ROZNAVA, 14 septiembre 2003 (ZENIT.org).- Juan Pablo II hizo un llamamiento a evangelizar no sólo con palabras, sino sobre todo con el testimonio de vida, en su tercer día de estancia en Eslovaquia.
El Papa celebró este sábado la eucaristía en el Campo de Podrakos, a las afueras de Roznava, antigua ciudad de unos 20.000 habitantes, en una etapa de un viaje que se ha caracterizado por la gran cantidad de kilómetros que ha tenido que recorrer en coche y avión.
«Las palabras mueven; el ejemplo arrastra», afirmó el Santo Padre ante 150.00 peregrinos, de los cuales 15.000 eran húngaros y 10.000 polacos.
«Podéis ofrecer una gran contribución a la evangelización del mundo contemporáneo y a la construcción de una sociedad más justa y fraterna con el estilo de vuestra vida cristiana», dijo el Santo Padre en una homilía en la que afrontó las preocupaciones más cercanas de la gente del lugar.
Roznava, cercana a Polonia y Hungría, es una ciudad minera en la que el desempleo, según algunas fuentes, afecta a más de la mitad de la población, y muchos de sus habitantes se sienten abandonados de los políticos de la capital.
En el día de san Juan Crisóstomo, considerado como puente entre Oriente y Occidente, en una mañana de viento, el Papa pronunció palabras dirigidas especialmente a los fieles de Hungría, a los que definió como «constante enriquecimiento» para toda Eslovaquia.
En el país viven unos 500.000 habiantes de origen húngaro. En su saludo en húngaro, que fue le leído por monseñor Vladimir Filo, obispo coadjutor de Roznava, invitó a salvaguardar siempre «la unidad eclesial, factor de crecimiento humano y espiritual para toda la sociedad eslovaca».
Siguiendo este carácter local, en la homilía el Papa también dirigió palabras de ánimo a los agricultores del país, que sienten temores por el precio que este sector puede pagar con su ingreso a la Unión Europea, el próximo mes de mayo. Los hombres del campo, dijo, ofrecen «una contribución indispensable a la vida de la nación».
El compromiso de vida cristiana que pidió el obispo de Roma fue testimoniado cuando dos niñas gemelas regalaron sus muñecas al Papa. Las pequeñas nacieron siamesas y fueron separadas en una operación de cadera en el año 2000.
Lucía y Andrejka fueron presentadas por monseñor Eduard Kojnok, obispo de Rosnava, como frutos del compromiso contra el aborto, pues, como él mismo aclaró, «la madre podría haber matado a dos preciosas niñas sanas si hubiera decidido abortar».
El gesto sirvió de apoyo a la decisión del presidente de la República eslovaca, Rudolf Schuster, presente en la eucaristía, quien se negó a firmar una enmienda del parlamento eslovaco para ampliar la despenalización del aborto.
Durante el día, el portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro-Valls, desmintió informaciones de prensa, según las cuales, el Papa tuvo que someterse a tratamientos médicos particulares al llegar a Eslovaquia.
Tras el cansancio acumulado por el Papa, que en ese sábado recorrió 465 kilómetros en avión y coche, Navarro-Valls dijo que «las limitaciones físicas del Papa son evidentes, lo que es extraordinario y conmovedor es ver que no oculta su enfermedad y al contrario la hace parte integrante de su ministerio y de su trabajo apostólico».