CIUDAD DEL VATICANO, lunes 23 enero 2006 (ZENIT.org).- Con su primera encíclica «Deus caritas est» («Dios es amor»), Benedicto XVI quiere recuperar el significado de la palabra amor, según él mismo explicó este lunes al intervenir en un congreso celebrado en el Vaticano sobre la caridad.
«La palabra «amor» hoy está tan deslucida, tan ajada y es tan abusada, que casi da miedo pronunciarla con los propios labios», constató el Papa al explicar los puntos fundamentales de este documento que será publicado el 25 de enero.
«Y, sin embargo –añadió–, es una palabra primordial, expresión de la realidad primordial; no podemos simplemente abandonarla, tenemos que retomarla, purificarla y volverle a dar su esplendor originario para que pueda iluminar nuestra vida y llevarla por la senda recta».
«Esta conciencia me ha llevado a escoger el amor como tema de mi primera encíclica», dijo el Papa dejando espacio a las confidencias sobre el esperado documento programático de este pontificado al recibir a los participantes en el encuentro promovido por el Consejo Pontificio «Cor Unum» sobre el tema «…pero la mayor de todas ellas es la caridad» (1 Corintios 13, 13).
Dedicó el amplio discurso, dirigido en italiano, a presentar las líneas fundamentales del primer gran documento magisterial de su pontificado, en el que «los temas «Dios», «Cristo» y «Amor» se funden, como guía central de la fe cristiana».
La encíclica, como indicó su autor, quiere «subrayar la centralidad de la fe en Dios, en ese Dios que ha asumido un rostro humano y un corazón humano. La fe no es una teoría que uno puede asumir o arrinconar. Es algo muy concreto: es el criterio que decide nuestro estilo de vida».
«En una época en la que la hostilidad y la avidez se han convertido en superpotencias –considera el obispo de Roma–, en una época en la que asistimos al abuso de la religión hasta llegar a la apoteosis del odio, la racionalidad neutra por sí sola no es capaz de protegernos. Tenemos necesidad del Dios vivo que nos ha amado hasta la muerte».
La carta papal, que debería tener unas cincuenta páginas, más breve por tanto que las de Juan Pablo II, analiza el amor de atracción, «eros», para constatar que también éste tiene su origen en el mismo manantial de la bondad del Creador.
Este «eros», según añade, está llamado a transformarse en «ágape», «el amor por el otro que ya no se busca a sí mismo sino que se convierte en preocupación por el otro, disponibilidad a sacrificarse por él y apertura al don de una nueva vida humana».
«El «ágape» cristiano, el amor por el prójimo en el seguimiento de Cristo no es algo ajeno, puesto a un lado o que incluso va contra el «eros»; por el contrario, con el sacrificio que Cristo hizo de sí mismo por el hombre ofreció una nueva dimensión que, en la historia de la entrega caritativa de los cristianos a los pobres y a los que sufren, se ha ido desarrollando cada vez más».<br>
Por este motivo, la segunda parte de la encíclica está consagrada, según anunció el Papa a la caridad eclesial, a las organizaciones caritativas en la Iglesia.
«Esta actividad, además de su primer significado sumamente concreto de ayuda al prójimo, comunica también a los demás el amor de Dios, que nosotros mismos hemos recibido. En cierto sentido, tiene que hacer visible al Dios vivo», afirmó.
«Dios y Cristo en la organización caritativa no tienen que ser palabras raras; en realidad, indican el manantial originario de la caridad eclesial. La fuerza de la «Caritas» depende de la fuerza de la fe de todos sus miembros y colaboradores», concluyó.