Uganda: "La Iglesia permanece en su tierra, no escapa"

Entrevista con monseñor Giuseppe Filippi, obispo de Kotido, Uganda

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ROMA, domingo 29 enero 2012 (ZENIT.org).-Uganda, un país de África central, es el mayor productor de café del mundo. La mitad de la población es católica. La diócesis de monseñor Giuseppe Filippi, Kotido, es una de las más pobres de Uganda debido a la escasez de lluvia. Como no hay suficiente agua para la agricultura, las personas dependen del ganado –vacas, cabras y ovejas–, como un medio de supervivencia. El estilo de vida es trashumante, en perpetua búsqueda de agua y pasto.

Marie Pauline Meyer entrevistó a monseñor Giuseppe Filippi, misionero comboniano, obispo de Kotido en Uganda, para el programa Dios llora en la tierra, producido en cooperación con la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada.

¿Puede describir cómo es la vida de las personas en su diócesis? ¿Son muy pobres?

–Monseñor Filippi: Sí, son muy, muy pobres. Su única preocupación es la supervivencia para seguir viviendo día a día y la mayoría de las veces tienen hambre. El Programa Mundial de Alimentos les ayuda. Su dieta se compone de leche de las vacas y cabras, así como carne y sangre; beben sangre porque la leche de la vaca no es suficiente para mantenerles.

¿Tiene muchas tribus en su diócesis?

–Monseñor Filippi: Hay dos tribus principales y dos tribus más pequeñas. La mayor es la Jabwor, que ocupa la parte sur de la diócesis. Están en una zona en general mejor, donde hay montañas, y la temporada de lluvias dura más tiempo, por lo que pueden cultivar diferentes cosechas para sobrevivir. Otra tribu importante es la Krimojong dividida en dos grupos, los Jie y los Dodos. Son pastores pero son muy fuertes y poderosos. Por desgracia están armados con pistolas y las usan para robar el ganado de las tribus vecinas. Esto crea tensiones, dificultades entre ellos mismos, pero esta es su forma de vida, y a menos que el gobierno y las instituciones sean capaces de proporcionar una forma alternativa de vida, esto va a continuar.

¿Estas tribus son católicas o cuáles son sus creencias?

–Monseñor Filippi: La mayoría de estas personas creen en las religiones tradicionales. Hay un elemento común en sus religiones, que es la creencia en un Dios, que Dios es el creador y el dador de todo, de lo que es bueno. También creen en muchos espíritus, que tienen el poder de intervenir en sus vidas: el espíritu del río, de la estación seca, de la época de lluvias, y así sucesivamente. Ellos tienen que lidiar con todos estos espíritus para evitar que los problemas vengan sobre ellos. También tienen los espíritus de los antepasados que han de ser obedecidos. Todo esto crea un poco de miedo. Por lo general, estas tribus son más materialistas que cualquier otra tribu de Uganda debido a su fuerza física, el poder y la capacidad que tienen para hacer frente a la vida dura; no practican mucho la religión tradicional, excepto durante una gran necesidad, un gran sufrimiento o ante eventos que son incapaces de afrontar.

¿Cuál es su trabajo?

–Monseñor Filippi: Mi trabajo es la evangelización. En general la gente acoge la enseñanza de la Iglesia a pesar de que son resistentes a la conversión. Ellos perciben nuestra enseñanza como atrayente y muy de acuerdo con sus necesidades. Su resistencia es porque perciben que para ser un cristiano tienen que cambiar sus vidas, lo que significa que deben detener los asaltos al ganado de sus vecinos. Tienen que dejar de matar y esto les resulta una contradicción. Ellos no son capaces de renunciar a su modelo de vida a fin de tener un nuevo patrón de vida, que es menos productivo porque si se vive en paz surge la pregunta, ¿cómo podremos sobrevivir?

¿La paz significa la pobreza?

–Monseñor Filippi: Sí, así es, por esta razón la Iglesia Católica y las otras iglesias tratan de proveer a la población Karimojong, formas de vida alternativas, como la agricultura y el desarrollo de otros recursos tales como la goma arábiga, pero no es fácil. Los hombres son particularmente resistentes a la conversión. No desprecian la religión. Ellos escuchan. Quieren saber sobre ella, pero dejan la conversión hasta el final de sus vidas cuando ya son de edad avanzada y ya dejan de ser guerreros; cuando pueden vivir en paz y necesitan paz.

