Juan Pablo II muestra su cercanía a los católicos del Líbano, Siria e Irak

Recibe a los peregrinos del patriarcado de Antioquía

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CIUDAD DEL VATICANO, 23 nov (ZENIT.org).- Juan Pablo II vivió esta mañana momentos de gran emoción al encontrarse con católicos procedentes de países duramente probados, obedientes a la Iglesia de Antioquía de los Sirios.

Antes de despedirse les dejó a estos peregrinos libaneses, iraquíes y sirios una consigna muy concreta: «Cuando regreséis a vuestras casas, decidles a vuestros hermanos cristianos de vuestras diócesis que yo estoy cerca de ellos con la oración y que les aliento, sabiendo que en ocasiones tienen pruebas difíciles de soportar».

Sin la contribución de esta Iglesia, posiblemente la historia del cristianismo hubiera sido muy diferente. Con casi tantos años como el Evangelio, la Iglesia de Antioquía fue el centro vital y el punto de referencia de las primeras comunidades de creyentes –sirias, fenicias, árabes, de Cilicia y Mesopotamia–, testigos del saqueo de Jerusalén a manos de los romanos en el 70 d.c.

Una Iglesia con un fuerte carácter de unicidad, como subrayó el Papa al recibir esta mañana a los descendientes de aquellos primeros cristianos, quienes llegaron acompañados por el patriarca Ignace Moussa I Daoud.

El pontífice recordó también que precisamente en Antioquía los seguidores de Jesús fueron llamados por primera vez «cristianos» y recordó la figura de san Ignacio, obispo de Antioquía, martirizado en Roma en el año 107, uno de los primeros que experimentó «la preocupación de la unidad de la Iglesia».

Él mismo, explicó en su Carta a los Romanos que la Iglesia de la Ciudad Eterna presidía la comunión de los cristianos en la caridad.

Según una antigua tradición, todo jefe de la Iglesia de Antioquía de los Sirios lleva el nombre de Ignacio como primer título patriarcal. Una manera de manifestar, afirmó el pontífice, «el mismo apego por la Sede de Pedro y el deseo de seguir el ejemplo de su ilustre predecesor».

Actualmente, la Iglesia de Antioquía de los Sirios, cuyo patriarcado desde 1920 reside en Beirut (Líbano), reúne a católicos esparcidos entre Siria, Líbano e Irak, unidos por el idioma árabe, pero también, en algunas regiones de Siria y del norte de Irak, por el arameo, el idioma que hablaba Jesús.

A los obispos, sacerdotes y fieles de esta secular comunidad cristiana, reunidos en Roma con motivo del gran Jubileo del año 2000, Juan Pablo II les recomendó que se acerquen con renovada intensidad a los sacramentos, y en particular, a la Penitencia y a la divina Liturgia, «cumbre y manantial» de la vida cristiana.

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ZENIT Staff

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