No es la primera vez que Twitter entra en la escena religiosa, concretamente en los momentos de culto. En la Pascua de 2009, el pastor de la iglesia de Next Level implementó una campaña que preveía el uso de Twitter para compartir la propia experiencia de Dios (la web para la campaña ha desaparecido pero aún se conserva el video promocional en YouTube: http://youtu.be/Kk8ucBlkMRo).
Los dos ejemplos precedentes proceden del ámbito protestante donde la concepción de la cena del Señor, la misa, no es la misma que en el ámbito católico: para el católico la misa –la Eucaristía– supone «el» momento de culto por excelencia a Dios y por ello exige la máxima de las atenciones. En la Eucaristía Dios, por medio del sacerdote, actualiza el sacrificio de su Hijo en la cruz.
Ha habido, sin embargo, experiencias similares de uso de Twitter durante la celebración eucarística en contexto específicamente católico. Piénsese, por ejemplo, en grandes encuentros masivos como la JMJ de Madrid 2011 o Río de Janeiro 2013: tanto en la vigilia como en la misa conclusiva, el equipo de redes sociales estuvo enviando actualizaciones que posibilitaban que miles de personas físicamente lejanas pudieran experimentar y, por así decir, «vivir» esos momentos.
¿Es eso correcto? La argumentación para el uso de redes sociales durante actos litúrgicos, incluyendo la misa, suele aducir motivos de comunión: «¿No es una forma de acercar a la Iglesia a las personas alejadas de ella?», se dice.
Ese tipo de experimentos parecen resultar más bien ambiguos pues en el interés por introducir a los ausentes en la propia experiencia se olvida, además de a la asamblea físicamente presente, que la misa es, ante todo, «el» acto de culto a Dios y no un espectáculo del cual se pone la experiencia personal on line y en vivo. Por otra parte, la comunión en la Iglesia es, ante todo, comunión con Cristo y el lugar y momento eminente para ello son los sacramentos, de modo especial la Eucaristía, que precisan de una presencia física real, no virtual.
Es verdad que las redes sociales pueden facilitar la experiencia psicológica pero la misa no se puede reducir a una experiencia de este tipo. De hecho, el sujeto que en ella participa puede quedar privado de estímulos y sentimientos durante el desarrollo del acto litúrgico y no por eso la misa pierde el esplendor de su significado; y es que el sacramento no depende de estados emocionales.
Si el aspecto psicológico fuese la base de una experiencia de comunión, la eficacia de un tuit o actualización de estado en Facebook dependería directamente más del momento emotivo de las personas (y del ingenio para transmitirlo adecuadamente) que de la gracia sobrenatural misma derivada, en el caso específico de la misa, del sacramento de la Eucaristía, es decir, de la acción de Dios en las personas.
Es significativo que las diferentes cuentas de Twitter asociadas a la Santa Sede no emitan mensajes durante las misas del Papa. Sí lo hacen –las más de las veces con una finalidad informativa, es decir, para contar qué pasó– una vez concluida la celebración eucarística.
En el caso de grandes eventos masivos (Jornada Mundial de la Juventud, Encuentro Mundial de las Familia, Congreso Eucarísticos Internacionales, etc.), es de suponer que las personas que gestionan redes sociales y las usan durante la misa han asistido previamente a una o lo harán después (las misas de domingo son siempre de precepto…) y que procederes análogos a escalas eclesiales menores harían comprensible una emisión de mensajes relacionados al evento por medio de cualquier red social.
Pero todavía queda una cuestión: el uso de redes sociales ¿no equivale a lo que sucede cuando se transmite la misa por medio de televisión o radio? Hay que subrayar que son dos cosas distintas: la transmisión vía televisa o radial supone «dejar hablar al sacramento», en cuanto que no hay más intermediarios. Las misas no tienen cronistas y, cuando los hay, estos tienen una función introductoria y/o conclusiva a la celebración eucarística. El resto del tiempo el protagonista es el sacramento y, ciertamente, debe quedar claro que ver o escuchar una transmisión sobre la misa no sustituye la participación del creyente en la Iglesia. Ni por radio ni por televisión se puede recibir la Eucaristía y es sabido que ese tipo de programas están dirigidos, sobre todo, a las personas que por enfermedad no pueden acudir a la Iglesia para cumplir el precepto de asistir a misa los domingos (al respecto es especialmente valioso el documento «Transmisiones radiotelevisivas de las celebraciones litúrgicas. Directrices y recomendaciones», una traducción de un texto en italiano –a su vez traducción de una obra alemana– preparado el Secretariado de Medios de Comunicación de la Conferencia Episcopal Española).
En el libro «Cyberteologia» (p. 100-101) el padre Antonio Spadaro va al núcleo de lo que aquí está en juego al hablar de la relación entre redes sociales y liturgia: «El riesgo fundamental que parecen concentrar las experiencias litúrgicas en red es el de una deriva “mágica” capaz de diluir, hasta cancelar, el sentido de la comunidad y de la mediación eclesial “encarnada” para, por el contrario, exaltar el papel de la técnica que hace posible el evento». El «hic et nunc» («aquí y ahora»), el tiempo y el espacio real, sigue siendo el criterio de autenticidad y, así, de orientación. Así las cosas, no parece que tuitear durante la misa sea algo aconsejable.