¿La confesión católica es la mayor comunidad en su diócesis?

–Monseñor Filippi: Sí, es la más grande porque la presencia de la misión católica es muy fuerte, fuerte en varios sentidos, y en número. Podemos atribuir esto casi por completo a las escuelas católicas. La gente tiene una gran confianza en la Iglesia Católica, que en la práctica no se puede decir lo mismo de otras instituciones como el gobierno o las ONGs.

¿Cuáles son las prioridades en su diócesis?

–Monseñor Filippi: Tengo tres dificultades básicas. La primera es la evangelización. Tenemos que encontrar una forma normalde evangelizar a la gente, sin hacer proselitismo para la gente sea parte de nuestra diócesis, sino ayudándoles a encontrar su identidad. Por eso es que estamos trabajando duro para crear un centro de formación con el fin de formar a todo tipo de líderes, especialmente orientados a conducir a la comunidad cristiana a una vida mejor. La segunda prioridad es la educación. La educación es un desafío.

¿Por qué?

–Monseñor Filippi: No es cuestión de tener algunas escuelas. Tenemos bastantes escuelas. Es que el nivel de las escuelas es muy bajo. Estamos marginados porque estamos en la periferia del país y la mayoría de los maestros asignados a nuestras escuelas son aquellos rechazados. El gobierno nombra a los maestros y a menudo ellos se meten en negocioso no están empeñados en su trabajo. Mi propósito no es descartarlos o rechazarlos, sino tratar de ayudarlos a estar más motivados para realizar su trabajo. No tengo otra opción.

¿Y la tercera prioridad?

–Monseñor Filippi: La tercera es el desarrollo humano. Tenemos que ser realistas. El hambreha sido un modo normal de vida durante años. Muchas ONG tienen buena voluntad y el deseo de ayudar a estas personas para mejorar el nivel de su vida. Y varias ONG vienen y piensan que pueden resolver los problemas en dos o tres años, pero en Karimojo esto requiere veinte años. Me gustaría revisar el viejo sistema de ayuda a nuestro pueblo para encontrar formas más adaptadas al lugar y que se tome en consideración la naturaleza de las personas: sus propios recursos y sus propias capacidades, aunque eso signifique que tengamos que trabajar veinte años antes de obtener resultados.

Usted es misionero italiano. ¿Cómo lo ha aceptado la gente?

–Monseñor Filippi: Hay algunas personas que no están contentas y eso es comprensible, sin embargo, veo que la mayoría de la gente está contenta. Yo, por supuesto, he estado allí desde hace mucho tiempo. Fui en 1978 y aprendí el idioma y creo que entiendo la cultura bastante bien. Así que me siento como en casa. Esta comprensión de la cultura me ayuda a tener confianza en ellos, y esto es recíproco.

¿Puede dar ejemplos específicos de los objetivos que se ha marcado para ellos?

–Monseñor Filippi: Por ejemplo escuelas, formas alternativas de sobrevivir, la búsqueda de una forma de elaborar la goma arábiga extraída de las acacias, la forma de vida, la educación de adultos. Prometimos algo modesto y lo hicimos. Recientemente, hemos padecido el cólera y se ayudó a quienes estaban enfermos y se les habló de cómo prevenir el cólera y en cuanto a las enfermeras que abandonaron su puesto, pagué a las que volvieron. Hice esto y ellos vieron que estoy preocupado por ellos, no yo, sino la Iglesia. La Iglesia está en su tierra, no huye, no escapa ante las dificultades y está dispuesta a ayudar. Esa
es una manera de crear confianza.

Parece que usted hubiera sido obispo durante mucho tiempo.

–Monseñor Filippi: No, me convertí en obispo sólo el 19 de diciembre de 2009, por lo tanto soy un novato. Todavía estoy aprendiendo, pero el trabajo te obliga a hacer algo, a actuar y a moverte e involucrar a la gente, a escuchar, a ver lo que es posible.

