SITUACIONES

Dios nos abandonó”, dijo un sobreviviente de La Pintada, comunidad del Estado de Guerrero, devastada por el deslave de un cerro cercano, que dejó sepultadas a muchas personas, con ocasión de las torrenciales lluvias de días pasados en nuestro país. ¿Es verdad que Dios los abandonó? ¿O nosotros no sabemos respetar la creación, la naturaleza, la madre tierra, la vegetación, obra de Dios para bien de sus hijos?

En el año 1998, siendo obispo de Tapachula, sufrimos la depresión tropical Javier, con una gran destrucción de casas y campos cultivables, con graves pérdidas de animales y, sobre todo, de vidas humanas. En esa ocasión, recorriendo los lugares más dañados, una viejecita de Belisario Domínguez, cerca de Motozintla, me dijo: “Esto ya pasó hace cincuenta años y va a volver a pasar…” En efecto, en 2005, con el huracán Stan, de efectos más devastadores, se incrementaron aquellas escenas de dolor. Pero quedó muy claro que, donde hay suficientes árboles, casi no hubo deslaves de cerros ni graves daños; en cambio, donde se tiraron los árboles para sembrar maíz, para poner casas y hacer caminos, la destrucción fue terrible. En los márgenes de los ríos, donde muchos asentaron sus viviendas, por su pobreza, por no tener otro espacio, o quizá por irresponsabilidad, todo se lo llevó el agua.

ILUMINACION

No sabemos convivir con la naturaleza. Dios puso en ella un orden extraordinario, todo para bien de los humanos. Los huracanes son necesarios, para que llegue el agua a lugares donde casi no llueve. Los terremotos y la erupción de volcanes son necesarios, para que nuestra tierra libere la energía que tiene dentro, pues somos un planeta vivo, en constante movimiento. Si no hubiera estos fenómenos, seríamos un planeta muerto. Lo importante es aprender a convivir con estos hechos de la naturaleza, respetar sus leyes y no construir viviendas en lugares no aptos para vivir; de lo contrario, todos nos exponemos a sufrir las consecuencias. No echemos la culpa a Dios.

El Papa Francisco, al igual que sus antecesores, nos ha insistido en respetar y cuidar lo que Dios ha puesto en nuestras manos: Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación. La vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís.

Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Quisiera pedir, por favor: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro.

Custodiar la creación, con una mirada de ternura y de amor, es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. Me ayuda pensar en el nombre de Francisco, que enseña un profundo respeto por toda la creación, la salvaguardia de nuestro medio ambiente, que demasiadas veces no lo usamos para el bien, sino que lo explotamos ávidamente, perjudicándonos unos a otros”.

COMPROMISOS

Ante la emergencia de los damnificados, hay que abrir el corazón y hacerles llegar nuestra generosa ayuda. No podemos ver tantas escenas de sufrimiento y quedarnos cómoda y egoístamente sin hacer nada; tampoco limitarnos a buscar culpables de estas tragedias. Hay que revisarnos todos para analizar cómo estamos respetando la creación, obra de Dios para nuestro bien.

Al buscar un lugar para vivir, hay que preguntarse si es seguro, si no está en márgenes de ríos, si no es un humedal expuesto a inundaciones, si no está en cerros en declive. Y no tirar basura ni árboles irresponsablemente, sino sembrar los que más se puedan; son los mejores filtros para procesar el agua; aunque caiga en abundancia, es benéfica y no destructora, si hay árboles.