Antes de las 9.30 ha llegado el santo padre a la Sala de la Expoliación, ha saludado a varias personas que allí se encontraban, entre ellos los pobres asistidos por Cáritas. Una gran sonrisa ha acompañado al papa en la acogida con la que le han recibido, mientras intercambiaba breves palabras personalmente al dar la mano a los presentes.
El obispo de Asís, monseñor Domenico Sorrentino ha comenzado sus palabras recordando que en esta sala sopló el viento de Pentecostés, en el gesto impresionante de la expoliación de san Francisco, cuando el santo se desviste para indicar su renuncia de los bienes materiales. El santo de Asís que «renunció a todo para poseerlo todo poniéndose como Cristo de la parte de los humildes y pobres». Ha señalado además, que muchas de estas personas presentes no tienen dónde dormir, qué comer o no están sin empleo. «Luchamos juntos por la dignidad», ha afirmado el prelado. Y al papa le ha pedido que «nos ayudes a comprender cómo tenemos que despojarnos de nosotros mismos, para quedar libres para servir. Para ser una Iglesia que se ocupa del dolor de Cristo en las llagas de los pobres».
El papa Francisco ha dejado el discurso que llevaba preparado para hablar de forma improvisada. Ha comenzado señalando que estos días pasados en los periódicos se hacía ‘fantasía’, sobre que el papa en Asís expoliaría la Iglesia, los hábitos de los obispos, los cardenales, a sí mismo. El santo padre ha matizado que ésta es una buena ocasión para hacer una invitación a la Iglesia a expoliarse. Pero – ha añadido – la Iglesia somos todos, desde el primer bautizado. «Todos debemos ir por el camino de Jesús, que ha hecho un camino de expoliación Él mismo», recordando que Jesús se ha hecho siervo, servidor, ha querido ser humillado hasta la Cruz. Por eso Francisco recuerda que «si queremos ser cristianos no hay otro camino». Así mismo ha advertido sobre el peligro de ser cristianos de ‘pastelería’ que son tartas muy bonitas pero no hay un fondo.
Y ha preguntado: «¿de qué debe expoliarse la Iglesia?» Francisco ha subrayado, con gran insistencia sobre el peligro de la mundanidad, «un peligro gravísimo que amenaza a toda la Iglesia». Esa mundanidad que lleva a la vanidad, la prepotencia, el orgullo, «esto es un ídolo. Y la idolatría es el pecado más fuerte». Y ha vuelto a recordar que la Iglesia somos todos, y que «es triste encontrar un cristiano mundano». Como ya ha afirmado en otras ocasiones, Francisco advierte que no se puede trabajar de las dos partes, o se sirve a Dios o se sirve al dinero».
Al finalizar se ha dirigido a los presentes, pobres asistidos por Cáritas. El pontífice ha comentado que muchos de ellos han sido expoliados «por este mundo salvaje» que no da trabajo, que no ayuda y que nos se preocupa si la gente muere de hambre, que tienen que huir buscando libertad, «con tanto dolor vemos que encuentran la muerte como ayer en Lampedusa. Hoy es un día le llanto». Por esto, el papa ha explicado que estas cosas las hace el espíritu del mundo.
A este punto, ha afirmado que fue la fuerza de Dios la que empujó a san Francisco a expoliarse y ha invitado a pedir la gracia «de tener el valor de expoliarse de esta mundanidad» que – reflexiona el papa – es el cáncer de la sociedad.