CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 25 febrero 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció Juan Pablo II en la celebración de la Palabra que presidió el Miércoles de Ceniza en la Basílica de San Pedro del Vaticano, durante el rito de imposición de las cenizas.
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1. «Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mateo 6,4 y 6,18). Estas palabras de Jesús se dirigen a cada uno de nosotros al inicio del camino cuaresmal. Lo emprendemos con la imposición de las cenizas, austero gesto penitencial, tan querido por la tradición cristiana. Subraya la conciencia del hombre pecador ante la majestad y la santidad de Dios. Al mismo tiempo, manifiesta la disponibilidad para acoger y traducir en opciones concretas la adhesión al Evangelio.
Son sumamente elocuentes las fórmulas que lo acompañan. La primera, tomada del Libro del Génesis, «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» (Cf. 3,19), evoca la actual condición humana sometida a la caducidad y las limitaciones. La segunda retoma las palabras evangélicas: «Convertíos y creed en el Evangelio» (Marcos 1, 15), que constituyen un apremiante llamamiento a cambiar de vida. Ambas fórmulas nos invitan a entrar en la Cuaresma con una actitud de escucha y de conversión sincera.
2. El Evangelio subraya que el Señor «ve en lo secreto», es decir, escruta el corazón. Los gestos exteriores de penitencia tienen valor si son expresión de una actitud interior, si manifiestan la firme voluntad de alejarse del mal y de recorrer el camino del bien. Ahí está el sentido profundo de la ascesis cristiana.
«Ascesis»: la palabra misma evoca la imagen de elevarse hacia metas elevadas. Esto comporta necesariamente sacrificios y renuncias. Es necesario, de hecho, reducir a lo esencial el equipaje para no hacer pesado el viaje; estar dispuestos a afrontar toda dificultad y superar todos los obstáculos para alcanzar el objetivo prefijado. Para ser auténticos discípulos de Cristo, es necesario renunciar a sí mismos, cargar la propia cruz cada día y seguirle (Cf. Lucas 9, 23). Es la senda ardua de la santidad que todo bautizado está llamado a seguir.
3. Desde siempre, la Iglesia presenta algunos medios útiles para avanzar por este camino. En primer lugar, la humilde y dócil adhesión a la voluntad de Dios, acompañada por una incesante oración; las formas penitenciales típicas de la tradición cristiana, como la abstinencia, el ayuno, la mortificación y la renuncia bienes de por sí legítimos; los gestos concretos de acogida al prójimo que la página del Evangelio de hoy evoca con la palabra «limosna». Todo esto vuelve a presentarse con mayor intensidad durante el período cuaresmal, que representa, en este sentido, un «momento fuerte» de entrenamiento espiritual y de generoso servicio a los hermanos.
4. En el Mensaje para la Cuaresma he querido llamar la atención, en particular, sobre las difíciles condiciones que atraviesan los niños en el mundo, recordando las palabras de Cristo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe» (Mateo 18, 5). ¿Quién tiene más necesidad de ser defendido y protegido que un niño indefenso y frágil?
Los problemas que afectan al mundo de la infancia son muchos y complejos. Deseo vivamente que se les dé la necesaria atención a nuestros hermanos más pequeños, abandonados con frecuencia a su suerte, gracias también a nuestra solidaridad. Es una manera concreta de traducir nuestro esfuerzo cuaresmal.
Queridos hermanos y hermanas, con estos sentimientos comenzamos la Cuaresma, camino de oración, de penitencia y de auténtica ascesis cristiana. Que nos acompañe María, la Madre de Cristo. Que su ejemplo e intercesión nos permitan prepararnos con alegría a la Pascua.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]