ROMA, viernes 4 mayo 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos un artículo del dominico Hernán Jiménez Salas, gran conocedor del primer santo de color de la historia, el peruano san Martín de Porres, conocido popularmente como Fray Escoba.

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Por el P. Hernán Jiménez Salas OP

De este hombre de Dios se puede hablar tanto. Sólo tomaré dos hechos que marcaron mi vida y mi relación con él y que me llevan a considerarlo un verdadero amigo que me conduce a la vez al gran y único Amigo: Cristo Jesús. Los dos testimonios que les propongo fueron recibidos por personas que yo conocí (después de 1994), en el convento de Lima, y que demuestran el gran amor que san Martín de Porres nos tiene a cada uno de nosotros.

El primer hecho

Dios en su infinita bondad, tiene sus medios y sus caminos para llevar adelante una obra de caridad en favor de sus hijos e hijas. Esto sucedió con Juan Carlos entre los años 70. Tenía un tumor a la base del cerebro. Después de todos los análisis y diagnósticos el especialista le comunicó que era imposible operarlo y que sólo ‘un milagro’ le podría curar. Cada día sufría de dolores agudos, que no le dejaban llevar su vida con tranquilidad. Él en su fe comenzó a suplicar a Dios que le ayudara dado que era su hijo; y una tarde, después del almuerzo se quedó dormido sobre la mesa y soñó que se abría el cielo y bajaba una persona que le decía: “Dios ha escuchado tus súplicas y oraciones y me ha enviado a curarte, yo soy san Martín de Porres”. Luego Juan Carlos sentía que le abrían la base del cráneo y después le suturaban la herida. Él pensaba que se trataba simplemente de un sueño bello, pero cuando se despertó se sentía bien, ya no tenía estos dolores inaguantables. Pasados algunos días, fue a visitar a su doctor quien luego de todos los análisis y exámenes médicos, le comunicó que el tumor había desaparecido. Comenzó a averiguar quién era ese santo y cuando lo supo, se convirtió en un verdadero devoto de san Martín. Cada jueves venía al convento de Santo Domingo de Lima para limpiar la capilla-celda del santo.

Un segundo hecho

Roberta es una joven madre que tiene la mitad del cerebro casi muerto, así que su médico no sabe cómo es posible que lleve su vida y su trabajo normal y sin problemas, ya que debería tener paralizada la mitad del cuerpo. Ella contaba su historia diciendo que no conocía a san Martín pero que una noche soñó con él y escuchó una voz que le decía: “Ve al templo de Santo Domingo de Lima, allí encontrarás la curación”.

Se caía en la calle, en su casa, no podía caminar sola. Su cuerpo no tenía equilibrio y tenía problemas de visión. Era casi una inválida. Ella rezaba, suplicaba a Dios que le ayudara a sanarse porque su niña era muy pequeña y tenía necesidad de ella. Dios escuchó su oración y a través del sueño le indicó el camino. Hizo el viaje a Lima y al ver la imagen del santo comprendió el sentido de su sueño, y poco a poco retomó su vida normal. La última vez que la encontré en 2005, la vi feliz y convertida en una asidua devota de san Martín de Porres.

Estos dos casos, entre muchos otros, nos hacen ver que Dios siempre escucha nuestra oración. Él es un Padre bondadoso y misericordioso que se apiada de sus hijos que suplican su ayuda, y muchas veces lo hace a través de sus grandes amigos: los santos.

Juan XXIII en la canonización: ‘Martín de la Caridad’

Martín de Porres nació en Lima en 1579. En su persona se ve confirmado el evangelio: “El que se humilla será ensalzado”. Este hombre que sintonizaba con la oscuridad de su piel y que disfrutaba en Dios al verse humillado y postergado, pasados los siglos se convirtió en un santo que centra en su persona los dos continentes: Europa y América. San Martín es querido por todos, invocado por ricos y pobres, enfermos y menesterosos, por hombres de ciencia y por ignorantes. Su imagen o su estampa va en los viajes, está en las casas y en los hospitales, en los libros de rezo y en los de estudio. Para ser santo, es preciso ser humano; para ser humano, es indispensable ser sensible y tierno. Y precisamente, en su ternura hacia los pobres y en su sensibilidad frente al sufrimiento de los más débiles, radica el innegable atractivo de la santidad de Martín de Porres.

Con la ayuda de varios ricos de la ciudad fundó el Asilo de Santa Cruz para reunir a todos los vagos, huérfanos y limosneros, y ayudarles a salir de su penosa situación. Recogía enfermos y heridos por las calles, los cargaba sobre sus hombros y los acostaba en su propia cama. Sus obras de caridad se multiplicaron y los frailes se quejaban de que Martín quería hacer del convento un hospital, porque a los enfermos que no eran recibidos en el nosocomio los cuidaba y mimaba como una madre. Algunos religiosos protestaron, pues infringía la clausura y la paz. "La caridad está por encima de la clausura", contestaba Martín.

Todos le tenían por santo, era el ángel de Lima. Aquel esfuerzo sobrehumano lo debilitó y cayó enfermo. Él sabía que no saldría de aquella enfermedad. Tenía 60 años de edad, sintió que se acercaba el momento, y pidió a los religiosos que le rodeaban que entonasen el Credo. Mientras lo cantaban, entregó su alma a Dios; era el 3 de noviembre del año 1639.

Al recordar a este santo peruano venerado en el mundo entero, a la luz de las bienaventuranzas no podemos olvidar las palabras de su santidad Juan XXIII, pronunciadas en la ceremonia de la canonización del 6 de mayo de 1962: «Martín nos demuestra con el ejemplo de su vida, que podemos llegar a la salvación y a la santidad por el camino que nos enseñó Cristo Jesús... Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos la dulzura y felicidad que se encuentra en el seguimiento de Jesucristo y en la sumisión a sus divinos mandatos». Y añadió: “Es Martín de la Caridad”.

Hoy como ayer, san Martín de Porres --primer santo americano de color--, continúa guiándonos con el ejemplo de su virtud y fidelidad a la amistad con Dios Padre, con Jesús nuestro Señor y Salvador, y con la Virgen María, nuestra amada Madre.

Cada martes por la noche sus devotos le cantan: “Son tus hermanos … los que hoy llegan fervientes a tu altar,/ danos la luz que iluminó tu mente;/ danos la fe que te enseñó a triunfar.../ Protégenos; tu caridad sagrada..”.