Esta semana ha comenzado con el recuerdo de la beatificación de 522 mártires del siglo XX en España. En la ceremonia, tanto el Papa como el cardenal Angelo Amato han remarcado de estos testigos de la fe que fueron cristianos hasta el final y que hemos de imitarles muriendo un poco cada día a nuestros egoísmos, perezas, tristezas y bienestar. Ellos nos invitan a perdonar y llevar paz a los corazones. Además, nos animan a ir contracorriente, a la conversión a Dios, que crea fraternidad en los demás.
Si reconocemos en la experiencia de la entrega de su vida el agradecimiento de su vocación, la alegría de su don a todos, no podemos estar más que agradecidos. En ellos, como si se tratara de extranjeros de la patria celeste en una cultura de persecución y odio a la fe, se cumplió la condición de profetas no acogidos o no bien recibidos, y de testigos de Jesucristo vivo, muerto y resucitado. En su tiempo fueron la Iglesia entera porque entre ellos estaban seglares, religiosos y sacerdotes.
¿Cómo podemos llevar a nuestro entorno concreto su lección de fidelidad, entrega, alegría y paz? La reciente beatificación ha hecho que fuera reciente no tanto una guerra fratricida injustificada e incomprensible para las personas de buena voluntad, sino la radicalidad, hasta el final, en el seguimiento a Jesucristo, obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.
¿Qué quieren trasmitirnos los mártires del siglo XX en esta época que vivimos a cada uno de los padres y madres de familia, educadores en la fe, sacerdotes, religiosos, catequistas, etc? Cada uno de nosotros tiene ante sí el camino de Jesucristo, la aventura tan humana del encuentro con Él, Su mirada y Su voz concretas a través de las circunstancias mediante las que le hemos hallado. Así, desde Él, la relación con la realidad es verdadera, completa y nueva. Cada situación es, o puede ser, un motivo de esperanza para encontrar más certezas y más atractivo en la vida.
En este sentido, tenemos en la semana, junto a nuestros beatos mártires, unos días especiales en los que alabar a Dios por otros profetas y mártires, cruentos e incruentos, de la caridad de Cristo.
San Calixto I, papa y mártir, cuya memoria celebramos el lunes 14 tuvo a su cuidado el cementerio de la vía Apia que lleva su nombre, donde dejó para la posteridad las memorias de mártires. El martes 15 es la fiesta de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora, que llegó a ser madre y maestra de una observancia más estrecha de la Orden Carmelitana, y a causa de la reforma de dicha Orden hubo de sufrir dificultades que superó con ánimo esforzado. El jueves 16 tenemos la memoria de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, que habiendo sido condenado al suplicio de las fieras en Roma, en tiempo del emperador Trajano, exhortaba a las siete Iglesias a servir a Dios unidos al obispo y que no le impidiesen poder ser inmolado como víctima por Cristo. La fiesta de san Lucas, evangelista, del viernes 19, nos recuerda también el carácter expiatorio de esta semana, pues el evangelio que lleva su nombre está representado por un ternero o buey, animal sacrificial de la sinagoga judía, con el sacerdote Zacarías, esposo de santa Isabel y padre de san Juan Bautista. Terminamos la semana el sábado 19 con la memoria de varios mártires jesuitas del siglo XVII, san Juan de Brébeuf e Isaac Jogues, presbíteros y compañeros mártires.
Pidamos, por intercesión de los beatos y santos mártires, conmovernos por la pertenencia a Cristo y mirar toda circunstancia como una forma nueva de estar con Él en la realidad, siendo testigos valientes y alegres de Su Presencia en nuestro mundo.