El Papa: sí a las adopciones; no a tener hijos a todo precio

Testimonios y color en la vigilia del Jubileo de las familias

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CIUDAD DEL VATICANO, 15 oct (ZENIT.org).- Juan Pablo II presidió en la tarde de ayer, sábado, la vigilia del Jubileo de las familias en la que se superaron todas las expectativas: 250 mil personas, de todos los continentes, en una plaza de San Pedro que se quedó pequeña.

El encuentro recordó las imponentes Jornadas Mundiales de la Juventud del mes de agosto pasado. Hasta el clima de la tarde era veraniego. La gente llegó en mangas de camisa. Niños por todos los sitios se escapaban de las manos de sus padres para jugar –y a veces perderse– con sus amiguitos recién encontrados. Niños italianos jugaban con pequeños de franceses, a pesar de que no se entendían ni una sola palabra.

El Papa llegó con algo de anticipación a la plaza de San Pedro. Dado que muchos no tenían espacio para entrar, recorrió la Vía de la Conciliación en «papamóvil», de pie, para a saludar de cerca a los peregrinos.

Mensaje de paz
El encuentro había comenzado ya antes, con las imágenes de Nazaret, donde por iniciativa del Consejo Pontificio para la Familia, organismo vaticano presidido por el cardenal Alfonso López Trujillo, está naciendo un centro de espiritualidad para todas las familias del mundo.

Precisamente es de Nazaret la cantante Amal, quien cantó acompañada por una banda de músicos judíos y palestinos. De esta manera sencilla, desde la plaza vaticana, salió un mensaje de paz en estos momentos tan delicados para la tierra en que vivió Jesús.

La voz de los niños de la calle
Entre los testimonios que se ofrecieron al comenzar el evento, impresionó la aventura humana de Anderson, un joven brasileño de 21 años, quien fue «niño de la calle» y que pudo cambiar de vida cuando se encontró con gente capaz de amarle. Ahora se dedica ayudar a otros pequeños que atraviesan su misma experiencia.

«No he conocido a mi padre y mi madre murió cuando tenía 9 años –relató–. Me metí en el tráfico de droga, donde trabajan y mueren muchos niños, allí experimenté el infierno. Nadie me amaba, yo no me amaba ni amaba a nadie».

Tomó también la palabra el Hermano Grabriel, quien desde hace 18 años trabaja en Sri Lanka, que en el pasado era definida como «la Isla Paraíso»; ahora, sin embargo, «desde hace unas décadas se ha convertido en meta de un turismo perverso de hombres en búsqueda de playas encantadoras y de pequeñas víctimas baratas» de las que abusan sexualmente. A pesar de los esfuerzos de los misioneros salesianos, se calcula que hoy hay 33 mil adolescentes ceilandeses están involucrados en la prostitución.

La voz de las familias
Siguieron así los testimonios de familias que venían de Australia, Angola, Venezuela, Bélgica, India, Estados Unidos. La italiana Elena Canale, al acercarse al micrófono, al lado de su marido, Giovanni, explicó: «Vimos en un período la historia de Francesco, que entonces tenía 40 días. Escribimos al juez para decirle que no éramos una familia rica, pero que si lo que teníamos en casa y en el corazón podía ser de ayuda, estábamos dispuestos a acogerle como un hijo. Ahora Francesco es un estudiante del primer año de educación secundaria, y si bien necesita una silla de ruedas eléctrica para moverse, ha aprendido muchas cosas bellas. Sabe dibujar con la boca e inventarse cuentos».

Una familia misionera recibió la bendición del Papa. Representaba a las más de cien familias del Camino Neocatecumenal dispuestas a partir a diferentes países del mundo para anunciar el Evangelio con sus hijos.

Los hijos, un don
Cuando ya había oscurecido, y la plaza de San Pedro se iluminó por las 250 mil velas de los presentes, Juan Pablo II tomó la palabra para dejar su mensaje para este Jubileo de las familias, que giró en torno al tema: «Los hijos, primavera de la familia y de la sociedad».

Un mensaje que se enfrenta con una realidad difícil, en especial en los países más ricos: «Parecería que en ocasiones los niños son vistos más como una amenaza que como un don. Pero vosotros estáis aquí esta noche para testimoniar, con vuestra convicción, que es posible invertir estas tendencias».

«En nuestro tiempo –añadió el Papa– el reconocimiento de los derechos del niño ha experimentado progresos, pero permanece el dolor por la negación práctica de estos derechos, que se manifiesta en numerosos atentados contra su dignidad».

Los niños ante todo
Por ello, consideró, «es necesario vigilar para que el bien del niño se ponga siempre en el primer lugar, comenzando por el momento en que se desea tener un hijo».

«La tendencia a recurrir a prácticas moralmente inaceptables en la generación revela la absurda mentalidad de un «derecho al hijo», que ha sustituido al justo reconocimiento de un «derecho del hijo» a nacer y a crecer de manera plenamente humana».

Frente a la mentalidad de quien quiere tener un hijo a cualquier precio, el Papa presentó más bien el camino de la adopción: «un auténtico ejercicio de caridad que apunta al bien de los niños antes que a las exigencias de los padres».

Por último, en una referencia implícita a algunas políticas familiares que discriminan los derechos de los matrimonios o a los programas de control coercitivo de la población, el Papa pidió «tanto a los Parlamentos nacionales, como a las Organizaciones internacionales y, en particular a la Organización de las Naciones Unidas, que nunca olviden esta verdad».

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ZENIT Staff

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