Kazajstán prepara la visita del Papa

Etapa del viaje pontificio a Armenia

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MOSCU, 5 julio 2001 (ZENIT.org).- Aunque no se ha hecho todavía el anuncio oficial, Juan Pablo II visitará en su próximo viaje internacional Kazajstán, la más grande de las repúblicas centroasiáticas, nacida hace diez años de la disolución de la URSS. El cardenal Lubomyr Husar confirmó la noticia durante la rueda de prensa que cerró la visita del Papa a Ucrania.

Monseñor Renato Boccardo, nuevo organizador de los viajes papales, ha realizado ya una gira de reconocimiento en Kazajstán. En Astana, la nueva capital, hierven ya los preparativos para una visita que será primera etapa del viaje de Juan Pablo II a Armenia, que debería tener lugar en septiembre.

Parece extraño este viaje a un país, a mitad de camino entre Roma y Pekín, con una desaparecida presencia de católicos (unos 300.000, el 2% de la población). Pero la idea de recorrer parte de la antigua ruta de la seda no es una improvisación. Ya se habló de un posible viaje del Papa en 1999, al volver de la India. La invitación fue dirigida al pontífice en 1998 por el presidente Nursultan Nazarbaiev que había sido recibido en audiencia en el Vaticano.

En aquella oportunidad, se firmó un acuerdo bilateral con el consiguiente reconocimiento jurídico de la Iglesia católica en la República centroasiática. Pocos meses después tomó forma la nueva organización eclesiástica en aquél país que hasta el momento había tenido sólo un administrador apostólico. Ahora hay cinco diócesis con cuatro obispos, cuyos fieles están esparcidos en un territorio inmenso, 2,7 millones de kilómetros cuadrados.

Kazajstán que fue evangelizado por misioneros franciscanos en el siglo XIV es un terreno de frontera en el que conviven cristianismo e islamismo. En el pasado fue una tierra de deportación. Millones de personas fueron obligadas a trasladarse a la fuerza a las inhóspitas y abandonadas estepas asiáticas. Muchos murieron por las privaciones y quien sobrevivió fue obligado a construir factorías colectivas junto a la población local, obligada a su vez a romper con la tradición nómada y a trabajar en los koljoses, en el mejor de los casos, o en los campos de concentración. En este trágico exilio, la fe cristiana tiene la marca del heroísmo y el martirio.

En los últimos diez años, la Iglesia ha renacido pero, a diferencia de lo que ha sucedido en Rusia, aquí no ha habido ningún choque con el mundo ortodoxo. Entre los católicos y los fieles del Patriarcado de Moscú las relaciones son muy buenas, hay espíritu de diálogo y no se ha acusado nunca a la Iglesia de proselitismo.

El metropolitano de Alma Ata, Alejo, se encuentra regularmente con los sacerdotes católicos, aprecia su trabajo y está favor de una estrecha colaboración en el campo caritativo. El motivo es evidente: en un país con mayoría musulmana, que quiere relanzar la propia identidad kazaja, no tendría sentido reivindicar un «territorio canónico ortodoxo» como sucede en Rusia.

No es casualidad que, en un reciente sondeo sobre el personaje del mundo más estimado por los kazajos, el número uno haya resultado ser Juan Pablo II. Hay una gran expectación sobre su visita también entre los musulmanes, entre los que no se ha dado hasta ahora el integrismo que domina en otros países ex soviéticos.

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ZENIT Staff

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