HUESCA, jueves 14 de enero de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio de este domingo, segundo del tiempo ordinario (Juan 2, 1-12), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca, arzobispo electo de Oviedo.
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Hoy el Evangelio nos lleva de boda. Será el primer signo de Jesús el que allí se ofrecerá. S. Juan ofrece su relato evangélico desde el hilo conductor de la «hora». Todo cuanto él ha recogido sobre Jesús, tiene como finalidad llevar al lector a la contemplación de la entrega suprema de Cristo, verdadera «hora» en la que el Señor dará por terminado cuanto el Padre le había confiado: «todo se ha cumplido» (Jn 19,30). Por eso Jesús se resiste a que nadie modifique su «horario» redentor: se explica así que en el relato de las Bodas de Caná, Jesús diga a su Madre: «mujer déjame, porque todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). No es un desprecio del Señor hacia María, sino una afirmación que El hace de la absoluta primacía de las cosas de su Padre a las que se dedicará antes que a nada.
Es la primera hora, anticipo de aquella postrera, en la que María junto con Juan, volverá a aparecer en la escena de Jesús, en la cual se dirigirá nuevamente a ella para llamarla con el mismo nombre: «mujer», haciéndola «madre» de Juany de la nueva humanidad que nacerá cuando Jesús resucite el primer día de la semana, es decir, también «tres días después» de aquella escena al pie de la Cruz. María se da cuenta de una carencia: la del vino. Hace de su descubrimiento una petición a su Hijo e invita a los sirvientes a escuchar esa Palabra de Jesús: «Haced lo que El os diga». Les propone lo que en el fondo ha sido su vida desde que decidió que en ella se cumpliera los hablares de Dios: «hágase en mí según tu Palabra». Ella propone a los otros algo que no le es extraño, que es la entraña de su actitud ante Dios.
¿Cuál es el vino que nos falta en nuestro mundo? ¿El vino de la paz, el de la ternura; el vino de la fe, de la esperanza y del amor; el vino de la verdad…? Cuando faltan estos vinos, la vida se «avinagra». Surgen los intereses partidistas, los chanchullos económicos, las frivolidades vacuas, la mentira como herramienta de comunicación, el relativismo moral, la violencia y el terror.
María vio la carencia en la boda, la hizo suya solidariamente, y se puso manos a la obra. No se quedó en que relatar lo que sucede y lamentase por lo que falta o va mal. Darse cuenta del «vino» que nos falta, arrimar el hombro en lo que de nosotros depende, teniendo en la Palabra de Jesús nuestra fuerza y nuestra luz. Esto fue Caná. Esta fue María. Termina el Evangelio diciendo que «los discípulos creyeron en El» (Jn 2,11).El final es que habiendo vino, hubo fiesta, y los discípulos viendo el signo, el milagro, creyeron en Jesús. Sí, necesitamos milagros de «vino»; el mundo necesita ver que los vinagres del absurdo se transforman en vino bueno y generoso, el del amor y la esperanza, el que germina en fe. Hay un brindis pendiente siempre. Que sea con vino como el de María en Caná.