CIUDAD DEL VATICANO, martes 21 de abril de 2009 (ZENIT.org).- «El viaje en búsqueda de Dios, al menos en esta tierra, no terminará nunca», ha explicado Benedicto XVI al recordar a uno de los hombres que han pasado a la historia como uno de los grandes buscadores de Dios, san Anselmo.
El Papa se ha hecho presente en la tarde de este martes, en la solemne eucaristía celebrada en la catedral de Aosta, con motivo de las celebraciones del noveno centenario de la muerte del gran filósofo y teólogo, con un mensaje dirigido a su enviado especial, el cardenal Giacomo Biffi.
En la misiva, leída por el arzobispo emérito de Bolonia, en la fiesta litúrgica del santo, el Santo Padre repasa la vida del monje nacido en las montañas de Aosta, quien se convertiría en arzobispo primado de Inglaterra, con sede en Canterbury, donde murió el 21 de abril de 1109.
Repasando los escritos de Anselmo, el obispo de Roma explica que para él Dios se presenta como lo más grande que se puede pensar.
«De hecho –indica–, se dará cuenta cada vez más claramente de que Dios se encuentra en una altura inaccesible, situada más allá de las metas a las que el hombre puede llegar, pues Dios está más allá de lo pensable», recuerda.
«Por este motivo, el viaje en búsqueda de Dios, al menos en esta tierra, no se concluirá nunca, sino que siempre se convertirá en pensamiento y anhelo, en un ejercicio riguroso del intelecto y en una implorante petición del corazón», subraya.
Para el Papa teólogo son «programáticas para toda investigación teológica» las palabras de san Anselmo en el primer capítulo de su famoso «Proslogion»: «No intento, Señor, penetrar tu profundidad, porque de ninguna manera puedo comparar con ella mi inteligencia; pero deseo comprender tu verdad, aunque sea imperfectamente, esa verdad que mi corazón cree y ama».
Y el santo concluye: «Porque no busco comprender para creer, sino que creo para llegar a comprender».
Según el pontífice, Anselmo conserva «aún una gran actualidad y una intensa fascinación», motivo por la cual aplaude la iniciativa de editar nuevamente sus obras, y recomienda su lectura, pues en ellas la fe y la razón se encuentran «admirablemente unidas».
Nacido en Aosta, en el año 1033/1034, san Anselmo entró en la abadía Benedictina de Bec-Hellouin, en Normandía, para seguir las lecciones de Lanfranco de Pavía, prior y maestro de la escuela del monasterio.
En el año 1060 se convirtió en monje de esa abadía y, en 1064, en prior y maestro de humanidades, después de que Lanfranco se trasladara a un monasterio en Caen. En 1078, Anselmo fue elegido abad por unanimidad.
En esos años, escribió el «Monologion» (monólogo interior del alma consigo misma) y el «Proslogion» (discurso exterior), en los que muestra a los monjes la búsqueda de Dios a través de la inteligencia.
En 1093, Anselmo fue nombrado arzobispo de Canterbury, donde tuvo que afrontar dificultades con el rey Guillermo II y Enrico I, sufriendo dos períodos de exilio.
En Inglaterra escribió «Cur Deus homo» (¿Por qué un Dios hombre?», obra concluida en el exilio, en Italia, así como oraciones, meditaciones y un importante epistolario que testimonia sus lazos de amistad y afectuosa paternidad con sus discípulos.
Su culto fue impulsado por santo Tomás Becket y el Papa Clemente XI le atribuyó el título de doctor de la Iglesia.
El Santo Padre ha enviado, además, un mensaje al abad primado de los Monjes Benedictinos Confederados, el padre Notker Wolf, con ocasión del centenario.
En la misiva, escrita en latín, el Papa afirma: «Recordando con ánimo devoto la figura de este santo, queremos exaltar e ilustrar su tesoro de sabiduría para que los seres humanos de nuestro tiempo, sobre todo los europeos, se acerquen a él, para recibir su doctrina sólida y abundante».