Cristianos en Arabia: “Justo porque no somos nadie, somos protagonistas”

Afirma monseñor Hinder, vicario apostólico en Península Arábiga

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RÍMINI, viernes, 29 agosto 2008 (ZENIT.org).- “Si debo ser obispo, quiero serlo en tierra árabe”. Habla con emoción monseñor Paul Hinder, ofm cap, 66 años, natural de Suiza, al recordar el deseo expresado directamente al Santo Padre en el momento de su nombramiento.

Desde 2005 vicario apostólico en la Península Arábiga, es guía de 1,3 millones de católicos.

Vive en Abu Dhabi, en los Emiratos Árabes Unidos, “casi al lado –precisa- de una de las más grandes mezquitas del país, tanto que puedo casi tocarla desde mi despacho”.

El 26 de agosto pasado, en el marco del Mitin de Rímini, informó sobre la situación de los cristianos en los países árabes, apremiado por las preguntas exhaustivas del periodista Roberto Fontolan.

La suya es, en términos geográficos, gracias a un territorio de cerca de tres millones de kilómetros cuadrados, la “diócesis” más grande del mundo. Alberga pueblos de 90 nacionalidades diversas y contiene países como los Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Omán, Yemen, Qatar y Arabia Saudita. El Vicariato Apostólico de Arabia, instituido en 1889, está confiado al cuidado pastoral de los capuchinos.

Al principio de la conferencia, el prelado mostró en una pantalla algunas fotos hechas con motivo de la inauguración de la primera iglesia en Doha, la Saint Mary’s Church, inaugurada el 16 de marzo pasado y con una capacidad para cuatro mil personas, y de las celebraciones de la Semana Santa en Abu Dhabi, en las que generalmente participan casi 70.000 fieles.

El día de Pascua en Dubai y en Abu Dhabi están programadas diecinueve misas: seis en inglés, dos en árabe, y luego en filipino, cingalés, tamil, urdu, malayo, konkani, francés, italiano, español, polaco y alemán. Los fieles son sobre todo filipinos e indios, pero hay también muchísimos indonesios, nigerianos, europeos y estadounidenses.

No hay cristianos locales. Hay sólo inmigrantes, “incluido el obispo”, bromea monseñor Hinder: “Somo al 100% una Iglesia peregrina”.

En cada parroquia hay una capilla dedicada a Nuestra Señora donde oran también los musulmanes. Las iglesias no tienen signos externos ni símbolos visibles, como cruces o campaniles. Los fieles se reúnen para rezar en casas privadas, a menudo situadas en la periferia.

El escaso número de sacerdotes sin embargo ha impulsado recientemente a algunas comunidades locales a confiar la guía a laicos.

“Allí la gente es muy, muy pía, con un compromiso profundo y una fe que, verdaderamente, me sorprende de vez en cuando”, afirma monseñor Hinder.

“Una Iglesia vivísima, aunque no tan visible”. Y “justo porque no somos nadie, somos protagonistas”, subraya el prelado dando la vuelta al título de esta edición del Mitin de Comunión y Liberación: “Protagonistas o nadie”.

Se vive en un estado de “libertad condicionada”, relata, aunque hace falta distinguir entre vida litúrgica y fe vivida en el ámbito personal.

Además, la situación es muy diversa en el Vicariato; aunque en casi todos los países hay libertad de culto, la excepción es Arabia Saudita, que es el único que no tiene un lugar en el que los católicos (más de 800.000) puedan reunirse a rezar.

El rey de Arabia Saudita, Abdallah, no prohibe sin embargo la oración en lugares privados con tal de que no ocasione molestias.

“Las únicas ‘persecuciones’ –explica monseñor Hinder- están constituidas por estos impedimentos que hacen difícil el trabajo pastoral”.

“Pero si, por una parte, no es fácil profesar abiertamente la propia fe –observa–, porque Jesucristo es, para mí, el Hijo de Dios vivo, yo debo anunciarlo aunque esto pueda sonar como un insulto según el Corán”.

Monseñor Hinder relata que los contactos con las altas personalidades del mundo musulmán son cordiales y que es a menudo invitado al iftâr, la comida común, en el mes de Ramadán, que interrumpe el ayuno al final de la jornada.

Uno, entre tantos, en su opinión, es sin embargo el riesgo: “la tendencia a la arrogancia que tenemos en nuestra cultura, no sólo respecto al Islam”.

“Tenemos la tendencia a considerarnos la cima del desarrollo de la humanidad. Pero esto no es justo”, explica, porque “no todos los pueblos están obligados a tener la misma historia”. “Hay también otros modos de vivir la dicotomía entre el mundo tecnológico, moderno y el pasado de la propia historia y la religión”.

“También yo estoy convencido de que el mundo musulmán debe abrirse más a la razón, según un proceso que hemos atravesado también nosotros. Pero no quiere decir que esto deba conducirles al mismo secularismo. Quizá, somos nosotros los equivocados”, observa.

El prelado invita por tanto a la “humildad en el relativizar nuestra posición”.

Por lo que se refiere al diálogo interreligioso, el capuchino suizo recuerda que “debemos ser honestos y respetuosos”, porque “insistir en la reciprocidad en sentido matemático no funciona”.

“Sobre todo, el concepto de democracia según la mentalidad occidental es el resultado de un largo proceso que también a la Iglesia le ha costado aceptar –observa–. No se pueden imponer democracia y derechos como los conocemos nosotros, porque son fruto de un itinerario que no es por fuerza el que deben hacer también los Emiratos Árabes”.

En los países árabes, la vida política está atravesada por los religiosidad y justo esto obstaculiza la comprensión de un concepto como el del Estado liberal europeo.

“Para los musulmanes, la fe es parte integrante de la vida” sostiene por último, y el término reciprocidad está investido de un significado ambiguo, que es mal tolerado.

Por Mirko Testa, traducido del italiano por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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