Por una Iglesia ministerial

Laicos y sobre todo catequistas, colaboradores indispensables en la tarea evangelizadora

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SITUACIONES

El Estado de Chiapas y otros Estados del sur del país tienen las cifras más bajas de católicos y las más altas de protestantes. Es un dato no exclusivo de nuestra diócesis. Entre otras razones, se afirma que se debe a la falta de sacerdotes que hubo en esta región, cuando la tarea pastoral estaba concentrada en los presbíteros, con poca incidencia de los fieles laicos. A partir del Concilio Vaticano II, nuestras diócesis han involucrado a muchísimos laicos, sobre todo catequistas, como colaboradores indispensables en la tarea evangelizadora, y se ha frenado el acelerado descenso de católicos. Nosotros contamos con unos ocho mil catequistas, la mayoría indígenas, dedicados a atender a sus comunidades.

Como una prolongación de mis bodas de oro sacerdotales, se organizó aquí un Coloquio Teológico-Pastoral, con el objetivo de fortalecer e impulsar el caminar de nuestra Iglesia diocesana, profundizando en su ser y quehacer como Iglesia ministerial inculturada, que dé respuesta a los desafíos que presenta la realidad de hoy. El tema fue: La Iglesia ministerial inculturada, a partir del Concilio Vaticano II, en América Latina. Nos propusimos como lema: Por una Iglesia ministerial que construya la unidad en la diversidad. Estamos conscientes de la necesidad de muchos ministerios, ordenados y no ordenados, y de otros servicios apostólicos que se requieren para la evangelización, no sólo a nivel interno eclesial, sino también para hacer llegar el amor misericordioso de Dios a las periferias existenciales existentes, como alcohólicos y drogadictos, enfermos, presos y migrantes, jóvenes sin horizonte y sin sentido, mujeres infravaloradas y violentadas, quienes tienen otras tendencias de género, universitarios y creadores de opinión, líderes sociales y políticos, artistas, etc.

ILUMINACION

En Aparecida, resaltamos que “la condición del discípulo brota de Jesucristo como de su fuente, por la fe y el bautismo, y crece en la Iglesia, comunidad donde todos sus miembros adquieren igual dignidad y participan de diversos ministerios y carismas” (DA 184).

Se pide que “los párrocos sean promotores y animadores de la diversidad misionera”, pues “una parroquia renovada multiplica las personas que prestan servicios y acrecienta los ministerios. Se requiere imaginación para encontrar respuesta a los muchos y siempre cambiantes desafíos que plantea la realidad, exigiendo nuevos servicios y ministerios. La integración de todos ellos en la unidad de un único proyecto evangelizador es esencial para asegurar una comunión misionera” (DA 202).

Los laicos también están llamados a participar en la acción pastoral de la Iglesia, primero con el testimonio de su vida y, en segundo lugar, con acciones en el campo de la evangelización, la vida litúrgica y otras formas de apostolado, según las necesidades locales bajo la guía de sus Pastores. Ellos estarán dispuestos a abrirles espacios de participación y a confiarles ministerios y responsabilidades en una Iglesia donde todos vivan de manera responsable su compromiso cristiano” (DA 211).

La diversidad de carismas, ministerios y servicios, abre el horizonte para el ejercicio cotidiano de la comunión. Cada bautizado, en efecto, es portador de dones que debe desarrollar en unidad y complementariedad con los de los otros, a fin de formar el único Cuerpo de Cristo, entregado para la vida del mundo. El reconocimiento práctico de la unidad orgánica y la diversidad de funciones asegurará mayor vitalidad misionera” (DA 162)

COMPROMISOS

Se requiere “una valiente acción renovadora de las Parroquias, a fin de que sean de verdad espacios de la iniciación cristiana, de la educación y celebración de la fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de modo comunitario y responsable, integradoras de movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los proyectos pastorales y supraparroquiales y a las realidades circundantes” (DA 170). Ojalá caminemos más por estos senderos.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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