todos estos esfuerzos equivocados para promover falsos valores entre nuestra juventud y silenciar la voz de la verdad moral en el ámbito público, y privando a los creyentes de sus derechos protegidos en la Constitución de vivir de acuerdo a sus convicciones religiosas, se debe oponer resistencia a través de la educación, la opinión pública y sobre todo la oración.

Los fundadores de nuestra nación entendieron que la religión y la moral eran esenciales para la supervivencia de una sociedad amante de la libertad. John Adams expresó esta convicción, afirmando: “No tenemos un Gobierno armado capaz de luchar contra las pasiones humanas desenfrenadas sino es con la moral y la religión. Nuestra Constitución fue realizada por un pueblo moral y religioso. Es totalmente inadecuado para el Gobierno de cualquier otro”.

Los católicos no deben rehuir la obligación de afirmar los valores y principios que consideramos esenciales para el bien común, comenzando por el derecho a la vida de todo ser humano y el derecho de todo hombre y mujer a expresarse y vivir según sus creencias religiosas y sus conciencias bien formadas.

Como nos recordó el Papa Benedicto XVI el año pasado en sus discursos ad Limina a los obispos visitantes, “una sociedad debe ser construida sólo en base a un respeto incansable, una promoción y una enseñanza de la naturaleza trascendente de cada ser humano”. “Esta naturaleza común está por encima de todas las diferencias de edad, raza, fuerza, o condiciones de dependencia, preparándonos para ser una única familia humana bajo la mirada de Dios”.

Durante este mes del Respeto a la Vida, al ce
lebrar el gran don divino de la vida, rezaremos y reflexionaremos sobre cómo, cada uno de nosotros, puede renovar su compromiso y testimonio para “respetar, promover y enseñar la trascendente naturaleza del ser humano”, y así apuntalar las bases de nuestra sociedad que realmente lo necesita.

[Traducción del inglés por Carmen Álvarez]

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ZENIT Staff

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