MADRID, martes 6 noviembre 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos el santo del día por nuestra colaboradora Isabel Orellana Vilches. Esta vez ha elegido como vida ejemplar la de un joven cubano, mártir de la fe en España.
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Por Isabel Orellana Vilches
La divina providencia quiso que este joven cubano viniese a derramar su sangre en defensa de la fe en Cristo en España, la tierra de sus antepasados. No es tan mundialmente conocido como otros mártires, pero forma parte por derecho propio de quienes supieron hacer frente con toda valentía a ese postrer instante que se cernía sobre ellos, y generosamente dieron su vida dejando tras de sí un admirable legado de amor. Su humilde familia a primeros del siglo XX un día dejó la noble tierra gallega para ganarse el sustento, como hicieron tantos compatriotas. En su equipaje portaban la fe heredada de sus padres como un preciado tesoro que habrían de transmitir a su numerosa prole. José nació en Jatibonico el 2 de febrero de 1912 y regresó junto a sus progenitores a España en los primeros cinco años de su vida. Era un niño normal que cursaba estudios en calidad de interno con los benedictinos de Santa María de San Clodio sito en Leiro (Orense) dando así sus primeros pasos hacia la vida religiosa. A buen seguro que sus padres habrían puesto grandes esperanzas en él. Finalizados sus estudios, se integró con los PP. Agustinos de Leganés (Madrid). Profesó con ellos, y prosiguió su formación.
Su futuro apostólico como Vicario Apostólico de Hai Phòng, en Vietnam, estaba ya decidido un año antes de convertirse en sacerdote, momento que aguardaba gozoso. Sus superiores habían vislumbrado en él las cualidades y virtudes que ya iban configurándole como un gran apóstol. Se le ha definido con un «carácter bondadoso y tratable, entusiasta y observante». No llegó a partir. Sus sueños se truncaron violentamente al ser apresado el 6 de agosto de 1936 junto a sus hermanos religiosos en medio de la fratricida contienda española.
El antiguo colegio madrileño de San Antón, que había sido propiedad de los PP. Escolapios donde tantos alumnos fraguaron y compartieron su fe –entre otros Fernando Rielo, Fundador de los Misioneros y Misioneras Identes–, convertido entonces en cárcel, fue el escenario donde se desenvolvieron los preámbulos de su particular calvario.
Cuando llegaron a buen puerto las gestiones realizadas por sus atribulados familiares ante las autoridades cubanas, en un gesto de valentía y coherencia José declinó la oferta de su liberación. Y su temple apostólico lleno de caridad se puso de manifiesto en su inquebrantable voluntad de dar hasta el final los mismos pasos de sus hermanos en religión: «¡Prefiero seguir la suerte de todos, y sea lo que Dios quiera!», determinó con rotundidad dispuesto a cumplir la voluntad divina. Los rostros de sus superiores y formadores le contemplaban conmovidos. Y con ellos compartió numerosos sufrimientos en cerca de cuatro meses marcados por las privaciones y angustia, hasta que entregó su alma a Dios en Paracuellos del Jarama (Madrid). Fue ajusticiado el 30 de noviembre de 1936, junto a otros 50 religiosos agustinos, exclamando: «¡Viva Cristo Rey!» al tiempo que renovaba el supremo acto de perdón aprendido del Maestro hacia quienes le privaban de su vida pero le abrían las puertas del cielo. Fue beatificado el 28 de octubre de 2007.