Francisco sobre San Pablo: nada pudo alejarlo del amor de Cristo

La misa diaria del papa fue en la Basílica de San Pedro, en el altar lateral donde se encuentra la tumba del beato Juan Pablo II

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El papa Francisco celebró misa la mañana del jueves en la Basílica de San Pedro, en el altar donde se encuentra la tumba del beato Juan Pablo II. Había más de un centenar de presbíteros y muchos fieles. El santo padre comentó las lecturas del día: la carta de san Pablo a los Romanos, donde el apóstol de los gentiles habla de su amor por Cristo, así como el pasaje del evangelio de san Lucas en el que Jesús llora por Jerusalén, que no ha entendido cuán amada es por él.

A continuación ofrecemos el texto íntegro de la breve homilía del santo padre:

En estas lecturas hay dos cosas que golpean. En primer lugar, la seguridad de Pablo: «Nadie puede alejarme del amor de Cristo». Más era tanto lo que amaba al Señor –porque lo había visto, lo había encontrado, el Señor le había cambiado la vida–, le amó tanto que decía que nada podía alejarlo de Él. Precisamente este amor del Señor era el centro de la vida de Pablo. Ni las persecuciones, ni las enfermedades, ni las traiciones; incluso todo lo que ha vivido, todas esas cosas que le han sucedido en su vida, nada de esto ha podido alejarlo del amor de Cristo. Fue el mismo centro de su vida, la referencia: el amor de Cristo.

Y sin el amor de Cristo, sin vivir de este amor, reconociéndolo, nutriéndonos de ese amor, no se puede ser cristiano: el cristiano es aquel que se siente mirado por el Señor, con esa mirada tan hermosa, amado por el Señor y amado hasta el final. Se siente… El cristiano siente que su vida fue salvada por la sangre de Cristo. Y esto hace el amor: esta relación de amor. Eso es lo primero que me golpea mucho.

La otra cosa que me llama la atención es esta tristeza de Jesús, cuando mira a Jerusalén. «Oh tú, Jerusalén, que no has entendido el amor». No ha entendido la ternura de Dios, es esa imagen tan hermosa que dice Jesús. No entender el amor de Dios: lo contrario de lo que sentía Pablo. Pero sí, Dios me ama, Dios nos ama, pero es algo abstracto, es algo que no toca mi corazón y yo me organizo en la vida como puedo. No hay lealtad allí. Y el grito del corazón de Jesús a Jerusalén es este: «¡Jerusalén, tú no eres fiel: tú no te has dejado amar; y te has entregado a tantos ídolos, que te prometían todo, te ofrecían todo y luego te han abandonado». El corazón de Jesús, el sufrimiento del amor de Jesús: un amor rechazado, que no lo ha recibido.

Estas dos figuras en la actualidad: la de Pablo, que permanece fiel hasta el final al amor de Jesús, desde donde encuentra la fuerza para seguir adelante, para soportar todo. Él se siente débil, se siente pecador, pero tiene la fuerza en aquel amor de Dios, en aquel encuentro que tuvo con Jesucristo. Y por otro lado, la ciudad y el pueblo infiel, no fiel, que no acepta el amor de Jesús, o lo que es peor, ¿eh? Que vive este amor a medias: un poco sí, un poco no, de acuerdo a su conveniencia.

Echemos un vistazo a Pablo con su valentía que proviene de este amor, y miremos a Jesús que llora sobre aquella ciudad que no es fiel. Miremos la fidelidad de Pablo y la infidelidad de Jerusalén, y al medio veamos a Jesús, su corazón, que nos ama tanto. ¿Qué podemos hacer? La pregunta: ¿me parezco más a Pablo o a Jerusalén? Mi amor por Dios es tan fuerte como el de Pablo o mi corazón es un corazón tibio como el de Jerusalén? Que el Señor, por la intercesión del beato Juan Pablo II, nos ayude a responder a esta pregunta. ¡Que así sea!

Traducido por José A. Varela del texto en italiano de Radio Vaticana

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ZENIT Staff

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