Los padres conciliares entendieron enseguida cuando Juan XXIII habló de ''aggiornamento''

Entrevista al obispo-vicario apostólico emérito de Phom-Penh en Camboya

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Por José Antonio Varela Vidal

ROMA, martes 6 noviembre 2012 (ZENIT.org).- El papa Benedicto XVI ha invitado a profundizar este año en el Concilio Ecuménico Vaticano II, dado que se cumplen 50 años desde su inauguración. Los católicos están llamados a releer los documentos, analizar su amplia resonancia en el mundo, y también conocer a sus protagonistas…

Por tal motivo, ZENIT conversó con monseñor Yves-George-René Ramousse MEP, obispo vicario apostólico de Phom-Phen en Camboya, quien fue uno de los padres conciliares. Esto quiere decir, que fue uno de los obispos convocados en 1962 a las cuatro sesiones del Concilio para traer las experiencias de sus iglesias locales, aportar ideas para el futuro del catolicismo y, como dice él mismo, “aprender de los demás”.

Fue ocasión también para que contara los grandes sufrimientos de los católicos camboyanos, en tiempos de la persecución del régimen de Pol Pot. Y cómo, firmes en su fe, fueron la base para el nacimiento de una iglesia autóctona, la que –como afirma este misionero de toda una vida–, se perfiló siguiendo las enseñanzas del Vaticano II.

¿Qué recuerdos guarda de las sesiones del Concilio Vaticano II?

–Mons. Ramousse: Para mí, el Concilio ha sido una gracia especial porque en aquel tiempo tenía treinta y cinco años. Era muy joven y casi no contaba con experiencia pastoral en ese nivel, por lo que estar entre 2.500 obispos me ayudaría a entender mejor mi ministerio episcopal…

¿Cuál era la actitud general durante este magno evento?

–Mons. Ramousse: Poco a poco se fue formando una conciencia única. Trabajamos juntos e intercambiamos mucho en la preparación de los textos, para luego votar. Para todos era una época extraordinaria, con mucha esperanza. También nos permitió conocer directamente cómo era una iglesia, y la otra, llevadas por estos obispos.

¿Cree que ese era el momento justo para convocar un Concilio?

–Mons. Ramousse: Pienso que era el momento de Dios y del Espíritu Santo. Cuando el papa Juan XXIII anunció la apertura del Concilio el 25 de enero de 1959, todos estuvieron sorprendidos, porque ninguno pensaba que fuese posible hacer un Concilio en ese momento, o que los concilios eran cosa del pasado… Sin embargo, empezamos a entender rápidamente cuando el papa comenzó a hablar de aggiornamento, de apertura; entonces se entendió que era una buena oportunidad.

¿Considera que los sínodos, como el de la Nueva Evangelización, son frutos del Concilio Vaticano II?

–Mons. Ramousse: Si, porque esto es como sucede con un árbol, que necesita un mes para dar flores y seis meses para dar frutos. Es algo largo. Nosotros hemos tenido las flores en este tiempo y la fructificación viene luego, por lo que debemos estar atentos.

Y los frutos para los países de misión, como Camboya, ¿cuáles fueron?

–Mons. Ramousse: Cuando volví a casa, fui a todas las parroquias para informar qué era el Concilio, qué se había decidido y qué debíamos hacer. Entonces dijimos que no podíamos seguir así, sino estar presentes en la cultura camboyana, hablar el camboyano, conocer el budismo, hicimos eventos junto con los líderes… Comenzamos luego a cambiar la liturgia con la Conferencia Episcopal, y al recibir los textos de aplicación los discutimos entre los obispos.

Tampoco fue fácil después…

–Mons. Ramousse: No, porque tuvimos la guerra, luego el régimen de Pol Pot y la Guerra de Liberación por casi 14 años. Toda la Iglesia estaba destruida, porque tres de cada cuatro católicos fueron expulsados del país porque eran vietnamitas, y solo quedaron diez mil católicos camboyanos. Trabajamos igual con esta Iglesia de por sí desmantelada. Luego Pol Pot expulsó a todos los extranjeros, mataron a 14 presbíteros en los campos de «trabajo forzado» –que era una cárcel–, y a dos obispos. Se convirtió en la «Iglesia del silencio», y ya no tendríamos ninguna noticia de la Iglesia en este periodo, porque todos estaban en los campos de trabajo.

¿Y usted dónde fue?

–Mons. Ramousse: Yo estuve en Indonesia para acoger a los refugiados conocidos como los viet-people, que venían de Camboya. Trabajaba en una parroquia porque hablaba camboyano y vietnamita, y así los refugiados me entendían. Estuve tres años en campos de refugiados en Indonesia y fui luego a Tailandia donde había 300.000 refugiados camboyanos. Allí trabajamos siete años para formar un pequeño grupo de cristianos y prepararlos para el momento en que debían regresar. Entonces ya la Santa Sede me había dicho que me hiciera cargo de todos los camboyanos en el mundo, en países como Estados Unidos, Canadá, Australia, Francia, donde estuvieran… En 1989, mientras estaba en un campo de refugiados, recibí la orden de volver a entrar en Camboya.

