Beata María del Carmen del Niño Jesús

»Ofrenda de vida por la conversión de las almas»

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MADRID, 9 noviembre 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos a los lectores la santa del día. Nuestra colaboradora Isabel Orellana Vilches nos propone la vida de la beata malagueña María del Carmen del Niño Jesús. Logró la conversión de su esposo. Luego fundó la congregación de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones

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Por Isabel Orellana Vilches

El fascinante itinerario espiritual que conduce a la unión con la Santísima Trinidad a veces se inicia tempranamente y germina en ese campo abonado por la tierra buena de la que habla el evangelio. Fue el caso de esta beata nacida en Antequera, (Málaga, España), el 30 de junio de 1834. Sus cualidades personales y espirituales hacían que la convivencia junto a ella fuese un remanso de paz. Ya en su infancia se apreciaba su generosidad y disposición a contentar a todos así como a cumplir la voluntad que Dios tuviese sobre ella. Mostraba singular amor por la Eucaristía y por María y se desvivía por atender a los demás.

 Pero su acontecer no iba a estar marcado por un camino de rosas. Cristo ya advierte a sus seguidores que la travesía espiritual es «angosta y estrecha» y los vericuetos de los planes de Dios que nos conducen a Él en no pocas ocasiones siguen senderos insospechados. En el horizonte de su juventud se presentó la opción de formar un hogar, vía que no llegó a buen término por razones familiares a cuyo juicio no convenía cierto matrimonio. Carmen entrevió la opción de seguir a Cristo como Carmelita Descalza y nuevamente se hizo manifiesta la resistencia de sus seres queridos a dejarla vivir esta vocación. Así las cosas, con 22 años se salió con la suya y contrajo aquel matrimonio que no era bien visto por su familia seguramente no tanto por la diferencia de edad con el esposo, once años mayor que ella, como por las dificultades y repercusión de un difícil carácter que podría poner en serios aprietos a Carmen, como así fue. Los pilares de su vida para afrontar las contrariedades del día a día eran la oración y recepción diaria de la Eucaristía. Con estas prácticas fue llenándose de fortaleza ante la adversidad, hallando en la caridad la razón de su acontecer ya que su vivencia iba conduciéndole a Cristo. Paciencia, abnegación y generosidad derrochada a raudales hacían que sus vecinos volviesen sus ojos hacia ella admirando su temple. 

Veinte años más tarde, cual otra Mónica, logró la conversión de su esposo. En ciertos momentos, hizo notar: «Todos mis sufrimientos los doy por bien empleados con tal que se salve un alma». Tras la muerte de su esposo, Carmen, que estaba vinculada a la Conferencia de san Vicente de Paúl, y que no había descuidado ni un instante su formación espiritual, se sintió particularmente atraída por el carisma franciscano en el que fue profundizando ya como integrante de la Tercera Orden franciscana seglar. De su matrimonio no hubo descendencia, con lo cual, libre de esa responsabilidad, y buscando cumplir la voluntad de Dios, se dedicó a socorrer a los necesitados y prodigar cuanto bien estuvo a su alcance. En 1884, alentada por la luz que le ofreció su director espiritual, el capuchino fray Bernabé de Astorga, puso en marcha el instituto religioso de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones. Sostuvo la fundación en medio de numerosos contratiempos de personas lejanas y de las cercanas –sin duda los más punzantes–, pero que extrajeron de ella su inmensa fe en Dios. Llevada de su experiencia brotaba de sus labios esta sabia convicción que se le oyó manifestar en diversas ocasiones: «La vida del Calvario es la más segura y provechosa para el alma». Murió en Antequera el 9 de noviembre de 1899. Fue beatificada el 6 de mayo del 2007.

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ZENIT Staff

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