Por el padre John Flynn, L. C.
ROMA, lunes 24 octubre 2011 (ZENIT.org).- Un par de libros recientes ofrecen una interesante perspectiva sobre la situación actual de la religión en Estados Unidos y lo que al respecto podemos esperar de quienes están llegando a la edad adulta.
El primero, FutureCast: What Today’s Trends Mean for Tomorrow World (Barna Books), lo ha escrito George Barna, un prolífico escritor que ha fundado el Barna Research Group. Basado en numerosas encuestas de opinión, el libro trata de dónde está la sociedad actual en una serie de temas sociales.
Tres de los capítulos del libro se ocupan de la creencia y práctica religiosa. La pertenencia religiosa se ha mantenido muy estable, con un 84% de personas que se consideraban cristianos en 1991, y un 85% en el 2010. Barna observaba, sin embargo, que muchos utilizan este título sin el respaldo de una práctica religiosa.
Por ejemplo, sólo el 45% creen firmemente que la Biblia acierta totalmente con los principios que enseña. Esta cifra disminuye hasta sólo el 30% para los nacidos de 1984 en adelante. Sólo el 34% de los adultos creen en público que hay una verdad moral absoluta, con apenas una variación del 3% para los nacidos en 1984 o después.
Barna señalaba también que entre los adultos pertenecientes a una Iglesia cristiana sólo la mitad afirman estar comprometidos de modo profundo con su fe cristiana.
Espiritual
Uno de los últimos cambios en la propia identidad religiosa es el aumento de aquellos que se consideran a sí mismo espirituales pero no religiosos. Cerca de una cuarta parte de los adultos afirman esto y, para los menores de 30 años, es la norma. La frase puede significar muchas cosas, pero Barna comentaba que, por lo general, refleja una indiferencia general hacia los programas, acontecimientos y tradiciones de las iglesias.
Esto se refleja en el hecho de que sólo el 17% creen que su fe en Dios está destinada a desarrollarse sobre todo a través de la participación en una iglesia local. A pesar de esto, el nivel de asistencia semanal a la Iglesia se ha mantenido en un 40%-45% durante los últimos 20 años.
Esta aparente constancia esconde grandes cambios en cuanto a los miembros de las iglesias. Las Iglesias protestantes más antiguas, conocidas como Iglesias históricas, son ahora más parecidas a iglesias marginales debido a su continuo descenso. Las Iglesias protestantes a las que les va bien son las de los evangélicos y pentecostales.
También hay un aumento de formas alternativas de iglesia. Las Iglesias hogar, en las que pequeños grupos de personas se reúnen en un casa, están empezando a hacerse populares en Estados Unidos. Otras formas alternativas incluyen lo que Barna denomina cyberiglesias, reuniones vía internet.
También se ha vuelto común que los norteamericanos cambien de Iglesia. La Iglesia católica es la gran perdedora aquí, habiendo perdido un número que equivale al 10% de todos los adultos del país, una pérdida compensada, no obstante, por la afluencia de católicos latinoamericanos a los Estados Unidos.
Barna también encontró que no son tantos los factores doctrinales los que motivan a la gente a cambiar de Iglesia. Actualmente las razones son mucho más subjetivas, centradas en las personalidades, la conveniencia, y el potencial de relaciones y experiencias.
Adultos emergentes
El segundo libro se centra en un grupo más reducido de personas. Christian Smith, profesor de sociología en la Universidad de Notre Dame, llevó a cabo, junto a algunos colegas, una serie de entrevistas en profundidad con una amplia gama de personas de entre 18 y 23 años.
Los sociólogos llamaban a estas personas “adultos emergentes” y han reflejado sus hallazgos en el libro Lost in Transition: The Dark Side of Emerging Adulthood (Oxford University Press).
En primer lugar, enumeraban una serie de factores que han jugado un papel crucial en la formación de estos jóvenes.
– El espectacular crecimiento de la educación superior, lo que ha significado que muchos extiendan su educación más allá de cumplidos los 20.
– El retraso de la edad de casarse, lo que ha dado lugar a dado lugar a una libertad sin precedentes durante la década posterior al fin del instituto.
