Rumanía: la herencia de la persecución anticristiana

Entrevista con el obispo grecocatólico Florentin Crihalmeanu, de Cluj-Gherla

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ROMA, martes 29 de noviembre de 2011 (ZENIT.org).- La persecución contra la comunidad grecocatólica no ha tenido parangón en la historia del siglo XX. Antes de la introducción del comunismo, en 1948, la Iglesia grecocatólica tenía casi un millón y medio de miembros, este número descendió hasta unos 700.000 en la actualidad.

En colaboración con Ayuda a la Iglesia Necesitada, Mark Riedemann entrevistó, para Where God Weeps (Donde Dios llora), al obispo Florentin Crihalmeanu, de la diócesis de Cluj-Gherla, Rumanía.

Usted fue ordenado obispo en 1997. ¿Cuál fue su reacción cuando le dieron a conocer este nombramiento?

–Monseñor Crihalmeanu: Fue muy curioso porque el nuncio no me había dicho nada. Viajé a Bucarest porque me invitó. Me hizo preguntas normales y de repente me dijo: “¿Sabías que el papa Juan Pablo II te ha nombrado obispo?”. Hubo un momento de silencio. Dije: “Mire, creo que no soy la persona adecuada para ello”. Intenté alejarme de esta idea. Finalmente fueron las palabras del nuncio Janusz Bolonek de Polonia que dijo: “Puedes hacer muchas cosas buenas por esta gente”, lo que me convenció. Cambió mi perspectiva de la pesada cruz que significa ser obispo. Dije que lo pensaría. Él me contestó: “No, tienes que darme una respuesta ahora. Cuando salgas de esta casa me habrás tenido que decir sí o no”. Le contesté que quería consultarlo con mi padre espiritual, pero el replicó: “No, toma la decisión ahora”.

¿Fue una sabia decisión?

–Monseñor Crihalmeanu: Creo que sí, porque fue tomado en ese instante. Entonces le pedí: “Déjeme unos momentos para rezar antes de contestar”. Él me contestó: “Sí, ahora son las doce en punto, comeremos a las 12.30. Así que tienes un rato para rezar. Ve a la capilla y tómate tu tiempo”. Así que fui a la capilla y comencé a pensar qué podía rezar. Decidí empezar con un misterio del rosario; es verdad que María intercede. Después levanté mis ojos y miré encima de la puerta del Tabernáculo y vi a Cristo sonriendo mientras partía el Pan. Pensé que era una señal. Volví donde estaba el nuncio y le dije que sí.

¿Qué es lo que hace un buen siervo de Dios?

–Monseñor Crihalmeanu: En primer lugar, uno debe creer que Dios le ama. Él no te elige porque seas inteligente, guapo o tengas ciertas cualidades humanas. Te elige porque te quiere y tienes que confiar en este amor, y creo que esto es lo principal y la característica más importante de ser obispo.

En Rumanía hay dos grandes tradiciones católicas: la grecocatólica y la católica romana. Usted es el obispo grecocatólico de Cluj. ¿Puede describir la tradición grecocatólica en su país?

Monseñor Crihalmeanu: Debemos volver atrás en la historia. Hubo una parte de la Iglesia ortodoxa que volvió a la comunión con Roma. Esta es una realidad parcial de la existencia de los greco-católicos. Esto explica por qué tenemos esta tradición católica, el rito bizantino distinto del latino, junto a otros ritos típicos de las Iglesias católicas orientales.

Esta diversidad viene de que aceptamos los cuatro puntos que estaban en el origen del cisma del 1054. Hemos aceptado estos puntos como los menciona la doctrina católica: la supremacía del santo padre, el Fiolioque, el purgatorio, la transustanciación en la Eucaristía. El Concilio de Florencia estipuló, en el siglo XVI, que si hubiésemos aceptado estos cuatro puntos, estaríamos en plena comunión con Roma, si bien manteniendo nuestra tradición bizantina: sacerdotes casados, calendario distinto, parlamentos litúrgicos distintos, etc…

Pero ¿totalmente dentro de la Iglesia Católica?

–Monseñor Crihalmeanu: Exactamente. Aceptando todos los documentos del santo padre y aceptando la Ley Canónica Oriental tal como la aprobó el Vaticano.

La Iglesia greco-católica sufrió muchísimo durante el periodo comunista de Rumanía. ¿Por qué los comunistas tomaron como objetivo particularmente vuestra Iglesia después de 1948?

