Los Justos, «el único rayo de luz en la negrura abismal de la Shoah»

Entrevista a un miembro de la Comisión para los «Justos entre las Naciones»

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ROMA, domingo, 19 febrero 2006 (ZENIT.org).- La «Jornada Europea de la Memoria», celebrada el 27 de enero, se dedicó al recuerdo de los «Justos entre las Naciones», personas que salvaron la vida a uno o más judíos destinados a los campos de exterminio.

Para conocer el significado del más alto reconocimiento a personas no judías, Zenit ha entrevistado a Nathan Ben Horin, miembro de la Comisión de designación de los «Justos entre las Naciones» del Instituto Yad Vashem desde 1994.

Nacido en Alemania de familia polaca, llegó a Roma hace unos días para presentar un libro sobre el tema (Zenit, 2 febrero 2006); vivió en Francia donde resistió a los nazis. Ha representado diplomáticamente a su país y en Italia trabajó ante la Santa Sede de 1980 a 1986, cuando no existían todavía relaciones diplomáticas con Israel.

–¿Qué sentido tiene recordar a los Justos por historias de hace más de sesenta años?

–Ben Horin: Es un signo de gran esperanza, y mucha fe en la naturaleza humana, poner en el centro de la Jornada Europea de la Memoria del Holocausto de este año la vivencia de los justos entre las naciones. Su actuación es el único rayo de luz en la negrura abismal de los años de la Shoah [el holocausto. Ndr]. Con su decisión, ellos atestiguan que el hombre no era todo maldad, sadismo, bestialidad, sino que era capaz también de amor al prójimo, solidaridad humana, abnegación hasta el sacrificio de la propia vida.

En los testimonios de los salvados a menudo se da la afirmación de que los que les ayudaron no sólo le salvaron físicamente, sino que les devolvieron la fe en el hombre; una fe muy vapuleada por los tormentos y los horrores de la guerra.

El escritor superviviente de Auschwitz, Primo Levi, en el conocido libro «Se questo è un uomo» («Si esto es un hombre»), relata cómo en el lager un obrero civil italiano le llevó, cada día, durante seis meses, un trozo de pan y las sobras de su rancho, le regaló su jersey lleno de remiendos, escribió por él una tarjeta e incluso le entregó la respuesta. «Por todo esto –escribe Primo Levi– no pidió ni aceptó ninguna compensación, porque era bueno y sencillo y no pensaba que el bien se pudiera hacer por una retribución».

«Yo creo –añade Levi– que justo a Lorenzo le debo estar vivo hoy; y no tanto por su ayuda material, sino por haberme recordado constantemente con su presencia, su modo tan llano y fácil de ser bueno, que todavía existe un mundo justo fuera del nuestro, algo y alguien todavía puro y entero, no corrompido ni salvaje, ajeno al odio y al miedo. Gracias a Lorenzo no he olvidado que yo mismo era un hombre».

Este hombre, Lorenzo Perone, fue reconocido como Justo entre las Naciones en 1998 por «Yad Vashem» a petición de Renzo, hijo de Primo Levi.

–¿De dónde surgió la definición de Justo entre las Naciones?

–Ben Horin: En la tradición hebrea, el concepto de justo ocupa un puesto central. Uno de los tratados talmúdicos enseña que el mundo existe gracias al mérito de los justos. Otro texto sostiene que Dios no destruirá el mundo mientras haya cincuenta justos. En la Edad Media, el pueblo cruelmente perseguido en toda Europa amplió el término Justo entre las Naciones a los no judíos que se comportaban de modo cabal.

Tras la experiencia de la Shoah, fue elegido como título de honor para designar a los no judíos que arriesgaron la propia vida y la de sus familiares por salvar a sus hermanos judíos.

–¿Cuál es la relación entre la «memoria» y los Justos?

–Ben Horin: El pueblo judío es llamado a menudo el pueblo de la memoria. El imperativo «acuérdate» y «no olvides» se repite mucha veces en la Biblia. Es un mandato que se refiere a la observancia de los preceptos de Dios y de Su actuación en la historia.