¿Le gusta ser obispo?

–Monseñor Filippi: No. Soy misionero y mi formación previa fue estudiar ingeniería y trabajar como ingeniero durante varios años en una gran fábrica en Italia. Después seguí mi espíritu misionero que me fue dado por mi madre, porque cuando yo era todavía un niño, mi madre solía hablar con nosotros sobre la misión. Además, cuando nos quejábamos porque éramos bastante pobres –fue justo después de la Segunda Guerra Mundial–, mi madre solía decir que uno no podía quejarse porque las personas en África estaban sufriendo más que tú, así es que no tenías derecho a quejarte. Esto se convirtió en parte de mi formación y con estos antecedentes me siento equipado y preparado para trabajar con la gente, en lugar de en una silla o en un rol donde hay honor y gloria. Este tipo de cosas no son para mí. En cierto modo me siento feliz de ser obispo de Kotido, porque es la diócesis más pobrede Uganda. Así que es la diócesis justa para mí, pero no me gusta mucho ser obispo. La gente sigue llamándome padre.

¿Se siente cómodo en Uganda?

–Monseñor Filippi: Como misionero, trabajando en diferentes lugares, en diferentes situaciones, y en diferentes responsabilidades, he desarrollado una actitud de estar presente donde estoy. Cuando estaba en Zambia, dejé a un lado a Uganda; cuando regresé a Uganda en 2005 dejé de lado a Zambia. Como misionero he aprendido a involucrarme con la gente de donde soy enviado. Y si estoy allí, es como si nunca hubiera estado antes en otro lugar.

Su diócesis se encuentra en el norte de Uganda. ¿Cuál es su experiencia con el Ejército de Resistencia del Señor?

–Monseñor Filippi: Los rebeldes atacaron mi misión. En 1998, 300 rebeldes saquearon la misión completamente, destruyeron el dispensario, saquearon la leprosería, se llevarona 50 personas y mataron a cinco o seis. He experimentado personalmente la crueldad de esta gente. En 2007, el Ejército de Resistencia del Señor se trasladó al Congo. La razón de esta salida se debió al tratado de paz en Sudán, y esto costó a Joseph Kony, el líder rebelde que estaba refugiado en Sudán, la pérdida de apoyo del gobierno en el norte de Sudán. Los campamentos rebeldes en Uganda se están desmantelando poco a poco y podemos decir que Uganda está gozando de paz.

¿Cuál es su lema episcopal?–Monseñor Filippi: Mi lema es «Tu Palabra es la paz», porque no hay paz permanente entre los diversos grupos. Existen constantes escaramuzas entre ellos. Y las reuniones de paz no llegan a acuerdos de paz a largo plazo. La verdadera paz no será un resultado de estas reuniones, sino que se producirá solo cuando las personas consideren un cambio de corazón, que se asemeje al Corazón de Cristo. Por esta razón, he puesto en mi escudo episcopal la Biblia con dos gotas de sangre y agua en memoria de Cristo en la cruz, que es traspasado por la lanza y salió sangre y agua. Es la vida en el espíritu y la vida humana unidas. Le hablo a la gente de esta manera: a menos que no tengamos vida espiritual a través de nuestra vida humana, la paz nunca llegará.

¿Qué puede hacer la Iglesia Universal?

–Monseñor Filippi: Mi diócesis es pobre y la Iglesia universal me ha enviado ayuda. Siento que la Iglesia me apoya. Puedo continuar con los pocos recursos, pero lo que realmente necesitamos es gente porque la gente es el recurso principal. Si no tienes gente, entonces el dinero no sirve para nada. No necesito mucho dinero porque no tengo suficiente gente para trabajar, es como construir una catedral en el desierto, que no funciona sin gente que la sostenga. Necesitamos gente comprometida a servir, liderar, y trabajar con ellos con confianza y esperando en Dios.

Esta entrevista fue realizada por Marie-Pauline Meyer para «Dios llora en la Tierra», un programa semanal de televisión y radio producido por Catholic Radio and Television Network y fundación internacional de caridad católica Ayuda a la Iglesia Necesitada.

Traducción del inglés por José Antonio Varela

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ZENIT Staff

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