– Cambios económicos que hacen más difícil a los jóvenes encontrar un puesto de trabajo estable y bien remunerado.
– La voluntad de los padres de apoyar económicamente a sus hijos hasta bien pasados sus 20 años.
– La disponibilidad del control de natalidad que ha desligado las relaciones sexuales de la procreación.
– La amplia difusión de teorías postestructuralistas y postmodernistas que promueven el subjetivismo individualista y el relativismo moral.
El libro comienza con un largo capítulo titulado “A la deriva moral”. Los adultos emergentes han pensado que la moral, que han encontrado, no era consistente, ni coherente ni articulada. Un factor que ha contribuido a esto es que pocos miembros de este grupo se han dedicado antes a pensar sobre el tipo de cuestiones que se les plantes en temas morales.
El libro observaba que muchas de las deficiencias en sus respuestas se deben a dos factores principales. Primero, al intentar dar con el bien en sus juicios morales tienen la predisposición a estar en contra de aceptar lo que el libro describe como “absolutismo moral coercitivo”. Segundo, la mayoría de los adultos emergentes han recibido una educación muy pobre a la hora de pensar en cuestiones morales.
Los jóvenes tienen una visión muy individualista de la moral. Esto les lleva a decir que no se debe juzgar a nadie en asuntos morales, ya que tienen derecho a sus opiniones personales. Una estudiante universitaria explicaba, por ejemplo, que ella no hacía trampas en sus estudios, pero se abstenía de juzgar a sus compañeros que sí las hacían.
A otra de las entrevistadas se le preguntó si era correcto que una persona rompiera las normas morales para salirse con la suya y lograr un beneficio. Respondió diciendo que si la persona pensaba que no estaba mal, entonces, por definición, no estaba mal. Admitía que el robo era algo tonto, pero después decía que cometer un robo no te convertía en una mala persona.
Tonto
Llegaron a la conclusión que, según esta postura: “Algunas cosas están bien, y otras son tontas, si bien no está claro que algo sea objetiva y moralmente bueno o malo”.
El relativismo moral caracteriza también a muchos de los entrevistados. Por otro lado, muchos de ellos expresaron ideas que eran racionalmente inconsistentes.
La idea de que la moral es una construcción de la sociedad y de la cultura puede llegar tan lejos en un debate que un joven no expresó juicio negativo alguno sobre la esclavitud. Otro defendió la rectitud moral de los terroristas que causan la muerte de mucha gente.
“Son así, hacen lo que creen que es lo mejor que podrían hacer y, por eso, hacen el bien”, fue parte de la explicación dada por este joven.
Este fuerte relativismo era profesado por un tercio de los entrevistados, con los otros dos tercios no muy alejados. Muchos de este último grupo tampoco tenían clara su postura moral. Ni tampoco fueron capaces de explicar o defender sus afirmaciones morales que hacían.
Todos los adultos emergentes creían, de alguna forma, en algo llamado moral. Los sociólogos descubrieron que, al preguntarles acerca de las fuentes de la moral, la mayor parte de lo que decían simplemente no resistía un examen crítico básico.
No menos del 34% declaró que no sabían lo que hacía que una cosa fuera moralmente correcta o incorrecta, y algunos de ellos simplemente no entendían las preguntas sobre este tema.
En cuanto a los demás, sus respuestas fueron muy diversas. Algunos pensaban que la moral s
e definía por lo que otras personas pensaban de alguien. El 40% de este grupo citó, en mayor o menor medida, este criterio.
Otros describían la base de la moral en función de si mejoraba la situación de la gente. Otro factor determinante para algunos era si algo dañaba a otras personas.
En su conclusión al capítulo sobre la moral, los autores señalaban que los adultos emergentes tienen muy poco bagaje para afrontar los desafíos del presente y del futuro, y forman una generación que ha fracasado en cuanto a formación moral.
Aunque hay que ser precavidos a la hora de generalizar las encuestas y sondeos de opinión hechas a grupos pequeños, no obstante, las evidencias recogidas en ambos libros son un buen recordatorio de los desafíos a que se enfrentan las iglesias y todas las personas preocupadas por la moral.