CIUDAD DEL VATICANO, 9 octubre 2001 (ZENIT.org).- ¿Cómo ser pedagogos de la santidad? Esta es la pregunta que ha planteado la Asamblea plenaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, reunida los días 25 al 28 de septiembre pasados en el Vaticano.
Juan Pablo II ha ofrecido pistas de respuesta en una carta enviada a los particpantes, en la que insiste en la necesidad de que los religiosos y consagrados del mundo compartan «los bienes espirituales» y favorezcan «un apoyo mutuo y más intenso», de manera que cada uno «se haga responsable y, a la vez, necesitado del otro, avanzando en la vida de la fe y según el carisma y el ministerio proprio de cada uno».
«Cada comunidad religiosa –añade el Papa– está llamada a ser un lugar en el que se aprende a rezar, donde se educa a reconocer y contemplar el rostro de Cristo, se crece de día en día en el seguimiento radical del Señor, tratando con sinceridad la verdad sobre uno mismo y orientándose decididamente al servicio del Reino de Dios y de su justicia».
El anuncio del Evangelio, partiendo de «una fraternidad intensa y generosa», será así «más vivo y eficaz», constata el obispo de Roma.
En este espíritu de comunión –concluye el pontífice– cuanto es proprio de la vida consagrada, como los votos y la peculiar espiritualidad, «se convierte en un don recibido, que no es para conservarlo celosamente para sí, sino para distribuirlo humilde y generosamente al pueblo de Dios, con la palabra y el testimonio, para que todos, incluso quien está lejos y parece hostil, puedan conocer y comprender la profunda novedad del cristianismo».