KINSHASA, jueves 20 octubre 2011 (ZENIT.org).- El proyecto Bana ya Poveda (Niños de Poveda), inspirado en la pedagogía del fundador de la Institución Teresiana, inició el curso con 71 menores.
Estos niños de la calle de Kinshasa, República Democrática del Congo, se autodenominaron así al conocer la vida de san Pedro Poveda, que inspira a los educadores del proyecto e inició su actividad socioeducativa con niños de los cerros de Guadix, España, a principios del siglo XX.
“En el mes de septiembre –explica la fundadora del proyecto, María Isabel Sancho a los colaboradores- escolarizamos a cuarenta niños que se alojan en el centro y a treinta y uno que han sido reunificados en sus familias y a los que les seguimos pagando la escolarización”.
“Es una manera de asegurar que el niño no vuelva a la calle –continúa-. Los educadores les dan una hora de apoyo escolar diaria, en el centro, para facilitar la nivelación con los otros alumnos del colegio”.
La mayoría de ellos dejaron la escuela a edad muy temprana o nunca fueron a ella. Los problemas de adaptación al medio escolar son fuertes.
Además de las dificultades de los pequeños, los maestros no tienen preparación para acoger a niños con un alto nivel de desintegración social y de agresividad.
Por eso, este trimestre Bana ya Poveda ha planificado con el psicólogo talleres de formación sobre la comunicación no violenta.
Se han impartido ya a los educadores y están programados, de octubre a diciembre, los que se llevarán acabo con maestros de la escuela y con niños del centro. “Esperamos obtener buenos resultados”, comenta Sancho.
De enero a agosto de 2011, informa, “tuvimos la alegría de reunificar a 31 niños en sus familias biológicas respectivas, que no quiere decir el padre o la madre. La mayoría de nuestros niños son huérfanos”.
“El vínculo familiar para la reunificación se hace de acuerdo con el niño y con aquella persona de su entorno familiar que le es próxima afectivamente –explica-. Es con ella con quién se inicia la mediación”.
Son reunificaciones durables, porque se han dado el tiempo y la profesionalidad para hacerlo bien.
Antes de la reunificación, el niño pasa fines de semana y vacaciones largas con la familia de acogida para verificar el grado de implicación de ésta y de adaptación del menor.
“Es una satisfacción oír decir a los familiares que el niño ha cambiado muchísimo, como es el caso de Chris y ver a éste feliz con los suyos”, afirma.
Cinco de estas reunificaciones han sido fuera de la ciudad de Kinshasa. En estos casos, los menores son acompañados hasta su destino por el educador social del Centro, Jean Luc, que se encarga de ello.
“Se trata de viajes largos y costosos, porque el destino más próximo estaba a 800 kilómetros y los caminos aquí son muy difíciles”, relata la fundadora del proyecto.
Todas estas búsquedas suponen muchas idas y venidas hasta encontrar a la persona de referencia.
Ayuda en esta labor el que en África los lazos de familia y/o de tribu, aunque se hayan roto, persisten, y siempre hay alguien que reconoce el parentesco del niño, por algún dato.
A partir del mes de enero, han asociado al equipo de educadores a un abogado. Han visto la necesidad de trabajar más las causas de violación de los derechos de los niños.
A veces las vulneraciones llegan desde las propias fuerzas del orden, o de líderes de pequeñas sectas que proliferan en todos los barrios de Kinshasa, acusando al niño de brujo, con maltratos y vejaciones, y de los propios padres que los rechazan y abandonan.
Se han organizado sesiones de formación para los propios niños, los padres y líderes de barrio, para informar de los derechos de los niños y la responsabilidad de los adultos ante la ley de protección del menor, promulgada en la RDC.
En junio pasado, el centro se vio implicado en la denuncia de una red de tráfico de menores en la que desaparecieron algunos niños acogidos en el Centro Bana ya Poveda, víctimas de este tráfico.
Tras secuestrar a los menores, los entrenan en el robo intimidándoles con amenazas y torturas si no vuelven por la noche con el botín fijado de antemano.
Son alojados en condiciones infrahumanas y vigilados durante el día, en los puestos donde los dejan, recibiendo continuamente consignas gestuales, por parte de los adultos que los vigilan.
“Lo triste del caso –comenta María Isabel Sancho- fue la falta de respaldo de autoridades locales y ONG internacionales que trabajan en la región para la protección del menor”.
En el centro continúa también la formación laboral. Son siete los jóvenes formados y que viven de su actividad laboral en talleres propios, seis de arreglo y fabricación de zapatos y dos de corte y confección. Otros dieciséis trabajan como asalariados.
Una empresa sevillana, GRUPO IC, aporta una ayuda desde hace seis años para financiar esta partida del Proyecto “que no es poca”, comenta Sancho. “Nos han asegurado que, a pesar de la crisis, continuarán apoyándonos”, dice satisfecha.
El nuevo taller de agricultura comienza a dar sus frutos. “Es ya un gran éxito que ocho jóvenes habituados a la vida de la gran ciudad y de la calle, se hayan adaptado a la vida del campo y hayan encontrado gusto al trabajo de la tierra”.
“Ha habido una buena cosecha de mandioca, tomates, berenjenas y pimientos”, comenta.
El problema es la distribución: “De momento buscamos compradores de boca a oreja, pero el desafío está en buscar un mercado local fijo. El perito en desarrollo lo está estudiando con los mismos jóvenes”.
El alma del proyecto, en el que ha implicado a jóvenes educadores congoleños, a su familia en España, amigos y colaboradores de este país y de la Institución Teresiana internacional, agradece la iniciativa que tuvieron un grupo de amigos de Santander de elaborar un Proyecto que titularon Desayuno solidario.
Lo divulgaron entre amigos y conocidos y ya es una realidad: contribuyen al desayuno anual de todos los niños del Centro (10€) por día los cincuenta niños: cuarenta alojados y diez que van a los talleres.
María Isabel Sancho concluye su mensaje dando “mil gracias a todos los que hacéis realidad este sueño de los niños de encontrar un futuro en sus vidas”.
Por Nieves San Martín