Ser instrumentos de la Misericordia de Dios, pide Benedicto XVI en nombre de su predecesor

Al presidir la Eucaristía del Domingo de la Misericordia, II de Pascua

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 15 abril 2007 (ZENIT.org).- Benedicto XVI se hizo «portavoz» este domingo de Juan Pablo II y exhortó ante decenas de miles de fieles: «¡Convertios día tras día en hombres y mujeres de la misericordia de Dios!».

Lanzó este llamamiento en su homilía, durante la Eucaristía que presidió, en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, con ocasión de su 80 cumpleaños (que celebra el lunes) y del segundo aniversario de su elección como Papa (que recuerda el próximo jueves).

Con todo, sus primeras palabras fueron para su predecesor, Juan Pablo II, recordando su desaparición, hace también dos años. Al Papa Karol Wojtyla se debe la celebración de este segundo domingo de Pascua como el Domingo de la Misericordia, recordó conmovido Benedicto XVI.

En un fuerte clima pascual, la presencia de cerca de 50 mil fieles y una soleada mañana acompañaron la Santa Misa; concelebraron con el Papa sesenta cardenales, arzobispos y obispos jefes de dicasterios de la Curia Romana, obispos auxiliares y sacerdotes de la diócesis.

Benedicto XVI dedicó buena parte de su homilía a profundizar en la Divina Misericordia remitiéndose a la enseñanza de su predecesor: «en la palabra “misericordia” él [Juan Pablo II] hallaba resumido y nuevamente interpretado para nuestro tiempo todo el misterio de la Redención».

Testigo directo de «dos regímenes dictatoriales», «pobreza, necesidades y violencia» y «del poder de las tinieblas» que también acecha nuestro tiempo, el Papa Karol Wojtyla igualmente «experimentó, y no con menos fuerza, la presencia de Dios que se opone a todas estas fuerzas con su poder totalmente diferente y divino: con el poder de la misericordia», recordó el Papa Joseph Ratzinger.

De hecho, «es la misericordia la que pone un límite al mal»; «en ella se expresa la naturaleza del todo especial de Dios –su santidad, el poder de la verdad y del amor», recalcó en esta fiesta pascual.

Y dirigió su mirada a Jesucristo, cuyo Espíritu es poder de perdón. «La amistad de Jesucristo es amistad de Aquél que hace de nosotros personas que perdonan, de Aquél que nos perdona también a nosotros», que «infunde en nosotros la conciencia del deber interior del amor, del deber de corresponder a su confianza con nuestra fidelidad», subrayó el Santo Padre.

Comentando el Evangelio dominical, en el que Jesús resucitado se aparece a los discípulos y permite a Tomás tocar sus heridas, manifestó: «el Señor se ha llevado consigo sus heridas a la eternidad. Él es un Dios herido; se ha dejado herir por amor a nosotros».

Estas heridas del Señor «¡qué certeza de su misericordia y qué consuelo significan para nosotros!», exclamó Benedicto XVI.

Gran apóstol de esta realidad de la Divina Misericordia, «hace dos años aproximadamente, después de las primeras Vísperas de esta festividad, Juan Pablo II terminaba su existencia terrena», recordó su sucesor.

«Muriendo entró en la luz de la Divina Misericordia de la que, más allá de la muerte y a partir de Dios, ahora nos habla de una forma nueva», subrayó Benedicto XVI.

«¡Tened confianza –nos dice él- en la Divina Misericordia! ¡Convertios día tras día en hombres y mujeres de la misericordia de Dios!»; «no debemos dejar que esta luz se apague», sino que «debe crecer en nosotros cada día y así llevar al mundo el gozoso anuncio de Dios», recalcó el Santo Padre.

Cada mención del nombre de Juan Pablo II hizo romper en aplausos la Plaza de San Pedro; este gesto también expresó en varias ocasiones la felicitación por el doble aniversario del Papa Joseph Ratzinger.

En la Eucaristía estuvo presente una delegación del Patriarcado ecuménico (ortodoxo) de Constantinopla, encabezada por Su Eminencia Ioannis (Zizioulas), Metropolita de Pérgamo, enviado personalmente por el patriarca Bartolomé I.

Agradeciendo el acompañamiento y muestras de afecto de todos los presentes, a quienes se sumaron personalidades políticas y diplomáticas, el Papa saludó con «afecto fraterno» al enviado especial del Patriarca ecuménico y expresó su deseo de que «el diálogo teológico católico-ortodoxo pueda proseguir con renovado vigor», una de las prioridades de su pontificado.

Al inicio de la celebración eucarística, el decano del Colegio Cardenalicio, el cardenal Angelo Sodano, se dirigió al Santo Padre haciéndose portavoz del corazón de la asamblea. «Siéntanos cercanos a usted en este día –le dijo el purpurado- y siga guiándonos con el amor de siempre».

«Con la caridad de la verdad, ayúdenos a seguir fielmente el Evangelio de Cristo» -pidió al Papa el cardenal Sodano-; «con la caridad de la gracia» «alimente siempre nuestra vida espiritual»; «con la caridad del buen gobierno ayúdenos a vivir en la Iglesia de manera ordenada y concorde».

«Una circunstancia providencial nos permite hoy celebrar su octogésimo cumpleaños en el Domingo de la Divina Misericordia, deseado por el Sirvo de Dios Juan Pablo II -añadió-. ¡Ayúdenos, Santo Padre, a seguir siempre a Cristo Misericordioso!».

Por primera vez en esta celebración se ha utilizado la nueva Cruz procesional, realizada en el taller de orfebrería de la Abadía benedictina de Santo Domingo de Silos (en Burgos, España).

Regalo del cardenal Friedrich Wetter –de Munich- al Papa ha sido el Evangeliario, obra de Max Faller.

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ZENIT Staff

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