Juan Pablo II: El secreto de la serenidad

Catequesis del Papa en este miércoles sobre el Salmo 32

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CIUDAD DEL VATICANO, 8 agosto 2001 (ZENIT.org).- «La Gracia divina y la esperanza humana se encuentran y se abrazan». Aquí está el secreto de la serenidad, según Juan Pablo II, quien en este miércoles dedicó su intervención durante la audiencia general a meditar sobre el Samo 32.

«La fidelidad amorosa de Dios, como un manto, nos envuelve, nos calienta y protege, ofreciéndonos serenidad y dándonos un fundamento seguro a nuestra fe y esperanza», aclaró el pontífice. Para ello, añadió, es indispensable la humildad, pues «quien no confía en sus grandes empresas ni espera ser justificado por sus obras, tiene como única esperanza de salvación la misericordia de Dios»

Ofrecemos a continuación el texto íntegro de la intervención del pontífice.

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1. Distribuido en 22 versículos, al igual que el número de letras del alfabeto hebreo, el Salmo 32 es un canto de alabanza al Señor del universo y de la historia. Un estremecimiento de alegría lo penetra desde el inicio: «Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo, acompañando los vítores con bordones» (versículos 1-3). Esta aclamación («tern’ah») está acompañada, por tanto, por la música y es expresión de una voz interior de fe y de esperanza, de felicidad y de confianza. El cántico es «nuevo» no sólo porque renueva la certeza de la presencia divina en la creación y en las vicisitudes humanas, sino también porque anticipa la alabanza perfecta que se entonará en el día de la salvación definitiva, cuando el Reino de Dios alcance su realización gloriosa.

Un «cántico nuevo»
Precisamente san Basilio piensa en la plenitud final en Cristo, al explicar así este pasaje: «Normalmente se dice que es «nuevo» algo inusitado o que existe desde hace poco. Si tu piensas en la manera sorprendente y superior a toda imaginación de la encarnación del Señor, necesariamente entonarás un cántico nuevo e insólito. Y si recorres con la mente la regeneración y la renovación de toda la humanidad, envejecida por el pecado, y anuncias los misterios de la resurrección, entonces entonarás un cántico nuevo e insólito» («Homilía sobre el Salmo 32», 2: PG 29, 327B). En definitiva, según san Basilio, la invitación del salmista, que dice: «Cantad a Dios un cántico nuevo», para los creyentes en Cristo significa: «No honréis a Dios según la costumbre antigua de la «letra», sino en la novedad del «espíritu». Quien no comprende la Ley desde un punto de vista exterior, sino que reconoce en ella el «espíritu», canta un cántico nuevo» (Ibídem).

La palabra creadora
2. El himno, en su pasaje central, está articulado en tres partes que conforman una especie de trilogía de alabanza. En la primera (versículos 6-9), se celebra la palabra creadora de Dios. La arquitectura admirable del universo, como un templo cósmico, no ha surgido ni crecido a través de la lucha entre dioses, como sugerían ciertas cosmogonías en el antiguo Oriente Próximo, sino más bien sobre la base de la eficaz palabra divina. Tal y como enseña la primera página del Génesis (capítulo 1): «Dijo Dios…» Y todo fue hecho. El salmista repite: «Tema al Señor la tierra entera,
tiemblen ante El los habitantes del orbe: porque Él lo dijo, y existió, él lo mandó y surgió» (versículo 9).

El orante da particular importancia al control de las aguas marinas, pues en la Biblia son signo del caos y del mal. A pesar de sus límites, el mundo es conservado en el ser por el Creador que, como recuerda el libro de Job, ordena al mar que se detenga en la playa: «¡Llegarás hasta aquí, no más allá –le dije–, aquí se romperá el orgullo de tus olas!» (Job 38, 11).

Soberano de la historia
3. El Señor es también el soberano de la historia humana, como se afirma en la segunda parte del Salmo 32, en los versículos 10-15. Con una vigorosa antítesis se oponen los proyectos de las potencias terrenas y el designio admirable que Dios traza en la historia. Los programas humanos, cuando quieren ser alternativos, introducen injusticia, mal, violencia, erigiéndose contra el proyecto divino de justicia y salvación. Y, a pesar de los éxitos transitorios y aparentes, se reducen a simples maquinaciones, destinadas a la disolución y al fracaso. En el libro bíblico de los Proverbios, se declara sintéticamente: «Muchos proyectos hay en el corazón del hombre, pero sólo el plan del Señor se realiza» (Proverbios 19, 21). Del mismo modo, el salmista nos recuerda que Dios desde el cielo, su morada trascendente, sigue todos los caminos de la humanidad, incluso aquellos que son locos y absurdos, e intuye todos los secretos del corazón humano.

«Dondequiera que vayas, hagas lo que hagas, en las tinieblas o en plena luz del día, el ojo de Dios te mira», comenta san Basilio («Homilía sobre el Salmo 32», 8 PG 29,343A). Bienaventurado será el pueblo que, acogiendo la revelación divina, seguirá sus indicaciones de vida, procediendo por sus sendas en el camino de la historia. Al final sólo queda una cosa: «el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad» (v. 11).

Señorío de Dios sobre poderosos y débiles
4. La tercera y última parte del Salmo (versículos 16-22) retoma desde dos nuevos puntos de vista el tema del señorío único de Dios sobre las vicisitudes humanas. Por una parte, invita ante todo a los poderosos a no hacerse ilusiones sobre la fuerza militar de los ejércitos y de la caballería. Después, invita a los fieles, con frecuencia oprimidos, hambrientos y ante el umbral de la muerte, a esperar en el Señor que no les dejará caer en el abismo de la destrucción. De este modo, se revela la función «catequística» de este Salmo. Se transforma en un llamamiento a la fe en un Dios que no es indiferente a la arrogancia de los poderosos y que se siente cercano a la debilidad de la humanidad, levantándola y apoyándola si confía en él, si le eleva su súplica de alabanza.

«La humildad de aquellos que sirven a Dios –sigue explicando san Basilio– muestra la confianza que tienen en su misericordia. De hecho, quien no confía en sus grandes empresas ni espera ser justificado por sus obras, tiene como única esperanza de salvación la misericordia de Dios» («Homilía sobre el Salmo 32»,10 PG 29,347A).

5. El Salmo concluye con una antífona que ha pasado a formar parte del conocido himno «Te Deum»: «Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti» (versículo 22). La Gracia divina y la esperanza humana se encuentran y se abrazan. Es más, la fidelidad amorosa de Dios (según el significado de la palabra hebrea original que utiliza, «hésed»), como un manto, nos envuelve, nos calienta y protege, ofreciéndonos serenidad y dándonos un fundamento seguro a nuestra fe y esperanza.

[Traducción del italiano realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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