¿Entonces al volver llevaba la experiencia de los cristianos en los campos?

–Mons. Ramousse: Aunque la Iglesia estaba destruida, la verdadera Iglesia estaba entre nosotros y permanecía viva. Cuando regresé, reunimos a todos los cristianos para escucharlos. Decían que no había ritos, no tenían presbíteros ni sacramentos, por lo que vivían su fe en el corazón y eran unos testigos. Por eso les dijimos que ellos también eran la Iglesia de Camboya… Al entrar en el 1989 ya se había acabado ese tiempo, pero la libertad no había vuelto. Recién hemos podido trabajar en 1990 y celebrar una misa juntos después de 14 años.

Fue como empezar de nuevo, ¿no?

–Mons. Ramousse: Sí, y hemos trabajado con ellos, porque no teníamos tradición. Nos dijimos que debíamos hacer una Iglesia para Camboya. Le preguntamos a la gente ¿qué quieren hacer? Y la respuesta fue: no queremos hacer la misma Iglesia de antes, sino una Iglesia nueva para Camboya. Entonces allí hemos entendido que esa era la «Iglesia del Concilio». Por lo que tuvimos que comenzar de nuevo, ya que no teníamos templos, ni clero, ni religiosas. Todas las iglesias y catedrales estaban destruidas, todas las instituciones estaban tomadas sin ninguna compensación y sin dinero. Fue como recomenzar con las manos vacías… Sin embargo, esto fue más fácil para mi, porque cuando debo hacer las cosas con las manos llenas de otras cosas, se vuelve más difícil (ríe).

¿Con quiénes trabajaron en esta reconstrucción?

–Mons. Ramousse: Fueron los laicos que volvieron de los campos de trabajo, quienes constituyeron la base. Luego ellos mismos pidieron reunirse cada año como en una especie de Sínodo, por lo que todos los cristianos estaban muy contentos de encontrarse y trabajar. Por eso, nosotros tomamos la visión de la Iglesia del Concilio, «la Iglesia Pueblo de Dios», en que todos somos iguales, con la misma misión desde el bautismo. Otra cosa que el Concilio pidió preguntarse fue ¿qué es la Iglesia?, ¿qué es la Palabra de Dios?, ¿la libertad?… Fue como volver a poner a la Escritura en el centro de la vida cristiana.

Y tuvieron que compartir espacio con otras religiones que también regresaron, ¿no?

–Mons. Ramousse: Sí. Atendimos a la voz del Concilio de escuchar a religiones como el budismo. Porque ya los cristianos habían trabajado con los budistas en los campos, dando así un testimonio permanente donde aprendieron a vivir juntos, a dar testimonio sin hablar mucho, pero compartiendo las alegrías y los sufrimientos.

La Nueva Evangelización será también importante ahora en Camboya….

–Mons. Ramousse: Sí, porque Camboya se desarrolla, hay industrias y también turismo. Son nuevos campos y desafíos que debemos atender. Antes Camboya era rural y ahora es industrial y turístico, por lo que debemos pensar cómo transmitir la fe en este contexto. Para la mayo
ría campesina, se le hace muy difícil vivir así.

¿Tiene algunas cifras actuales de la Iglesia en Camboya?

–Mons. Ramousse: El gobierno le da libertad a la Iglesia; no la molesta cuando hacemos el bien. Actualmente son 24.000 católicos, o sea menos del 0,5%. Tenemos 5 seminaristas y 4 presbíteros a quienes empezamos a formar en los campos de refugiados. También hay vocaciones para la vida religiosa, que va recomenzando. Son casi 17 los religiosos misioneros, todos extranjeros, así como los 64 presbíteros venidos de Corea, India, Tailandia, Filipinas, Birmania, entre otros.

Finalmente, hay mucha gente que aún vive la persecusión, y son también la «Iglesia del silencio»… ¿Cuál sería su mensaje para todos ellos?

–Mons. Ramousse: Diría que la esperanza es un deber y yo he conocido esto. ¿Por qué esperar? Recuerdo que cuando visité al papa Pablo VI, me pidió que le explicara lo de Camboya frente a un mapa, por lo que pude explicarle que nos habían sacado, etcétera. Luego él me dijo que los hechos humanos son dificiles de entender, pero lo que sí se entiende es que la salvación de la gente pasa por estos hechos y otros sufrimientos. «Es la cruz y la salvación». Le dije que había entendido exactamente qué era lo que todos esperábamos.

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ZENIT Staff

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