ROMA, jueves, 7 junio 2007 (ZENIT.org).- Benedicto XVI llevó en el anochecer de este jueves, Corpus Christi, en procesión a Jesús Eucaristía por la calles de Roma como una oferta «de paz y de amor» para los hombres y mujeres en su vida cotidiana.
Así lo explicó el mismo Papa durante la misa que celebró precedentemente en la plaza de la Basílica de San Juan de Letrán, catedral del obispo de Roma, ante decenas de miles de fieles de Roma y peregrinos.
El pontífice siguió la procesión de rodillas, sobre un camión blanco descubierto, ante la Hostia expuesta a la adoración en un gran ostensorio, atravesando la calle que culmina en la Basílica de Santa María la Mayor, donde impartió la bendición con el Santísimo Sacramento.
Algunos de los fieles tiraban a su paso pétalos de flores para manifestar su amor al sacramento. Todos llevaban una vela en su mano, testimonio de su fe en la presencia real de Cristo en el Sacramento.
El paso de la Eucaristía «entre las casas y por las calles de nuestra ciudad», explicó el Papa, es «para quienes viven en ellas una oferta de alegría, de vida inmortal, de paz y de amor».
De este modo, dijo, la Iglesia quiere «llevar idealmente al Señor Jesús por todas las calles y barrios de Roma».
Con este gesto el Papa quiso sumergir a Cristo «en la cotidianidad de nuestra vida para que Él camine donde nosotros caminamos, para que viva donde vivimos», según había dicho en la homilía.
«Caminamos por las calles del mundo sabiendo que Él va a nuestro lado, apoyados por la esperanza de poderle ver un día con el rostro descubierto en el encuentro definitivo», afirmó.
En la homilía había explicado que «para toda generación cristiana, la Eucaristía es el alimento indispensable que le apoya mientras atraviesa el desierto de este mundo, reseco por los sistemas ideológicos y económicos que no promueven la vida, sino que más bien la reprimen».
«Un mundo –añadió– en el que domina la lógica del poder y del tener en vez de la lógica del servicio y del amor; un mundo en el que con frecuencia triunfa la cultura de la violencia y de la muerte».
«Jesús toca a la puerta de nuestro corazón y nos pide que entremos no sólo durante el tiempo que dura un día, sino para siempre», concluyó.