Homilía del cardenal Bertone en la catedral de Astaná (Kazajstán)

Durante su viaje a este país

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ASTANÁ, martes 30 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- Por su interés, ofrecemos la homilía que el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, pronunció hoy en la catedral ortodoxa de la Asunción de Astaná (Kazajstán), durante una celebración litúrgica, en la que entregó en nombre del Papa Benedicto XVI unas reliquias de san Andrés al Metropolita Alexander.

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Queridos hermanos y hermanas

Estoy contento de encontrarme en Astaná, capital de la República de Kazajstán, este noble y extenso país situado en el corazón del territorio eurasiático. Deseo expresar mi profunda alegría de poder visitar esta catedral vuestra de la Asunción, recientemente abierta al culto. Os saludo a todos con afecto, comenzando por Su Eminencia el Metropolita Alexander y, mientras le doy las gracias por su fraternal acogida, le hago llegar a usted y a todos el cordial saludo del Santo Padre Benedicto XVI, con ruego de transmitirlo a Su Santidad Kiril, Patriarca de Moscú y de todas las Rusias. Saludo además a las demás Autoridades religiosas (y civiles), a los sacerdotes, los diáconos y los fieles de la Iglesia Ortodoxa de Kazajstán. Que este encuentro fraternal nuestro pueda suscitar un renovado impulso a unir esfuerzos, para que en un futuro no lejano los discípulos de Cristo proclamen con una sola voz y un solo corazón el Evangelio, mensaje de esperanza para toda la humanidad.

La ocasión de esta grata visita mía a Astaná es la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de los países de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), que tendrá lugar en los próximos días. Esta circunstancia sugirió a las Autoridades de Kazajstán dirigirme una cortés invitación para visitar vuestra tierra. Al acoger de buen grado este gesto apreciado y deferente, pensé en seguida en la alegría de poder dirigirme a un país en el que hay amplias posibilidades para una serena y provechosa convivencia religiosa. En este contexto, para nosotros cristianos el deber del amor recíproco es de lo más urgente: estamos de hecho llamados a dar testimonio a todos, con las palabras y con las obras, de que Dios es Amor. Al respecto, mi presencia quiere ser también un aliento a proseguir en el camino del gran respeto y afecto, que sé que existe entre la comunidad ortodoxa y la católica de Astaná, como también de otras ciudades. Que no falten, queridos amigos, ocasiones propicias de mutuo apoyo y de profundización de la amistad.

Hoy, en este grato encuentro con vosotros, tengo la especial alegría de cumplir el alto encargo que me confió el Santo Padre Benedicto XVI, de entregaros un fragmento de las insignes Reliquias del Apóstol san Andrés, que se veneran en Italia, en la ciudad de Amalfi. Esta entrega, que me honra efectuar en las manos de Su Eminencia el Metropolita Alexander, tiene lugar en respuesta a la devota petición que su predecesor, el Metropolita Mefodji, y el arzobispo Tomash Peta, Metropolita católico, dirigieron conjuntamente al Papa Benedicto XVI. El Pontífice, queriendo salir al encuentro de buen grado al ardiente deseo, decidió destinar a las respectivas iglesias dos fragmentos de las preciosas Reliquias. Esta elección reviste profundo significado, en cuanto que subraya la común veneración de los Apóstoles.

Quiero subrayar que el acto de entrega hoy de la reliquia de san Andrés, que vosotros tanto veneráis, coincide precisamente con el día en el que, según el calendario de la Iglesia latina, se celebra su fiesta litúrgica. Andrés nació en Betsaida, fue antes discípulo de Juan Bautista y después siguió al Señor Jesús, a quien condujo también a su hermano Pedro. Junto a Felipe presentó al propio Cristo a los gentiles, e indicó al muchacho que llevaba los peces y el pan. Según la tradición, después de Pentecostés, predicó en diversas regiones y fue crucificado en Acaya (Grecia). El Evangelio nos narra que Jesús, “mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: ‘Seguidme, y yo os haré pescadores de hombres’” (Mc 1,16-17). Andrés, por tanto, fue el primero de los Apóstoles en ser llamado a seguir a Jesús. Precisamente sobre la base de este hecho, la liturgia bizantina lo honra con el apelativo de Protóklitos, que significa precisamente, el primer llamado.

El relato evangélico prosigue precisando que «inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (Mc 1,18). Esta adhesión inmediata es la que permitió a los Apóstoles difundir la Palabra, la “buena noticia” de la salvación. La fe viene de la escucha y lo que se escucha es la Palabra de Cristo, que también hoy la Iglesia difunde hasta los confines de la tierra. Esta Palabra es el alimento indispensable para el alma. Se dice en el libro del profeta Amós que Dios pondrá en el mundo un hambre, no hambre de pan, sino de escuchar su palabra (cfr Am 8,11). Esta es un hambre saludable, porque nos hace buscar y acoger continuamente la Palabra de Dios, sabiendo que ella nos debe nutrir para toda la vida. Nada en la vida puede tener consistencia, nada puede verdaderamente satisfacernos, si no es nutrido, penetrado, iluminado, guiado por la Palabra del Señor. Además, un empeño cada vez más profundo de adhesión radical a esta Palabra, junto con el apoyo del Espíritu Santo, constituyen la fuerza para realizar las aspiraciones de cada Comunidad cristiana y de cada uno de los fieles a la unidad (cfr Benedicto XVI, Exhort. ap. Verbum Domini, 46).

Del Evangelio de san Juan recogemos otro detalle importante respecto al apóstol Andrés: «Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo ‘Hemos encontrado al Mesías’, que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús” (Jn 1,41-43), demostrando en seguida un destacado espíritu apostólico. A propósito de esto, san Juan Crisóstomo comenta: la de Andrés es la palabra de uno que esperaba con ansia la venida del Mesías, que esperaba su descenso del cielo, que saltó de alegría cuando le vio llegar, y que se apresuró a comunicar a los demás la gran noticia. ¿Ve de que manera notifica lo que había sabido en poco tiempo? Andrés, tras haber permanecido con Jesús y haber aprendido todo lo que Jesús le había enseñado, no se quedó encerrado para sí el tesoro, sino que se apresuró a correr donde su hermano para comunicarle la riqueza que había recibido… Mira también el alma de Pedro, desde el inicio dócil y dispuesto a la fe: inmediatamente corre sin preocuparse de nada más”. (Hom.19, 1; PG 59, 120).

En el precioso icono entregado por el Patriarca Atenágoras I al Papa Pablo VI el 5 de enero de 1964, los dos santos Apóstoles, Pedro el Corifeo y Andrés el Protóclito, se abrazan, en un elocuente lenguaje de amor, debajo de Cristo glorioso. Andrés fue el primero en ponerse en el seguimiento del Señor, Pedro fue llamado a confirmar a sus hermanos en la fe. Su abrazo bajo la mirada de Cristo es una invitación a proseguir en el camino emprendido, hacia ese objetivo de unidad que juntos pretendemos alcanzar. Que nada nos desanime, sino que sigamos adelante con esperanza, sostenidos por la intercesión de los apóstoles Pedro y Andrés, como también por la protección maternal de María Santísima, Madre de Cristo y Madre nuestra. Con particular intensidad pidamos a Dios el don precioso de la unidad entre todos los cristianos, haciendo nuestra la invocación que Jesús elevó al Padre por sus discípulos: “Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste» (Jn 17,21).

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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