WASHINGTON, 30 enero 2001 (ZENIT.org).- El primer embrión de persona humana clonado podría convertirse en una realidad en dos años, según ha informado un especialista norteamericano.
«El objetivo consistirá en ayudar a las parejas que no tienen otra alternativa para reproducirse y que quieren tener su propio hijo biológico sin tener que utilizar los óvulos o el esperma de alguna otra persona», explicó el doctor Panayiotis Zavos, andrólogo (especializado en medicina para hombres) y profesor de fisiología reproductiva en la Universidad de Kentucky.
Varios científicos se asociaron con este fin en un consorcio internacional privado dirigido por un médico italiano de Roma, el doctor Severino Antinori, quien ha sido sancionado por el colegio de médicos de Italia por utilizar la práctica de «madres de alquiler» (mujeres que se prestan a llevar adelante la gestación de hijos de otras mujeres), prohibida por la ley italiana.
Según Zavos, la tecnología aún es insuficiente. «Es necesario trabajar pero creo que podremos lograrlo con un poco de esfuerzo y con las tecnologías disponibles en el terreno de la fertilización in vitro».
Se trata, en estos casos, de clonación con fines reproductivos prohibida por todas las leyes en vigor en el mundo, incluida la recién aprobada por Gran Bretaña, que sólo prevé la clonación para la experimentación y utilización de células estaminales.
En 1997, la Academia Pontificia para la Vida, fundada por el mismo Juan Pablo II, publicó el documento Reflexiones sobre la clonación, en el que explica las graves repercusiones éticas que tiene la clonación de embriones humanos, independientemente de que se haga con finalidades reproductivas, de investigación científica o como banco de órganos.
Más tarde, en agosto del año pasado, esta misma institución de la Santa Sede públicaba la «Declaración sobre la producción y uso científico y terapéutico de las células estaminales embrionarias humanas».
«Ningún fin considerado bueno», dice el documento en sus conclusiones, «puede justificar esa intervención. Un fin bueno no hace buena una acción en sí misma mala».