MADRID, jueves 7 de julio de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos esta nueva aportación de la columna sobre jóvenes y nuevas religiosidades, dirigida por Luis Santamaría del Río, sacerdote experto en nuevas religiosidades y miembro fundador de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES).
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Recientemente un periodista me preguntaba si la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), que se celebrará dentro de poco más de un mes en Madrid, podría considerarse un antídoto o un favor de prevención frente al fenómeno de las sectas y la nueva religiosidad. Mi contestación, afirmativa, fue sencilla, pero considero que una pregunta inteligente y profunda como ésta merece una respuesta más extensa, que quiero dar aquí de alguna manera. En agosto de 2010, el papa Benedicto XVI, convocante principal de este evento eclesial, publicó un largo mensaje para invitar a los jóvenes de todo el mundo a la JMJ de agosto de 2010, y este documento puede darnos alguna idea de por qué considero que la JMJ puede ser un buen elemento de prevención (y sanación) ante la realidad de las sectas.
Cuando el sucesor del apóstol Pedro se refiere a las aspiraciones de los jóvenes, afirma con rotundidad que “el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito”, y que “es un contrasentido pretender eliminar a Dios para que el hombre viva”. En nuestro mundo secularizado, que ha querido expulsar en muchos sectores cualquier elemento religioso por atrasado o irracional, se han multiplicado las ofertas alternativas que han venido a llenar ese supuesto vacío de sentido. Superstición y magia, esoterismo y ocultismo, Nueva Era, sectas más o menos dañinas, y corrientes fundamentalistas dentro de las grandes religiones, conforman un panorama multirreligioso que sigue recordándonos que el hombre es un ser religioso, necesitado de vinculación a la trascendencia, llamado a salir de su finitud y contingencia para aspirar a “algo más”.
Los jóvenes no son ajenos a esto. Una sociedad occidental que los mira muchas veces como consumidores y no como personas, y que a la vez margina culturalmente y tacha como ilegítimas a las opciones religiosas clásicas –que han demostrado su potencial humanizador y dador de sentido–, pone ante sus ojos, en el “supermercado espiritual” o “religión a la carta”, una variedad impresionante de ofertas para los que no cuenta con un criterio para el discernimiento, por falta de formación religiosa y –por qué no– de experiencia de Dios.
En este contexto, del que he destacado los elementos más negativos, pero que revela también esa sed espiritual inherente al hombre, la JMJ es presentada por su “organizador”, y en último término por la Iglesia católica, como una oportunidad para vivir “una intensa comunión entre los participantes”, siguiendo el mismo mensaje papal. Cuando las sectas se aprovechan con frecuencia del individualismo ambiental y de la necesidad de relación profunda y de reconocimiento cercano de los jóvenes, la JMJ está presentando un acto puntual que quiere representar una comunión vivida en la Iglesia como comunidad de creyentes.
Benedicto XVI también se refiere a la incertidumbre ante el futuro, propia de la juventud actual, como un elemento que tiene en cuenta la Iglesia, ya que “muchos no tienen puntos de referencia estables para construir su vida, sintiéndose así profundamente inseguros”, y alude concretamente al relativismo. Sí, es verdad, muchos jóvenes viven esa búsqueda de seguridades y de identidad, lo que supone un factor de vulnerabilidad ante las ofertas de la nueva religiosidad.
En este punto cabe destacar lo apropiado del lema escogido para la JMJ de 2011: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”. Ante las cuestiones humanas fundamentales sobre el sentido de la vida y de la realidad (“¿qué sentido tiene mi vida, qué finalidad, qué rumbo debo darle?”), y basándose en unas palabras de San Pablo dirigidas a los colosenses, el Papa propone dos imágenes de seguridad y firmeza: el arraigo y la cimentación. Una personalidad joven consciente de sus principales raíces es más fácil que viva una experiencia religiosa auténtica y liberadora, y esas raíces son la familia y la cultura, entre otras, además de la fe, que “no es sólo creer en la verdad, sino sobre todo una relación personal con Jesucristo”. Esto plantea, además, un desafío pastoral fundamental a la Iglesia: ayudar a los jóvenes a vivir una verdadera experiencia de fe, que incluya el encuentro con Cristo, la pertenencia a una comunidad acogedora, la vivencia de la oración y la liturgia y un programa de vida moral derivado del Evangelio.
Un aviso de Benedicto XVI que no puede pasar desapercibido es el siguiente: “continuamente se os presentarán propuestas más fáciles, pero vosotros mismos os daréis cuenta de que se revelan como engañosas, no dan serenidad ni alegría”. Considero que podemos situar aquí, sin muchas dificultades, a todo el mundo de las sectas y la nueva religiosidad, que pretende ofrecer un atajo para la búsqueda de sentido, y que quiere saciar una sed sin conseguirlo. Además, está la tentación del neopaganismo ambiental, que de forma organizada o como tendencia cultural, está presente en la vida de los jóvenes de hoy, lo que constituye un paralelismo con los colosenses a los que se dirigía el apóstol Pablo, y cuya comunidad, según el actual obispo de Roma, “amenazada por la influencia de ciertas tendencias culturales de la época, que apartaban a los fieles del Evangelio”. Y junto a esto, una afirmación clara y que tiene mucho que ver con lo que estoy comentando: “hay cristianos que se dejan seducir por el modo de pensar laicista, o son atraídos por corrientes religiosas que les alejan de la fe en Jesucristo”.
Finalmente, quiero destacar dos elementos que explica el Papa antes de finalizar su mensaje a los jóvenes. El primero, la necesidad de tener un contacto directo con Dios, a través de Jesús, el Verbo encarnado, que vive y está cerca del hombre. El segundo, la pertenencia a la Iglesia como comunidad de fe y de tradición llamada al testimonio y al compromiso con el mundo, que apoya el camino personal de cada uno en el seguimiento de Cristo. La JMJ será un acontecimiento muy concreto, es verdad, pero ayudará a muchos jóvenes participantes a vivir que, por un lado, “la elección de creer en Cristo y de seguirlo no es fácil. Se ve obstaculizada por nuestras infidelidades y por muchas voces que nos sugieren vías más fáciles”. Pero mostrará, por otro lado, que la fe, vivida de forma festiva en la JMJ, ayuda “a encontrar el sentido y la alegría de la vida, que nace del encuentro con Cristo”. ¿Prevención para los jóvenes ante las sectas? Desde luego que sí.