El papa Francisco recibió hoy al medio día en audiencia a los participantes del encuentro de tres días promovido por el Consejo Pontificio Justicia y Paz, con motivo de la celebración del 50 aniversario de la Encíclica Pacem in Terris, que se celebra en Roma del 2 al 4 octubre.
Ofrecemos a nuestros lectores el íntegro del mensaje.
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Queridos hermanos y hermanas:
Comparto con ustedes la conmemoración de la histórica encíclica Pacem in terris, promulgada por el beato Juan XXIII el 11 de abril de 1963. La Providencia ha querido que este encuentro tenga lugar justo después del anuncio de su canonización. Saludos a todos, especialmente el cardenal Turkson, dándole las gracias por las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.
Los más ancianos entre nosotros recordamos bien el tiempo de la encíclica Pacem in terris. Estaba en su vértice la llamada «guerra fría». A finales de 1962, la humanidad se encontraba al borde de una guerra atómica mundial, y el papa elevó un dramático y afligido llamado por la paz, dirigiéndose así a todos aquellos que tenían la responsabilidad del poder; decía: «Con la mano en la conciencia, escuchen el grito angustioso que de todos los puntos de la tierra, desde los niños inocentes a las personas ancianas, de las personas a la comunidad, que se elevaba hacia el cielo: ¡Paz, paz!» (Radiomensaje, 25 de octubre de 1962).
“Era un grito a los hombres, pero también una súplica dirigida al cielo. El diálogo que, entonces, se abrió con dificultad entre los grandes bloques contrapuestos llevó, durante el pontificado de otro beato, Juan Pablo II, a la superación de aquella fase y a la apertura de espacios de libertad y de diálogo. Las semillas de paz sembradas por el beato Juan XXIII han dado fruto. Y, no obstante hayan caído muros y barreras, el mundo sigue necesitando paz y el llamamiento de la Pacem in terris sigue siendo actual.
1. Pero ¿cuál es el fundamento de la paz? La Pacem in terris lo quiere recordar a todos: este consiste en el origen divino del ser humano, de la sociedad y de la autoridad misma, que compromete a las personas, a las familias, a los distintos grupos sociales y a los Estados a vivir relaciones de justicia y solidaridad. La tarea de todos los seres humanos es, por tanto, construir la paz, con el ejemplo de Jesucristo, siguiendo estos dos caminos: promover y practicar la justicia, con verdad y amor; contribuir, cada uno según su posibilidad, al desarrollo humano integral, según la lógica de la solidaridad.
”Observando la realidad actual, me pregunto si hemos entendido la lección de la Pacem in terris. Me pregunto si las palabras justicia y solidaridad están solo en el diccionario o todos nos esforzamos para que sean una realidad. La encíclica del beato Juan XXIII nos recuerda claramente que no se puede tener verdadera paz y armonía si no trabajamos por una sociedad más justa y solidaria, si no superamos egoísmos, individualismos, intereses de grupo a todos los niveles.
2. Vayamos más adelante. La consecuencia de recordar el origen divino de la persona, de la sociedad y de la misma autoridad no es otra que el valor de la persona, la dignidad de cada ser humano que hay que promover y tutelar siempre, tal como lo afirma la Pacem in terris. Y no son solamente los principales derechos civiles y políticos los que deben ser garantizados, afirma el beato Juan XXIII, sino que se debe ofrecer a cada uno la posibilidad de acceder efectivamente a los medios esenciales de subsistencia: los alimentos, el agua, la vivienda, la atención sanitaria, la instrucción y la posibilidad de formar y sostener una familia. Estos son los objetivos que tienen una prioridad inderogable en la actividad nacional e internacional y son el parámetro de su bien hacer. De ellos depende una paz duradera para todos. Y es importante también que tenga espacio aquella rica gama de asociaciones y de cuerpos intermedios que, en la lógica de la subsidiariedad y en el espíritu de la solidaridad, persigan tales objetivos.
Ciertamente, la encíclica habla de objetivos y elementos que forman parte desde hace tiempo de nuestro modo de pensar, pero habría que preguntarse: ¿Forman también parte de la realidad? ¿Cincuenta años después, se reflejan realmente en el desarrollo de nuestras sociedades?
3. La Pacem in terris no pretendía afirmar que fuera tarea de la Iglesia dar indicaciones concretas sobre temas que, en su complejidad, deben dejarse al libre debate. En materia política, económica y social no es el dogma el que tiene que indicar las soluciones prácticas, sino más bien, el diálogo, la escucha, la paciencia, el respeto de la otra persona, la sinceridad y también la disponibilidad a replantearse la opinión propia. En el fondo, el llamamiento a la paz de Juan XXIII en 1962, apuntaba a orientar el debate internacional según estas virtudes.
Los principios fundamentales de la Pacem in terris pueden aplicarse a una serie de realidades nuevas, como las que analizan en estos días al Encuentro de Justicia y Paz: la emergencia educativa, la influencia de los medios de comunicación de masas sobre las conciencias, el acceso a los recursos de la tierra, el buen o mal uso de los resultados de las investigaciones biológicas, la carrera armamentista y las medidas de seguridad nacionales e internacionales. La crisis económica mundial, que es un síntoma grave de la falta de respeto por el ser humano y por la verdad con la que se han tomado decisiones por parte de los gobiernos y de los ciudadanos, es una prueba clara. La Pacem in terris traza una línea que parte de la paz que debe asentarse en el corazón de los seres humanos hasta un replanteamiento de nuestro modelo de desarrollo y de acción en todos los ámbitos, para que el nuestro sea un mundo de paz. Me pregunto si estamos dispuestos a acoger la invitación.
Traducido de la versión original en italiano por José Antonio Varela V.