“Todos recordamos los momentos de tensión y de espera, cuando el cardenal Tauran, hace cinco días, apareció en el balcón de San Pedro y anunció: ¡Habemus Papam! Qué sorpresa y qué alegría cuando después dijo: su nombre es cardenal Jorge Mario Bergoglio, y él ha elegido el nombre de Francisco”.
El nuncio apostólico no terminó de pronunciar la última palabra cuando la multitud que rebasaba la catedral metropolitana de Buenos Aires, como impelida por un misterioso impulso, prorrumpió en un sonoro y sostenido aplauso como pocas veces, o tal vez nunca, presenció el cronista en este ámbito sagrado, informa la agencia de noticias AICA.
Tras interminables minutos, durante los cuales el representante pontificio miraba atónito a una feligresía exultante, el nuncio continuó: “Es con este mismo gozo y alegría que hoy estoy entre ustedes como representante del papa Francisco en su catedral, para agradecer al Señor junto con ustedes el gran don que ha hecho a su Iglesia en la persona del arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina”.
Ocurrió el domingo 17 de marzo, a las 11.30, en la catedral donde los católicos porteños se dieron cita para asistir a la misa de acción de gracias que presidió el nuncio apostólico, monseñor Emil Paul Tscherrig, con quien concelebró monseñor Joaquín Mariano Sucunza, administrador diocesano interino de la Archidiócesis primada, y numerosos sacerdotes.
En su homilía el nuncio apostólico instó a los fieles “a caminar junto con nuestro papa a la luz de Cristo. Mientras estaba entre nosotros, él nos animó tantas veces a ponernos en camino y a no tener miedo. Hoy como papa nos anima de nuevo a ser piedras vivas de la Iglesia y a hacernos mensajeros del amor y de la misericordia de las que nuestra sociedad tiene tanta necesidad. Seremos testimonio cada vez que seamos honestos y justos, cada vez que reconozcamos en el pobre y en el abandonado el rostro de Cristo”.
«He llegado a la Argentina hace solamente un año –dijo el nuncio de origen suizo–, pero fue el tiempo suficiente para descubrir, admirar y apreciar las altas cualidades espirituales y humanas de este arzobispo inteligente y lúcido, hombre de Iglesia, simple y humilde, cercano a la gente y sin pretensiones. Recuerdo mi sorpresa cuando con motivo de mi primera visita insistió en acompañarme hasta la salida de la casa, un gesto de respeto y de amistad que reserva a todos sus huéspedes. Me acordé de este gesto cuando el papa Francisco se asomó al balcón de San Pedro y cuando, antes de impartir la bendición apostólica, pidió a los fieles que rezaran por él, que imploraran la bendición de Dios sobre su persona y misión. Con tal fin se inclinó ante los miles de fieles, un gesto insólito de humildad, con el fin de recibir por su intercesión, la bendición del Señor. Y quién no recuerda el insistente pedido que acompañaba cada uno de sus saludos y concluía cada una de sus cartas: ¡“rece por mí”!».
“Hoy queremos prometer que continuaremos rezando por nuestro papa Francisco y acompañándolo en la difícil misión que el Señor le ha confiado, con nuestro amor y amistad. También le enviamos a Roma nuestra profunda gratitud por todo el bien que ha hecho por la Iglesia en la Argentina, por su caridad pastoral, por su Leadership, y por el ejemplo de su vida”.
Luego monseñor Tscherrig se refirió a la primera lectura, sobre el éxodo del pueblo elegido como un gesto grandioso y maravilloso del amor de Dios por su pueblo: “Dios abrirá también esta vez, un nuevo camino que conducirá al pueblo a la libertad y a un nuevo comienzo, y pide confianza en la persona amorosa de su Dios”. “Cada vez que el Señor nos da un nuevo papa, nos ofrece también a nosotros como Iglesia un nuevo comienzo. Nos recuerda que nosotros también somos un pueblo de peregrinos en camino hacia la meta definitiva de nuestra vida, que no es este mundo, pero que Dios nos la ofrece en su Hijo Jesucristo. En este camino el Papa es nuestro guía que tiene la función de confirmarnos en la fe y de tenernos unidos como pueblo de Dios, a fin de que la luz de la fe resplandezca como señal segura en el mar tempestuoso de la historia humana. Cada pontificado deja entonces a la Iglesia un sello propio y la personalidad del Papa, con su carisma, señala el ritmo del camino”.