En cuanto a la historia reciente, este imperativo se refiere no sólo al mal sufrido, sino al bien recibido. Cuando el Parlamento de Israel, la Knesset, instituyó en 1953 el memorial Yad Vashem para perpetuar la memoria de los seis millones de judíos víctimas de la ferocidad nazi, también le confió la tarea de rendir homenaje a los Justos entre las Naciones. Haciéndolo, la Knesset afirmaba que no sólo los salvados, sino todo el pueblo judío tiene una deuda de reconocimiento y de honor respecto a los Justos.

–¿Cuáles son los criterios y procedimientos para reconocer a un Justo?

–Ben Horin: En 1962 Yad Vashem creó una comisión pública independiente para designar a los Justos entre las Naciones según tres criterios: quien prestaba socorro conocía la identidad judía del perseguido; su acción los exponía a arriesgar la propia vida, seguridad y libertad; la ayuda prestada no estaba condicionada por ningún provecho material.

La comisión, bajo la presidencia de un juez del tribunal supremo, está integrada por personalidades cualificadas entre juristas e historiadores, voluntarios. En principio eran supervivientes de la Shoah. Hoy está entrando otra generación. La comisión tiene tres subcomisiones y las decisiones requieren mayoría. Cuando ésta es exigua o es un caso especialmente complejo, se remite a la Plenaria.

Los expedientes de petición de reconocimiento se recogen en el Departamento de los Justos de Yad Vashem que encarga a un miembro de la comisión, competente en la historia y la lengua del respectivo país, que dirija la instrucción y actúe como ponente.

A él le corresponde recoger testimonios directos de los salvados o, si ya no viven, de los familiares o de otras personas capaces de proporcionar datos fiables. Es también deseable una declaración del salvador o, en su defecto, de sus familiares o de otra persona conocedora y contemporánea a los hechos.

El reconocimiento de Justo se hace a título personal y nunca a colectivos o asociaciones.

Al salvador reconocido le corresponde una medalla ad hoc y un atestado de honor. La medalla lleva la inscripción de la frase del Talmud: «Quien salva una vida, salva al mundo entero». Esta antigua enseñanza afirma que cada hombre es él mismo un mundo. La ceremonia de entrega del galardón, el único que confiere el Estado de Israel a civiles, tiene lugar en Jerusalén, en el Memorial Yad Vashem, o en el país del galardonado por la misión diplomática israelí.

Hasta hace poco, el reconocimiento incluía el derecho a plantar un árbol en la avenida de los Justos de Yad Vashem. Esta costumbre ha sido sustituida por la colocación de una placa con el nombre del Justo en el muro de honor del Memorial, por falta de espacio. Hasta la fecha, 21.000 personas han sido reconocidas como Justos entre las Naciones. Lamentablemente de muchos Justos se desconoce su identidad y son recordados en una estela dedicada por Yad Vashem a la memoria del Justo Desconocido.

–¿Qué enseñanza se puede extraer de la historia de los Justos?

–Ben Horin: Los Justos a los que rendimos homenaje eran personas generosas, cuya vida interior no parecía haberles predispuesto a asumir el papel de héroes, ni a tomar decisiones cruciales de vida o muerte. En la mayor parte, su decisión fue espontánea, surgida como respuesta a una realidad perversa, inaceptable por el código moral anclado en su conciencia.

Al actuar así, sabían que violaban la ley y se ponían en situación de ilegalidad, a la que no estaban habituados, con todo el riesgo que su opción comportaba para sí mismos e incluso para sus familias. En muchos episodios de salvación impresiona el ingenio de las estratagemas de que se sirvieron en tiempo de crisis estas personas, fundamentalmente honestas, para oponerse a los propósitos nazis. Son innumerables los casos en los que la ayuda a los perseguidos fue ofrecida espontáneamente sin haber sido solicitada.

Donde otros fingieron no ver, o todavía peor, aceptaron conscientemente las normas inhumanas del nuevo orden nazi, o
incluso colaboraron con el perseguidor, los Justos encontraron la fuerza moral de afrontar los peligros de las represalias. Algunos lo pagaron con el supremo sacrificio de sus vidas. ¡Bendita sea su memoria!

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ZENIT Staff

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