Monseñor Crihalmeanu: Debemos remontarnos al año 1946 y a la persecución en Ucrania. Los comunistas llegaron al poder en Rumanía en 1945. El primer ministro de esa época, Petru Goza, hizo con nuestra Iglesia de Rumanía, exactamente lo que había hecho Stalin con los grecocatólicos en Ucrania. Al principio, lanzaron una campaña contra el Vaticano y contra los católicos, etiquetándolos como un poder extranjero, un poder imperialista que se aprovechaba del país. Así comenzaron a cerrar escuelas y monasterios y confiscaron todas las propiedades de la Iglesia, Fue una campaña abierta contra los católicos. El 1 de octubre, los comunistas convocaron lo que llamaron un “sínodo” del clero, diciendo que se trataba de un encuentro para analizar la unión con Roma.

…¿con la intención de romper la unión con Roma?

Monseñor Crihalmeanu: Exactamente. Fue definido como una vuelta a la Iglesia madre ortodoxa. Pero desde nuestro punto de vista el Sínodo no era válido porque no fue ningún obispo y algunos de los sacerdotes que participaron en él, una vez se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo, se fueron.

¿Así que era completamente ilegal e inválido?

–Monseñor Crihalmeanu: Exactamente. No había una base, incluso dentro de la ley canónica.

¿Esta resistencia hizo que la Iglesia grecocatólica sufriera una terrible persecución?

Monseñor Crihalmeanu: Exactamente así. Después dijeron que todos los católicos se habían vuelto ortodoxos y el 1 de diciembre decretaron la disolución y expropiación de todas las instituciones y propiedades grecocatólicas. El metropolita y el episcopado, así como todos los monasterios, fueron disueltos y puestos bajo el control de la Iglesia ortodoxa. La cuestión siguiente fue la división de los bienes de la Iglesia grecocatólica: las escuelas católicas quedaron bajo el control del ministerio de Educación pública, mientras que las propiedades eclesiásticas quedaron bajo el ministerio de las Políticas agrícolas. Este fue el final.

Su familia sufrió personalmente la persecución?
Monseñor Crihalmeanu: No, no la notamos. Crecimos en este ambiente. Había cosas que no podíamos decir ni hacer. Por ejemplo mi madre –el fuego de la fe en nuestra familia- sabía que alguien, la policía secreta, nos estaba vigilando. Mi madre fue citada para comparecer en lo que llamábamos la Estancia 13, donde fue interrogada: “¿ Te das cuenta de los que estás haciendo con tus hijos y su educación? Nunca podrán ir a la iglesia”. Mi madre era fuerte y no tenía miedo. Respondió: “¿Tiene hijos?”. La persona que la interrogaba respondió que sí. Entonces mi madre le replicó: “Yo no me meto en cómo educa usted a sus hijos, por tanto no me diga como debo educar yo a los míos”. La policía no la llamó más. Sabía, sin embargo, que no podía ir más allá. Mi padre era director de una empresa y para continuar ocupando su puesto tenía que ser miembro del partido comunista, Por tanto no podía absolutamente ir a la iglesia.

Así que ¿él vivió su fe en casa?

–Monseñor Crihalmeanu: Sí, más en casa que en público.

La Iglesia grecocatólica fue eliminada, y los obispos y el clero enviados a la cárcel. Uno de los que más sufrió fue el padre Tertullian Langa, al que usted conoce bien. ¿Diría que, después de este periodo de dura persecución, el padre Langa esté viviendo las palabras: “Perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestro deudores”?

Monseñor Crihalmeanu: Ustedes saben que la historia del padre Tertulli
an es un tema muy fuerte. Hay límites del sufrimiento que solo pueden ser superados por la fe. El padre Tertullian dice: “La fe puede trascender las limitaciones del espíritu humano, no solo físicamente sino también en la profundidad espiritual de entender la otra dimensión de Dios. Cuando se entiende que Dios es amor y que Él lo da de forma gratuita –especialmente en los momentos más difíciles de la vida- y que nos da la gracia de ser fuertes para poder afrontar nuestros sufrimientos, entonces nos podemos acercar a Dios. Hay una comunión con lo divino. Quién lo ha hecho y por qué, no tiene importancia. Este es motivo por el que las primeras palabras de los perseguidos, después de haber sido liberados por sus captores, fueron: “Perdonamos y no nos interesa saber quiénes eran nuestros perseguidores. Ellos fueron instrumentos. Lo que han hecho no era bueno, pero a nosotros no nos interesa vengarnos. No queremos secundar este mal”. Tertullian lleva los signos de la persecución física, que siente cada día, y aún así volvió a la vida de la Iglesia como si nada hubiese pasado. Intenta ser un servidor de Dios normal y ahora está completando la publicación de sus memorias. Su historia es muy interesante y pone de manifiesto su fe fuerte y su vínculo con Dios.

[Traducción del inglés y del italiano por Carmen Álvarez]
Esta entrevista ha sido realizada por Mark Riedemann para Where God Weeps, un semanal televisivo y radiofónico de Catholic Radio and Television Network, en colaboración con Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN).

www.WhereGodWeeps.org
www.acn-intl.org

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ZENIT Staff

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