Ahora el papa Francisco –dijo el nuncio recordando el discurso a los cardenales- dejó señalado cuál es el camino que pretende seguir, como el que dijo Dios a Abrahán: “Camina en mi presencia y sé irreprensible”, porque nuestra vida es un camino y cuando nos detenemos, la cosa no va. Caminar siempre, en presencia del Señor, a la luz del Señor, buscando vivir con aquella irreprochabilidad que Dios pedía a Abrahán.
“Para el papa, por lo tanto -.continuó el nuncio-, no se trata de un caminar cualquiera, sino del caminar en la luz del Señor, y pide además que frente al Señor y al mundo seamos irreprensibles, hombres y mujeres que vivan como verdaderos cristianos, que practiquen en su vida lo que creen. En la línea de su predecesor, Benedicto XVI, el santo padre Francisco retoma el tema del Año de la Fe e invita a la conversión, a un retorno a la luz del Señor”.
Monseñor Tscherrig sostuvo que “la historia personal del nuevo papa es verdaderamente la de un hombre que desde su juventud ha considerado todo, como san Pablo, ‘una desventaja’ comparado ‘con el conocimiento de Cristo’. Es el encuentro con el Dios vivo en Cristo resucitado que tiene el poder de cambiar la vida. Como San Pablo, también nuestro Papa se ha dejado inspirar y guiar por su Espíritu y se ha lanzado ‘hacia delante’ para correr ‘en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios (nos) ha hecho en Cristo Jesús”.
“Sigamos a nuestro papa por este camino. Caminemos junto con él a la luz de Cristo. Mientras estaba entre nosotros, él nos ha animado tantas veces a ponernos en camino y a no tener miedo. Hoy como Papa nos anima de nuevo a ser piedras vivas de la Iglesia y a hacernos mensajeros del amor y de la misericordia de las que nuestra sociedad tiene tanta necesidad. Seremos testimonio cada vez que seamos honestos y justos, cada vez que reconozcamos en el pobre y en el abandonado el rostro de Cristo».
Por último monseñor Tscherrig recordó una frase del joven estudiante Bergoglio, “que me gusta mucho y que pienso refleja lo que el papa Francisco ha sido siempre, es decir un hombre de profunda fe y un cristiano sin compromisos. Poco antes de su ordenación sacerdotal, en un momento de gran intensidad espiritual, escribió lo siguiente en forma de oración: “Creo en mi historia, que fue traspasada por la mirada de amor de Dios… Y espero la sorpresa de cada día en la que se manifestará el amor, la fuerza, la traición y el pecado, que me acompañarán hasta el encuentro definitivo con ese rostro maravilloso que no sé cómo es, que le escapé continuamente, pero que quiero conocer y amar…”.
“Que el Señor por intercesión de Nuestra Señora de Luján bendiga a nuestro Papa, que lo proteja y que le dé larga vida”, concluyó el nuncio apostólico.
Pero lo que parecía la conclusión de su homilía, no lo era. El verdadero cierre o remate, pronunciado por monseñor Tscherrig, fue un ¡Viva el papa Francisco!, que provocó en los presentes en la catedral y en los que no pudiendo entrar llenaban el atrio, las escalinatas y la calzada frente al templo mayor porteño, una nueva explosión de prolongados aplausos y agitar de pañuelos y banderas.
Calmado el entusiasmo continuó normalmente la misa, participada con evidente devoción por los fieles, que respondían las oraciones y los cánticos en las diversas partes de la celebración litúrgica.
Cuando el celebrante se preparaba para impartir la bendición papal, para lo cual según explicó tenía concedido el privilegio, el órgano, el coro y los fieles cantaron a viva voz el Christus vinc
it, un himno que no suele oírse en los templos, como en otros tiempos en que era muy conocido, especialmente en las reuniones y actos de la Acción Católica y otras instituciones laicales.
Concluida la celebración eucarística la mayor parte de los fieles presentes y muchos turistas y personas que suelen visitar la Plaza de Mayo, se agolparon frente a una pantalla gigante instalada por el gobierno de la ciudad, donde se proyectó el primer Ángelus del papa Francisco, que horas antes había rezado desde la ventana del palacio apostólico con la multitud reunida en la Plaza de San Pedro.