(ZENIT – 19 sept. 2018).- El Santo Padre, continuando el ciclo de catequesis sobre los Mandamiento ha centrado esta vez su atención sobre el tema: “Honra a tu padre y a tu madre” (pasaje bíblico: Carta de San Pablo a los Efesios 6, 1-4).
«Honrar a los padres que nos han dado la vida», ha exhortado Francisco. «Si te has alejado de tus padres –aconseja el Papa– haz un esfuerzo y vuelve, vuelve donde ellos; quizás son viejos… Te han dado la vida».
«Honrar a los padres conduce a una larga vida feliz», ha indicado el Papa esta mañana, 19 de septiembre de 2018, en la audiencia general, celebrada a las 9:30 horas en la Plaza de San Pedro, donde el Pontífice ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo.
La palabra «felicidad» en el Decálogo aparece solo vinculada a la relación con los padres –ha recordado– y ha citado la frase del libro bíblico del Deuteronomio: «Honra a tu padre y a tu madre, como el Señor tu Dios te ha mandado, para que tus días se prolonguen y seas feliz en la tierra que el Señor tu Dios te da».
Jamás insultar a los padres
Asimismo, el Santo Padre ha hecho un llamamiento a tratar bien a los padres: «Entre nosotros está la costumbre de decir cosas malas, palabrotas… Por favor, nunca, jamás, insultar a los padres. ¡Nunca! No se insulta nunca a la madre, no se insulta nunca al padre. ¡Nunca, nunca! Tomad esta decisión interior: a partir de ahora no insultaré nunca a la madre o al padre de nadie. ¡Le han dado la vida! No hay que insultarlos».
Tras resumir su discurso en diversas lenguas, el Santo Padre ha saludado en particular a los grupos de fieles presentes procedentes de todo el mundo.
La audiencia general ha terminado con el canto del Pater Noster y la bendición apostólica.
***
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el viaje dentro de las Diez Palabras, llegamos hoy al mandamiento sobre el padre y la madre. Se habla de la honra debida a los padres. ¿Qué es esta «honra«? La palabra hebrea indica la gloria, el valor, a la letra el «peso«, la consistencia de una realidad. No es una cuestión de formas externas, sino de verdad. Honrar a Dios, en las Escrituras, significa reconocer su realidad, tener en cuenta su presencia; esto también se expresa en los ritos, pero sobre todo implica dar a Dios el lugar justo en la existencia. Honrar al padre y a la madre significa reconocer su importancia también a través de acciones concretas, que expresan dedicación, afecto y cuidado. Pero no se trata solamente de esto.
La Cuarta Palabra tiene su propia característica: es el mandamiento que contiene un resultado. De hecho, dice: «Honra a tu padre y a tu madre, como el Señor tu Dios te ha mandado, para que tus días se prolonguen y seas feliz en la tierra que el Señor tu Dios te da» (Deut 5:16). Honrar a los padres conduce a una larga vida feliz. La palabra «felicidad» en el Decálogo aparece solo vinculada a la relación con los padres.
Esta sabiduría milenaria declara lo que las ciencias humanas han podido elaborar solamente hace poco más de un siglo: que la huella de la infancia marca toda la vida. Es fácil entender, con frecuencia, si alguien ha crecido en un ambiente saludable y equilibrado. E igualmente percibir si una persona proviene de experiencias de abandono o de violencia. Nuestra infancia es como una tinta indeleble, se expresa en los gustos, en la forma de ser, incluso si algunos tratan de ocultar las heridas de sus orígenes.
Pero el cuarto mandamiento dice aún más. No habla de la bondad de los padres, no requiere que los padres y las madres sean perfectos. Habla de un acto de los hijos, independientemente de los méritos de los padres, y dice algo extraordinario y liberador: incluso si no todos los padres son buenos y no todas las infancias son serenas, todos los hijos pueden ser felices, porque el logro de una vida plena y feliz depende de la justa gratitud con aquellos que nos han puesto en el mundo.
Pensemos en cómo esta Palabra puede ser constructiva para muchos jóvenes que vienen de historias de dolor y para todos aquellos que han sufrido en su juventud. Muchos santos, y muchos cristianos, después de una infancia dolorosa vivieron una vida luminosa, porque, gracias a Jesucristo, se reconciliaron con la vida. Pensemos en ese joven que será beato el mes próximo, Sulpicio, que con 19 años terminó su vida reconciliado con tantos dolores, con tantas cosas, porque su corazón estaba sereno y nunca renegó de sus padres. Pensemos en San Camilo de Lellis, quien desde una infancia desordenada construyó una vida de amor y servicio, en Santa Josefina Bakhita, que creció en una horrible esclavitud, o en el beato Carlo Gnocchi, huérfano y pobre; y en el mismo San Juan Pablo II, marcado por la pérdida de la madre en temprana edad.
El hombre, de cualquier historia venga, recibe de este mandamiento la orientación que lleva a Cristo: en Él, efectivamente, se revela el verdadero Padre, que nos ofrece «renacer de lo alto» (Jn 3, 3-8). Los enigmas de nuestras vidas se iluminan cuando descubrimos que Dios desde siempre nos prepara para una vida de hijos suyos, donde cada acto es una misión recibida de Él.
Nuestras heridas comienzan a ser potenciales cuando, por gracia, descubrimos que el verdadero enigma ya no es «¿por qué?», sino «¿para quién?»,” ¿para quién?” me sucedió a mí. ¿En vista de qué obra me ha forjado Dios a lo largo de mi historia? Aquí todo se revierte, todo se vuelve precioso, todo se vuelve constructivo. Mi experiencia, aunque haya sido triste y dolorosa, a la luz del amor, ¿cómo se vuelve para los demás, para quién fuente de salvación? Entonces podemos comenzar a honrar a nuestros padres con la libertad de los hijos adultos y con la aceptación misericordiosa de sus límites.
Honrar a los padres que nos han dado la vida. Si te has alejado de tus padres, haz un esfuerzo y vuelve, vuelve donde ellos; quizás son viejos… Te han dado la vida. Y luego, entre nosotros está la costumbre de decir cosas malas, palabrotas… Por favor, nunca, jamás, insultar a los padres. ¡Nunca! No se insulta nunca a la madre, no se insulta nunca al padre. ¡Nunca, nunca! Tomad esta decisión interior: a partir de ahora no insultaré nunca a la madre o al padre de nadie. ¡Le han dado la vida! No hay que insultarlos.
Esta vida maravillosa se nos ofrece, no nos la imponen: renacer en Cristo es una gracia para acogerla libremente (cfr. Jn1, 11-13) y es el tesoro de nuestro Bautismo, en el cual, por obra del Espíritu Santo, uno solo es el Padre nuestro, el del cielo (cfr. Mt 23,9; 1 Cor. 8,6; Ef. 4,6) ¡Gracias!
© Librería Editorial Vaticano
El Papa Francisco saluda en la audiencia general © Vatican Media
Audiencia general, 19 septiembre 2018 – Catequesis completa
Tema: «Honra a tu padre y a tu madre»