Quizás tenía necesidad de respirar un aire diverso del de los jardines del Vaticano, o quizás al concluir el verano europeo deseaba ver esa residencia que ocho veces lo recibió y al lago de Albano que desde allí se aprecia.
El hecho es que este domingo 18 por la tarde, Benedicto XVI se concedió un breve paseo a Castel Gandolfo, en el palacio que es la residencia de verano de los pontífices desde Urbano VIII, donde estuvo los primeros dos meses después de su renuncia al ministerio de Pedro.
El papa emérito -según refirieron fuentes vaticanas- pasó unas tres horas en Castel Gandolfo, en donde paseó por los jardines del palacio, rezó el rosario y asistió a un concierto de música clásica tocado con el piano.
Al atardecer retornó al Vaticano, al monasterio Mater Ecclesiae, en donde decidió vivir escondido del mundo después de la histórica renuncia del 11 de febrero pasado.
Le acompañaron las señoras Loredana, Carmela, Cristina y Manuela, 'memores domini' laicas consagradas de Comunión y Liberación, que se ocupaban del departamento, la capilla y la ropa de Ratzinger durante los años de pontificado, y que aún le asisten.
El papa Francisco había invitado a Ratzinger a ir durante este verano a Castel Gandolfo, visto que él se quedaba en Roma por motivos de trabajo. El papa emérito entretanto había declinado la invitación, manteniendo el perfil discreto que ha elegido.
No obstante la vida de clausura, Ratzinger recibe esporádicamente a algunas visitas en el monasterio Mater Ecclesiae.
En estos encuentros el ex pontífice no comenta, no desvela, no da declaraciones que podrían ser entendidas como las palabras del otro papa. Al máximo comenta las maravillas que el Espíritu Santo está haciendo con su sucesor, o habla de como esta decisión de dimitirse haya sido una inspiración divina.
Uno de los huéspedes de estos raros encuentros, le dijo a quien firma este artículo, que Benedicto XVI comentó sobre su renuncia: “Me lo dijo Dios”. Y precisó que no se trató de una aparición o fenómeno de este tipo, sino “una experiencia mística” en la que el Señor le hizo nacer e su corazón “un deseo absoluto” de quedarse sólo en oración con Él.
La decisión de Benedicto XVI no fue por lo tanto un huir del mundo, pero un refugiarse en Dios y vivir de su amor. El mismo Rátziger -reveló la fuente que prefirió quedarse anónima- ha declarado que esta “experiencia mística” se ha prolongado durante estos meses y que cuanto más observa el carisma de Francisco, más entiende que su decisión fue la voluntad de Dios.